El Batallón Matamoros de Morelia en la Guerra de Conquista (1846-1848)

Por: Raúl Jiménez Lescas, parte 1.

Cuando el ejército de Estados Unidos de América inició su avance para conquistar México en 1846, el Estado de Michoacán cumplía apenas 21 años de haberse erigido como entidad federativa, y contaba con aproximadamente medio millón de habitantes. Desde la guerra de Independencia, la provincia michoacana fue seriamente afectada y sacudida por diversas confrontaciones internas, azotada por el cólera, afectada por las convulsiones nacionales (luchas intestinas entre centralistas y federalistas), y necesitaba enfrentar como toda la Nación mexicana la guerra emprendida por el presidente Polk.

Se trató de una Guerra de Conquista, pues el objetivo primordial perseguido por el gobierno de los Estados Unidos, sus poderosos e influyentes grupos económicos (sobre todo los esclavistas del Sur) y el ejército de intervención, fue conquistar vastos territorios mexicanos a fin de expandir la Unión Americana y evitar, decían ellos, la influencia de las potencias europeas en el continente. Polk anotó claramente en su Diario sobre los “territorios que hemos conquistado” a México. Por ello, creemos que nuestra historia debe usar con fuerza el concepto elaborado, al calor de los acontecimientos, por Mariano Otero de la Guerra de Conquista.

Preparativos del Batallón Matamoros de Morelia

Como se recordará, el 13 de enero de 1846, se dió la orden para el avance de las tropas yanquis sobre suelo mexicano, sin que fuera declarada formalmente por el Congreso de ese país, la guerra a México. Un joven de entonces, Isidro Alemán, recordó el estado de ánimo de los morelianos, al enterarse de los preparativos de la invasión a nuestro país. Escribió que las noticias: “… habían excitado de tal modo el sentimiento patrio de los morelianos, que no se hablaba de otra cosa en lo público y en lo privado, mostrándose todos los individuos sin excepción, animados del más vivo deseo de contribuir con sus fuerzas a la defensa de la patria.” México entero era una plaza de guerra, decía Don Guillermo Prieto.

José María Roa Bárcena, escribió en sus apuntes de 1883: “En San Luís (Potosí) se reunieron á formar la base del nuevo ejército del Norte los restos de la división de Paredes, trasladados de México (…) y los capitulados de Monterrey, componiendo (…) fuerzas un total de 7000 hombres. Al moverse Taylor á ocupar el Saltillo, se creyó que amagaba a San Luís y se procedió á fortificar la ciudad. Los estados de Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Querétaro y Aguascalientes, el Distrito Federal y el mismo Estado de San Luís y su gobernador Adame, ayudaron activamente a la formación de las divisiones de Santa-Anna…”.

Estos documentos y testimonios de aquellos años, dan una muestra de que los michoacanos no fueron indiferentes a la Guerra y, por el contrario, participaron activamente en la resistencia nacional. Sin duda, su participación más conocida fue la del Batallón Matamoros de Morelia, formado por voluntarios de la Sociedad Civil (laboriosos artesanos, honrados padres de familia y jóvenes de familias distinguidas), a diferencia del Batallón Activo de Morelia, integrado por militares (a través de la gleba o por profesión).

El Batallón Matamoros de Morelia

El 1º de abril de 1847, Morelia amaneció con la noticia de que los yanquis, al mando del General Scott, habían bombardeado y ocupado Veracruz, por lo que, los morelianos más impacientes acudieron al gobernador Don Melchor Ocampo “… ofreciéndole sus personas para organizar fuerzas y contribuir a la defensa de la integridad del territorio nacional.”

El 4 de abril, al filo de las 10 de la mañana, en el edificio del Colegio de la Compañía de Jesús (hoy Palacio Clavijero) se concentraron unas 4 mil personas para constituir el Batallón Matamoros de Morelia.

