VAGOS Y MALEANTES

Durante la II República, con Manuel Azaña como presidente, se promulgó la controvertida ley de vagos y maleantes, la cual, posteriormente, fue endurecida por los gobiernos de Lerroux, y durante el régimen del General Franco. En la época de la democracia, Felipe González derogó la ley de vagos y maleantes, la cual, entre otras medidas, cargaba contra la homosexualidad, a la cual consideraba delito.

Descontando la incriminación que esta ley hace de la homosexualidad, que considero un verdadero recorte de la libertad, por más que dicha opción de la sexualidad pertenece al aspecto más íntimo de la persona, y me parece que la intimidad se debe respetar como algo sagrado, puesto que es de donde parte la libertad del ser humano, en lo que atañe a la preocupación de esta ley por evitar que mucha gente se eche al monte, o se tire al barro, de ir por la vida, como se suele decir, sin oficio ni beneficio, cayendo con facilidad en temas de delincuencia, puesto que tal es la deriva del que no hace nada, y se dedica, como lógica consecuencia, a fijarse en lo que hacen los demás, incurriendo en tentaciones de obstaculizar o de impedir la realización de la vida de las personas de provecho social, que deberíamos ser todos, porque la sociedad se mantiene con las aportaciones que, de una u otra manera, hacemos cada uno y cada cual, la mencionada ley, me parece bastante oportuna, y muy poco descabellada, a pesar de las críticas que ha recibido desde siempre.

Tengamos en cuenta que, el mundo del Derecho, es completamente dinámico, porque regula la convivencia de la sociedad, y la sociedad no va a piñón fijo, sino que pasa por épocas, por coyunturas, y por circunstancias, a las cuales se deben adaptar las leyes y normas que nos rigen. El Derecho, pues, se encuentra al servicio de la sociedad, de modo que procure la subsistencia de la misma, su progreso, y su prosperidad. A medida que cambia la sociedad, o que esta atraviesa determinados procesos, las leyes y normas cambian, unas veces adaptándose a las realidades, otras veces incidiendo en los cambios que se pretenden provocar de manera beneficiosa.

Es fácil comprender que, los legisladores y gobernantes, son también analistas sociales, observadores de lo que ocurre entre nosotros, y preparados en todo momento para crear ordenamientos que regulen lo que está pasando, o lo que se prevé que debería pasar, de modo que vivamos en un ámbito adecuado para la realización humana de las personas.

En este sentido, debemos señalar la idiosincrasia del pueblo español, o la tendencia de nuestro carácter popular, que, aún estando sujeto a la evolución y al cambio, presenta unas características muy peculiares marcadoras de una tendencia, debido a la permanencia en el tiempo de ciertos condicionantes climáticos y geográficos, sobre todo. España es un país con un clima que podríamos calificar de benigno, con bastantes horas de cielos despejados, y de sol y claridad lumínica, además gozando de temperaturas bastante moderadas y agradables. Por otro lado, contamos con alta calidad de tierras para la agricultura, posibilitadora de una rica gastronomía. Los paisajes españoles son de gran belleza y muy variados, según las también diversas regiones.

Dicho panorama, suscita en las personas un marcado carácter hedonista, con gusto por disfrutar los placeres del buen clima, y todos los asociados a este accidente que propicia la privilegiada posición de la península ibérica en el globo terráqueo. Como consecuencia, España es un lugar de folclore y fiestas, donde se celebra todo, gozando los placeres gastronómicos y culturales, a su vez derivados de esta necesidad de salir a la calle y a los campos, para disfrutar del sol y de la belleza paisajística.

Estos condicionantes del carácter español, siendo muy buenos, pueden presentar inconvenientes en ciertas personas, que malinterpreten este código de vida alegre y desenfadada, derivando la alegría, en pasividad ante el deber de contribución al crecimiento y funcionamiento sociales, e incentivo de la filosofía de vivir «sin dar palo al agua», y de vivir apalancado en el esfuerzo de los demás, con la clara peligrosidad, tan frecuente, de incurrir en actividades delictivas.

Esto es lo que, básicamente, trataba de evitar la ley de vagos y maleantes: un país y una nación, que entrara en la deriva del vicio y de la depravación, puesto que existe tal tendencia, como hemos analizado. La intención era muy buena, y, quizás, sea posible corregir este natural desvío, al que somos proclives por naturaleza, no ya en una sola disposición legal, sino a lo largo de todo el ordenamiento jurídico, con sanciones a la mediocridad, e incentivos a la actividad y al desarrollo profesional.

FRAN AUDIJE

Madrid,España, 21 de abril del 2023


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