Por Luis Mac Gregor Arroyo

Foto de Valeria Boltheva en Pexels

De dónde vienen con sus faldas cortas, enseñando pierna. Se sientan y abren sus extremidades apenas ocultando con la tela que cae lo que está en la entre pierna.

Cómo es que aparecen esas que se sientan con pantalones de tela tan pegados, que parece que al sentarse en una mesa cercana, la tela se les pega en la parte media de en medio del cuerpo, y pareciera que uno ve una radiografía de sus partes; negadas para el que está tratando de concentrarse con una taza de café en la mesa de al lado.

Y qué hay de aquella otra que despierta al mundo y platica con su madre moderna, quien la tuvo muy joven, y habla de que de todos sus amigos sólo tiene uno normal que desea casarse y tener hijos con su mujer; mientras sus otros conocidos practican todo menos lo ortodoxo. Finalmente, ella todavía no decide qué quiere.

Así va pasando la hora mientras que el cliente, quien pidió un café grande, no puede concentrarse de toda la tontera que siente, robándole atención la vista distraída y el oído divagante, cuando desea estar atento a su trabajo, una faena que se repite cada tercer día. Hay que sentarse y esperar a que se de un milagro o, de lo contrario, de perdida, el milagro será el trabajo logrado.

Aún a los más gruñones –increíble, pero cierto– el destino siempre brinda una oportunidad al día. Él se preparó. Se concentró en estar indemne ante la vorágine del libido externo, para estar a punto cuando el momento llegara. No importaba la hora ni el clima. Siempre aparecía la oportunidad. Sólo había que ser natural.

Entonces entra ella, alta, con chaqueta de cuero y unos jeans un tanto justos; pero no tanto. Él, sin estar al tanto, se forma para pedir un café más. Está tan distraído que se le encima a ella. Le pide perdón. Inicia la conversación. Esta fluye… ¡Al fin! Ya hubo más que una con las telas pegadas.