Nada de este entusiasmo, al sumarse a la resistencia nacional al invasor, hubiera sido tan importante si desde el gobierno de la entidad no hubiera existido la disposición y el impulso para promover la resistencia. Ocampo, una personalidad muy destacada de los liberales, como gobernador, tomó la iniciativa: “… ¿cómo hacer la guerra? ¿Tenemos masas organizadas?
¿Podemos reunirlas e improvisar su disciplina? ¿Tenemos armas con que hacer útil esa fuerza?”. Y respondió: “Por triste que ello sea, es necesario decirlo: nada tenemos, y el enemigo lo sabe, por la íntima persuasión de que la guerra es nuestro único recurso, la voluntad de hacerla y la certeza de que una paz que hoy se firmara no produciría ni las bajas y mezquinas ventajas que sus partidarios pretenden sacar de ella.”

Por ello, propuso: “Hagamos pues la guerra; pero del único modo que nos es posible. Organicemos un sistema de guerrillas, ya que no lo ha formado el entusiasmo popular, que en otras naciones ha sido su origen. Abandonemos nuestras grandes ciudades, salvando en los montes lo que de ella puede sacarse, porque perjudicial, a más de estéril, sería su defensa, si alguna se pretendiese, pues sólo produciría la destrucción material de sus edificios, por la dotación pirotécnica de nuestros enemigos y el aumento de sufrimiento para los infelices que en ella queden, porque la resistencia no haría sino irritar al enemigo (…) imitemos la táctica de nuestros padres en su gloriosa lucha contra el brillante tirano del siglo XIX.”

Desde el gobierno se autorizaron la formación de dichos grupos en el medio rural, por lo cual en junio de 1847, “… se giraron despachos a favor de Rafael Pimentel, José María Orozco y Bernardino Salinas para que formaran guerrillas en la jurisdicción de Ario, y días después el presbítero Juan de Dios Santoyo, José María Díaz Barriga, Juan Orozco y Tranquilino Cortés, recibieron órdenes de proceder de igual forma en el rumbo de la Huacana.”.

El viejo insurgente oaxaqueño Carlos María de Bustamante opinaba de manera semejante, sobre la utilidad de las guerrillas para resistir al invasor, en referencia a los desaciertos del general Santa Anna en la Batalla de Cerro Gordo (Veracruz). Por otro lado, el gobierno promovió la conformación de las Juntas Patrióticas, que consistían en grupos de voluntarios abocados a la tarea de juntar recursos económicos, armas, municiones, ropa y alimentos para las tropas michoacanas. La señora Dolores Alzúa de Gómez fue una activa promotora de una Junta en Morelia, según comunicación oficial del gobierno (4 de diciembre de 1846), éste dio cuenta de los recursos enviados a los soldados en San Luís y recolectados por esas Doñas. Estos testimonios expresan que la resistencia de los michoacanos fue a varios niveles: con acciones civiles de apoyo, guerrillas y Batallones para integrar la entonces Guardia Nacional.

El 4 de abril de 1847, se efectuó la reunión que daría origen al Batallón Matamoros de Morelia. La sede fue el hoy Palacio Clavijero y fue presidida, entre otras importantes figuras de la política michoacana, por el gobernador de la entidad, Melchor Ocampo y Santos Degollado. El gobernador se dirigió a los ciudadanos reunidos con una breve elocución y “… procedió luego a organizar el cuerpo de infantería, otro de caballería y una batería de artillería.”. En los corredores del alto y colonial edificio, se escuchó el grito de: ¡un paso al frente los dispuestos a defender la Patria!, el entonces joven Isidro Alemán, recuerda que más de mil morelianos dieron el paso al frente dispuestos a dar su vida en esa guerra contra los invasores. Pero sólo 800 ciudadanos fueron “… escogidos para formar un batallón de infantería al que se le dio por el ciudadano gobernador el nombre de Batallón Matamoros de Morelia.”. Más tarde, hubo deserciones y, al parecer, llegaron unos 600 voluntarios a la capital del país.

