“El día 22 de diciembre de 1860 se libró en Calpulalpam la batalla decisiva. González Ortega, gracias al armamento yanqui, derrotó a Miramón y muy poco después, en el mismo diciembre, entró a la ciudad de Méjico triunfalmente, liquidándose así la Guerra Civil de los Tres Años. La posición política de don Melchor, después de firmar el tratado con Roberto McLane, fue atacada duramente aun por los mismos liberales del gobierno de Juárez, compañeros suyos en ideología y métodos. El día veinte de enero de 1860, un mes y siete días después de la firma, Ocampo escribió a Benito Juárezx: “V.E. ha podido observar con mejores datos que yo, ciertos síntomas de impopularidad accidental a mi persona, que me hacen creer conveniente la causa y amor a la persona misma de V.E., mi separación del gabinete.”
1861
“Al margen por completo de los asuntos oficiales y las pasiones políticas en juego, disfruta en cambio de las ternuras de sus hijas Lucila, Petra y Julia y de la dulce compañía de Clara Campos, la hija de su mayordomo Esteban, quien se entrega sumisa a sus apetencias masculinas
“Logrado el triunfo juarista, Ocampo decidió volver a Pomoca, no obstante que el Presidente Juárez se negaba a aceptar su renuncia, argumentando que debía permanecer en la capital mexicana por seguridad de su persona”
Junio
Hacienda de Pateo
“El exsecretario de Relaciones en el gabinete de don Benito Juárez montó a caballo. Era el mediodía del treinta de mayo y las lluvias ya habían empezado a caer sobre las tierras de Maravatío. Cajiga, el jefe de la partida de “reaccionarios”, cargó con su prisionero hasta la hacienda de Pateo, antigua propiedad de don Melchor y la herencia que hubo a la muerte de doña Francisca Xaviera Tapia. El político juarista prisionero iba mal vestido para soportar las inclemencias del tiempo de aguas. En Pateo le dieron unas chaparreras.”
De Pateo a Maravatío
“La marcha de los “reaccionarios” llevando a su prisionero continuó incansable. El treinta y uno de mayo, por la tarde, llegaron a Tepetongo y de ahí siguieron a Huapango para entregar a don Melchor en poder del general Leonardo Márquez, quien se encontraba en el lugar en compañía de don Félix Zuloaga, general y presidente de la República reconocido por las partidas “reaccionarias”.
“Zuloaga entregó el prisionero al general Antonio Taboada. Se reanudó la marcha. El tres de junio llegaron a Tepeji del Río. A tiempo de esta llegada del prisionero con sus captores, las autoridades liberales en la capital aprehendían a los gobernadores de la Mitra, “doctor y maestro don Manuel Moreno y José, y doctor don Bernardo Gárate. En Tepeji encerraron a Ocampo “en el cuarto número ocho del mesón de las Palomas” y le pusieron “centinelas de vista”. Muy cerca del cuarto-prisión estaban alojados, en una casa cercana, Zuloaga y Márquez.”
“A las diez de la mañana entraron al cuarto del mesón para avisarle al prisionero que iba a ser fusilado. Un don Nicolás Alcántara le dio “un vaso de agua”. También le llevaron papel y tinta y don Melchor hizo su testamento.” “escribe con sencillez y claridad, como lo ha hecho siempre, para que se entiendan bien sus disposiciones: reconoce a Josefa, Petra, Julia y Lucila como hijas naturales y las declara herederas universales de sus pocos bienes; dispone que Clara Campos herede la quinta parte, dizque para compensar los servicios de mayordomo que le debe a su padre Esteban; nombra albaceas a José María Manzo, Estanislao Martínez y Francisco Benítez, sus tres mejore amigos, para que arreglen su testamento y cumplan su voluntad. Eso es todo por el momento; y tras de firmarlo y doblarlo cuidadosamente, pone el documento en manos del general Julio Taboada con la súplica de que lo haga llegar a sus albaceas”.
“Después de redactado el documento el hombre se dedicó a esperar. ¿Qué más podía hacer? Cuatro horas cayeron como paletadas de tierra sobre un ataúd. Dieron las dos de la tarde. De la puerta del mesón de las Palomas fueron saliendo soldados montados a caballo. Entre ellos, también jinete, el prisionero. Unos minutos antes el clérigo don Domingo M. Morales se había acercado a Ocampo para proporcionarle los auxilios de la religión católica. Don Melchor no lo aceptó diciéndole: “Padre, estoy bien con Dios, y Él está bien conmigo.”
“Los vaivenes de la lucha partidista y la impopularidad como firmante del tratado con McLane, todo ello dentro del seno del mismo Gobierno Liberal triunfante, molestaron a Ocampo, y él, perito en renuncias como ya se ha visto, renunció una vez más y ésta sí definitivamente.”
