Las crisis siempre son oportunidades, al mismo tiempo lo son las coyunturas como la que estamos viviendo en este momento de cambio sexenal de gobierno estatal. Es innegable que uno de los problemas que afectan de manera permanente al sistema educativo es el conflicto sindical. Si hace décadas el problema magisterial era el control férreo del “charrismo sindical” sobre las necesidades de los maestros, esta circunstancia se ha convertido en una crisis mayor que no encuentra entre sus actores voluntad política para retomar los objetivos que se planteó el magisterio en la primavera de 1989, que le permitan encontrar mecanismos para enrumbar la acción sindical y ponerla al servicio de la educación y sus trabajadores.
Es hora de asumir nuestros errores y reconocer que en muchas cosas nos hemos equivocado. Negarlo sería continuar con el actual salto al vacío para seguir dañando a los alumnos, a las escuelas, a los maestros y al propio sindicato. El tiempo y las energías perdidas son constantes y bastas. Si lo cuantificáramos encontraríamos cientos de miles de horas perdidas a costa del esfuerzo, la desazón y el temor de muchos maestros incluidos los padres de familia.
El problema es tal, que el propio movimiento democrático reivindicador de la democracia y ética docente acabó ensuciándose en esta vorágine de la descomposición. La calidad moral conque el Movimiento nació acabó mermándose con el tiempo y hoy es parte del problema de la mala calidad educativa, el desorden administrativo y la corrupción, cuando inicialmente se planteó como una solución a lo que estaba mal. Es momento de aprovechar esta oportunidad. La ley Federal del Trabajo contempla la elección de los dirigentes sindicales a través del voto directo y secreto. Esta modificación se aplicará en la entidad a partir de 2022. A fin de acabar con especulaciones y dotar al magisterio de una representación única y sin descalificaciones, habría que pensar en un evento que haga posible acabar con la división representativa. Ojalá.
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