MARX, CASTRO, CHÉ GUEVARA

El siglo XIX es el de las revoluciones por antonomasia. La lucha entre el Nuevo Régimen, llamado Liberalismo, y el Antiguo Régimen, conocido por Feudalismo, en una pugna titánica desencadenada a raíz de la Revolución Francesa, cuyas ideas humanistas y humanizadoras, trataban de hacer una sociedad de hombres libres y en igualdad, unidos por el esfuerzo fraterno común de prosperidad para la patria, muy en contraposición a la tradicional sociedad Feudal, donde los estamentos del Rey y la Nobleza, el Clero, y los campesinos y artesanos, formaban compartimentos prácticamente estancos, donde se practicaba el vasallaje de los dos primeros estamentos, sobre los campesinos y artesanos, los cuales conformaban el grueso de la población social de las naciones-reino. Vasallaje, que no vamos a engañarnos, venía a constituir un trato tirano y esclavista.

Dentro del Liberalismo, se pueden distinguir dos ramas: los progresistas y los conservadores. Los progresistas eran aquellos que hacían una lectura mucho más auténtica y radical de las ideas revolucionarias francesas, mientras que los conservadores, todavía participaban de algunos ramalazos del feudalismo, y no se atrevían a romper con el Antiguo Régimen de manera drástica. Fue en el área progresista del Liberalismo, donde se desarrolló la filosofía de Karl Marx, como una reacción a las injusticias que se notaban de manera manifiesta, en otra revolución que se llevaba a cabo al mismo tiempo, de manera paralela, como fue la Revolución Industrial, donde se generó una nueva clase social de parias y marginados, como era el proletariado. Los proletarios eran la mano de obra que movía la industria de aquella Revolución, generada a raíz del hallazgo de las posibilidades del carbón como fuente de energía, unida a la fuerza del vapor de agua, los cuales, asociados, desencadenaban el poder que movía toda clase ingenios, desarrollados para facilitar la producción de un sinfín de bienes, que desarrollaban a la sociedad, permitiendo el progreso de la misma, con el inconveniente de la marginación obrera proletaria, que vivía en condiciones deplorables, oprimida por la burguesía industrial, en una especie de vasallaje que todavía sobrevivía del Antiguo Régimen feudal.

La filosofía marxista, constituyó una revolución, la revolución de la liberación obrera, dentro de la propia revolución que llevaba a cabo el liberalismo progresista, llegando en erigirse esta revolución marxista, en una radicalización del progresismo, que tuvo su enquistamiento más claro, en la Rusia zarista, donde la nación Rusa al completo, adoptó el Comunismo propuesto por Marx, en muchos de los puntos expuestos por su ideas filosóficas, tras el derrocamiento del régimen absolutista y tiránico de los Zares.

Todo esto sucedía en Europa, mientras que en Latinoamérica, donde la independencia de las metrópolis española y portuguesa, fue una revolución completamente liberal, en un principio, posteriormente, no logró avanzar ni calar el liberalismo, en las estructuras sociales latinoamericanas, las cuales, en lugar de transformarse paulatinamente, como ocurrió en Europa, se quedaron congeladas, pese al triunfo político de las repúblicas, en un conjunto de naciones gobernadas parlamentariamente, cuya incidencia política, pese a ser de tipo liberal, no supo realizar el cambio social que pedía el Nuevo Régimen del liberalismo.

De tal manera, permanece en Latinoamérica la injustica social, y una pobreza lacerante, que va a instar al surgimiento de revoluciones locales significativas, como la mexicana de principios del siglo XX, o la cubana de la década de 1950, donde van a surgir figuras míticas en sus principales líderes: Villa, Zapata, Castro, el Ché Guevara… todos ellos imbuidos de las ideas marxistas, de una sociedad que se desarrolle en comuna, donde las tierras y los medios de producción pertenezcan al Estado, que reparte la riqueza entre el pueblo, al tiempo que cuida de sus necesidades sanitarias, educacionales, etc.

A pesar de que en Cuba se mantiene el régimen que derivó de la revolución llevada a cabo por Castro, debemos constatar el fracaso de esta revolución, donde subsiste la tiranía del propio régimen sobre la sociedad cubana, al tiempo que se mantiene en pobreza, en gran parte debida al bloqueo de los Estados Unidos sobre la isla. Por otro lado, quedó manifiesta la corrupción dentro del Gobierno castrista, cuando, al morir Castro, se realizó inventario de sus bienes personales, saliendo a la luz la ingente cantidad de lujos y propiedades, de los cuales había abjurado cuando triunfó la revolución, medio siglo antes. No ocurriera lo mismo con la otra gran figura revolucionaria cubana, el Ché Guevara, que lejos de acomodarse en el despacho de un Ministerio, como le ofreció Castro, abandonó por coherencia los lujos del poder, y continuó realizando la revolución armada, para morir empuñando las armas guerrilleras, en Bolivia.

FRAN AUDIJE

Madrid, España, 20 de febrero del 2023


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