ERRADICAR LA POBREZA MORAL, ES POSIBLE. Una reflexión.

Alejandro Cea Olivares

Ciudad de México 18 de octubre del 2022

El 17 de octubre está dedicado a la Erradicación de la Pobreza. Si este día estuviera dedicado a difundir acciones para quitar algunos de los daños de la pobreza, o a bajar el número de pobres, sería fecha respetable; pero el dicho «erradicar la pobreza», en un mundo con tantos pobres, parece burla.

Jesucristo, que no fue sociólogo, dijo: “Pobres siempre habrá entre ustedes” y por tal motivo a todos nos obligó a hacer algo por los cercanos, por el prójimo. Para los días que corren, este hacer algo está pasado de moda. Le dejamos al gobierno la responsabilidad del asunto de la pobreza y como son muchas las necesidades y mucha la ineficacia del gobierno, la pobreza va creciendo. Para empeorar la situación, a alguien se le ocurrió decir que: “No hay que dar el pescado sino enseñar a pescar” y esa excusa ha servido a muchos, en lo que se convierten en maestros, para no dar nada a nadie.

Siendo realistas, las grandes acciones sociales para elevar el bienestar de muchos o las revoluciones para quitarle a los pocos que tienen mucho no están en nuestras manos; sí lo está el dar algo a alguien. En este día recuerdo algunos ejemplos vivos que no erradicaron a la pobreza, pero que sí ayudaron. Recuerdo a tres mujeres: doña Amparo, doña Esther y una anónima.

La casa de Doña Amparo Morfín viuda de González Luna en Guadalajara era casi una biblioteca con los libros de su esposo, don EfraÍn. La casa, diseñada por Luis Barragán, hermosa y de muy mexicana arquitectura. Tenía, además, un piano de cola heredado de sus mayores que ella tocaba muy bien. Ahí en la terracita de entrada una banquita y una campana que diariamente sonaba tres, cinco, diez, o más veces. Excepto en la hora de su rosario y cuando presidía la comida con sus hijos, doña Amparo se levantaba al toque de campana. Al momento de abrir la puerta gritaba: ¡¿Qué se ofrece?! ¡Siéntese por favor!, y ahí una familia, una mujer con un par de hijos, un hombre sólo, le contaban su necesidad: la comida que desde la mañana no habían probado, el dinero para una medicina, un trabajo y, en muchos casos, sólo el consuelo de ser escuchados. Eran parte de la vox populi los bienes que se ofrecían en la famosa banquita.

Doña Amparo a algunos los pasaba a comer, “un recalentado, aunque sea”, a muchos daba una despensa, un dinero; a todos una mirada cariñosa, un trato digno. Muchos volvían días después, mismos en los que doña Amparo movía sus relaciones para ayudar a resolver el problema.

Siempre aclaraba: “Lo que doy no es mío – Efraín poco me dejó – lo dan mis amistades de la Congregación Mariana del Templo de San Felipe de Jesús de Guadalajara y otras. Doña Amparo no erradicó la pobreza, ni lo pretendió, sencillamente se portó como prójimo amoroso con quien lo necesitaba. Ayudó a muchos a no sentirse sólos, a resolver su problema. Su casa, la casa de don Efraín, la convirtió en una casa de servicio y de fé. Alguna vez la escuché regañar airadamente a hijos y nietos: ustedes mucho inglés, mucho viajecito a Europa y no saben ni las letanías del Rosario, ni ayudan a nadie, no entiendo para que estudiaron. Esa era doña Amparo.

Doña Esther Olivares Aguirre trabajó durante años con gente muy pobre en estancias infantiles y en escuelas primarias de zonas urbanas de miseria no sólo económica, sino moral: comenzaba la violencia, dominaba el alcoholismo; la delincuencia se apoderaba de algunas calles. De cada familia, de cada alumno – y fueron cientos – recordaba su nombre y apellido y ponderaba sus capacidades. “Vieras decía, los López Heredia qué inteligentes son; son de diez”; “Estoy tan contenta, Lucía ya terminó su curso para modista y con unos centavos – nunca decía que eran de ella – abrirá su taller”, etc.

En sus escuelas, además de buen servicio, se ofreció a las madres algo más que las dignificara, que las hiciera sentirse mejor: formó con las mamás grupos de baile tradicional, daba clases de cocina, ofrecía conferencias con personas en realidad de alto nivel, como don Mariano Azuela y, asunto curioso, pero de gran importancia, les daba a las mamás su firma de aval para la compra de estufa de gas y refrigerador. «Sin ellos ¿cómo van a mejorar su alimentación y gastar menos?» decía. Doña Esther acercaba a las familias a oportunidades de crecimiento o de solución de problemas: empleo para los papás y mamás, becas para continuaran estudios a los egresados de sus escuelas, solución de problemas de salud. Era su tarea permanente.