Se conformaron 8 compañías para el Batallón: una de granaderos, otra de cazadores y seis de fusileros, cada una con sus respectivos jefes y oficiales, según se establecía en el Reglamento de la Guardia Nacional decretada por el gobierno de la República en 1846. El Batallón fue acuartelado en el llamado Cuartel del Piquete; se les entregaron fusiles ingleses de chispa; por la mañana realizaban sus ejercicios de armas en la plazuela de San José y, al caer la tarde, practicaban los denominados ejercicios de táctica, ahí en el Llano de la Cantera. En mayo, el gobierno decidió mandar a confeccionar la bandera del Batallón, para lo cual le encomendó la tarea a Doña Francisca Ramiro de Montaño, que confeccionó esa histórica Bandera (hoy en día a resguardo en un nicho de la Biblioteca “Melchor Ocampo” del Colegio de San Nicolás de Hidalgo, en un deterioro creciente y no expuesta al público).

El 26 de mayo, los soldados recibieron sus uniformes que consistieron “… en levita y pantalón de paño azul corriente, con cuellos, puños y franjas de paño carmesí, y gorra de cuartel con visos y borla del mismo color carmesí.”. Un día después, el Batallón partió, en medio de aplausos y fanfarrias a defender la capital de la República. Se concentró muy temprano en la Plaza de Armas de Morelia. Se llevaron a cabo los honores reglamentarios. El cura franciscano, fray N. Héjar ofició una misa, bendijo la bandera y, según Isidro Alemán, “predicó un sermón patriótico”. Tras la descarga de fusilería y la arenga de Melchor Ocampo, a las 9:30 de la mañana, la columna del Batallón marchó a su misión.
Las palabras pronunciadas por el Gobernador, aún las podemos escuchar, “Mis amigos”, les dijo:
“Acabaís de jurar que sereís fieles a vuestra bandera, es decir, que lo sereís a vuestra patria como soldados; sin jurar, vuestro interés está en serle fieles como ciudadanos. La pobre México, en medio de su angustia, se reposa en el valor de sus buenos hijos, ¿querrías hacerle perder toda la esperanza? No; Michoacán, la cuna de los héroes, la tierra clásica de la libertad en la república, no puede tener hijos que la traicionen, que la engañen con un juramento sacrílego. ¿Sería el Batallón Matamoros el primero que deslustrase el buen nombre de Michoacán? ¿Sereís vosotros los que hagaís maldecir a vuestro Estado y que caiga de su antiguo renombre? No, mil veces no; vais a representar en el ejército nuestras antiguas glorias: aumentadlas (…).
“Os considero en este momento como mis hijos: grave pena me causa separarme de vosotros, en cuya compañía quisiera marchar; pero os debo decir como las espartanas: volved con el escudo o sobre el escudo. El astro de México aún brilla, aunque empañado; la inconstancia será su horizonte, no permitáis que tras de ella se oculte.

“El mundo puede llenarse de vuestra fama, no dejéis escapar la ocasión de atraernos sus miradas de benevolencia. Marchad, que nuestros votos os acompañan, nuestras bendiciones os esperan: contad con todo con vuestro amigo.”

Su itinerario fue del 27 de mayo al 8 de junio (un recorrido de 13 días) desde Morelia hasta pisar la capital del país; su entrada fue por la Garita de Belén; tras pasar revista bajo el balcón presidencial del Palacio Nacional y recorrer diversas calles citadinas, se alojaron en el convento de San Diego. El miércoles 8 de junio, por disposición del ministerio de Guerra se agregaron al Batallón de la 3ª Brigada de Infantería al mando del general, Joaquín Rangel. Por esos días de junio, se le unió la Compañía Revolucionaria de Angangueo Fieles de Cóporo de 34 hombres.

Continuará


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