“El grupo salió de Tepeji al paso y se acercó a la hacienda de Caltenango, en donde el sentenciado a muerte quiso adicionar a su testamento algunas frases.” “que el (testamento) de doña Ana María Escobar se encuentra en un cuaderno en inglés entre la mampara de su lámpara y la ventana de su recámara; que deja sus libros al Colegio de San Nicolás, después de que sus albaceas y Sabás Iturbide tomen de ellos los que más les gusten. Como ha hecho antes su análisis de conciencia, suscribe esta modesta declaración: “Muero creyendo que he hecho por el servicio de mi país cuanto he creído en conciencia que era bueno.”.”
“Ocampo se coloca ante el pelotón y formula este último ruego: que no le tiren al rostro sino al pecho. ¡Así morirá de frente, sin que se del desfigure en el semblante su expresión de hombre de bien! Alguien se le acerca para decirle que se hinque; pero él se mantiene erguido y responde simplemente: “Estoy bien así, justo al nivel de las balas”. Suenan nutridos los disparos y cae como flor sobre el duro suelo.”
“Caminaron un poco más alejándose de Caltenango. Andrade, el jefe de la escolta, ordenó a don Melchor que bajara del caballo y de ahí dispararon sobre él los hombres del pelotón. Alzaron el cadáver y le pasaron una “cuerda bajo las axilas” y lo colgaron de un árbol.”
“Las manos piadosas de Apolonio Ríos ayudan a descolgar el cadáver, a lavarle el rostro, peinarle los cabellos, componerle las ropas para velarlo en la capilla del pueblo y trasladarlo luego a la ciudad de México. Mediante decreto que para el efecto expide, Juárez dispone que se le rindan los honores fúnebres “que corresponden al relevante mérito del ciudadano cuya funesta muerte se deplora y que con una energía sin ejemplo, con la más clara inteligencia y con una lealtad nunca desmentida, sostuvo constantemente los principios salvadores que hoy dominan en la República”. Una multitud dolida y expectante sigue hasta el panteón de San Fernando el cadáver del héroe. Antes, le hacen la autopsia de rigor y le separan el corazón para conservarlo intacto en el Colegio de San Nicolás, desde donde habrá de latir, día a día, al ritmo de Michoacán y de México. A nombre de la Cámara, don Ezequiel Montes pronuncia una sentida oración cívica para que las exequias culminen en una reiteración de fe: los que quedan en pie sobre la tierra de México, habrán de seguir su ejemplo y continuar su obra para asegurar el futuro destino de la nación. Y ahí, junto a la tumba de su amigo Miguel Lerdo de Tejada, muerto poco antes, queda el cuerpo de aquel hombre que hizo de la vida un deber, del trabajo una disciplina, del estudio una vocación, de la naturaleza un canto, del poder un medio de servir, del sacrificio una lección y de la idea liberal una fórmula de bien”.
“Llevan el cadáver a San cosme “Don Santos Degollado se presentó al Congreso pidiendo se le permitiera ponerse en campaña para vengar la sangre de ese patricio” Sale con tropas acompañado de Don Benito Gómez Farías.” “Por lo pronto, el Congreso declara a Zuloaga, Márquez, Cajiga y Lozada fuera de la ley, al margen de toda garantía en sus personas y propiedades, ofreciendo recompensas al que ‘liberte a la sociedad de cualquiera de estos monstruos’.”
“A vengar a Ocampo salió don Santos Degollado. Tomó el camino de Toluca al frente de trescientos hombres y llegó a ella el cinco por la tarde. El quince, por fin, se topó con los enemigos que le habían fusilado a don Melchor. La batalla fue en el monte de las Cruces y don Santos salió derrotado. Lo hicieron prisionero y mientras el cuerpo de su amigo don Melchor Ocampo se descomponía ya bajo la tierra, las balas de un pelotón de “reaccionarios” atravesaban el cuerpo de don Santos Degollado que había salido a vengarlo.”
¿Huacalco?
Años después de estos hechos, Ángel Pola entrevistó a Zuloaga sobre la muerte de Ocampo. Se lo entrega Lindoro Cajiga una mañana calurosa en Huacalco. “Ocampo y yo estudiamos en el Seminario situado en ese pedazo de manzana a espaldas de la catedral.” Zuloaga en esta entrevista se deslinda de haber dictado la orden de pasar a Ocampo por las armas; explica que un tal Márquez, subalterno o compañero suyo, dio la orden a Antonio Andrade Coro, jefe de su estado mayor, a que dijera a Taboada que por orden de Zuloaga fusilara al prisionero. Zuloaga se dice sorprendido y enfurecido por el suceso, pues ya muerto Ocampo, le llega una carta de su esposa y otra de Nicanor Carrillo donde le pide por la vida de Ocampo. Márquez adelanta la respuesta declarando que Zuloaga dictó la orden. Zuloaga dice habría mandado fusilar a Márquez, Coro y Taboada de no ser que lo crítico de los tiempos lo hicieren desistir de la idea.
Fuentes:
Mena, Mario,“Melchor Ocampo”, 1959
Pineda, Salvador, “Vida y pasión de Ocampo”, 1959
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