Al igual que doña Amparo, su oficina o la sala de su casa eran los lugares en los que se escuchaban penas y se resolvían asuntos; la mesa de su comedor tenía, en muchas ocasiones, la presencia de los muy pobres, a quienes sin mayor escrúpulo invitaba y sentaba con sus amigas de recursos. Para ella todas eran sus amigas, sus comadres. La vi llorar y ponerse de luto con la muerte de algunas de ellas: la que vendía hules en la calle, la que vendía limones. Como doña Amparo, con pocos recursos propios, utilizaba sus relaciones y sus amistades. Alguna vez dijo: no me da pena pedir, al contrario, les hago un favor a mis amigas que tanto tienen para que en algo ayuden a quien lo necesite.

Doña Esther apartaba no sé qué porcentaje, si el diez o el veinte por ciento de lo que llamaba sus gastos superflúos, así con ese acento lo decía y se reía. Fuera un café en Sanborns, fueran sus vacaciones o la compra de un perfume, de todo gasto algo se iba al guardadito. Cuando murió me enteré que con ese guardadito apoyaba a tres amigas que vivían una vejez digna, pero sin recursos: completaban con ello la renta, el gasto normal. También me enteré, no sé si con ese guardadito, que el lechero hacia entregas a unas familias cercanas muy amoladas a quien también les llegaba la despensa. Tampoco erradicó la pobreza. Con sencillez ayudó, abrió caminos y, sobre todo, fortaleció la autoconfianza y dignidad de muchas mujeres.

Tengo cerca, en mi casa, a otra persona de la que funjo, como se dice hoy, de pareja sentimental, que ante los problemas de pobreza no sólo económicos sino morales dice: “no podemos resolver nada de esto, pero sí podemos apoyar a los que están cerca y cuando lo necesiten”.

Así en los días de pandemia, con gran finura convenció a varias vecinas con maridos sin trabajo que hicieran juntas la compra de frutas y verduras y que, por mientras, ella pagaría todo. Supe por otras personas de pagos que hizo de colegiatura y de cursos a jóvenes vecinos para que pasaran con bien su examen de admisión a media superior, y – me movió el tapete – me enteré de que a familias con problemas las acercó a un buen y no barato psicólogo.

Al igual que doña Amparo y doña Esther, esta mujer no tiene grandes recursos. Distribuye, íntegro, lo que recibe por ser de la tercera edad, a cercanos con poco dinero, y cada vez que va a la compra de abarrotes, de frutas, de verduras, de carne, etc., compra casi el doble: de ahí salen un par de despensas. Todo en plan de amigas, de comadres, de apoyo que no se hace notar.

Lo que estas mujeres ganaron es mucho. Al apoyar a quien lo necesitaba ampliaron y enriquecieron enormemente sus relaciones sociales, conocieron formas culturales y familiares diversas a las propias, y lo que es maravilloso: valoraron los esfuerzos, la calidad de vida, las virtudes de la gente pobre. Terminaron admirando al vecino sin recursos por sobre el compadre millonario. Tuvieron muchos nuevos amigos.

Ignoro si formaron mejor a sus hijos o a sus cercanos: el peso del consumismo y la tentación de avaricia son muy grandes. Lo que sí sé es que ayudaron a construir una sociedad más fraterna, tolerante. Muy diferente a lo que otras familias dañan cuando, sin dar nada a nadie, construyen la gran casa, realizan viajes caros, gastan en escuelas malas pero costosas para los hijos, procuran su dinero en el extranjero, etc., todo con la excusa de que lo hacen por la familia y lo más vergonzoso, este horror más que apoyado, obligado por la mujer, figura a la que antes le correspondía ser la parte buena, generosa.

Este día mal llamado de Erradicación de la Pobreza me vinieron las ganas de compartir el ejemplo de estas mujeres, estoy seguro que tú tienes a la mano otros. No tengo pruebas, pero estoy seguro que con una banquita y una campana como la de doña Amparo; una sala y comedor de su casa abiertos a gente pobre como lo hacía doña Esther o en un repartir de lo que tiene como lo hace la señora que refiero, no estaríamos sufriendo tanta delincuencia ni separación social

Esto de Erradicar la pobreza, insisto, es una vacilada; pero esto de ayudar con lo que se tiene y dejar de atesorar no es una vacilada; es un asunto en que nos va nuestro desarrollo como persona, nuestra tranquilidad, nuestro propio enriquecimiento. Demos pues a este día un nuevo sustantivo: Día para Erradicar la Pobreza Moral de los que mucho tenemos. Ahí están los ejemplos.


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