La disputa por el poder militar ha producido en Sudán un estallido de alcances imprevisibles. Desde el sábado 15 diversos enfrentamientos por el control militar de bases militares y aeropuertos, anunciaron una conflagración que hoy lunes, tras el fracaso de los intentos de intermediación, ha cobrado ya la forma de una guerra civil encabezada por dos generales: Abdel Fattah Al-Bourhane, líder de la junta que dirige el país desde 2021 y Mohammed Hamdan Daglo, mejor conocido como «Hemetti», número dos de la junta y general al frente de las Fuerzas Especiales (compuestas por milicianos yanyawid acusados de cometer atrocidades durante la mortífera guerra en Darfur y acusados de reprimir la revuelta que puso fin, en 2019, a la feroz dictadura islamista de treinta años de Omar al-Bashir). La disputa no es nueva. Ya desde agosto de 2022, Hemetti había declarado que el gobierno, emanado de un golpe militar y del que hasta el fin de semana formaba parte, había fracasado «y la situación -según dijo entonces- no hace más que empeorar». No le faltan razones: la inflación ha escalado a un 200% y en lo que va del año el precio de la canasta básica ha subido casi un 60%. La noticia, sin embargo, constituye un duro golpe para quienes albergaban, dentro y fuera de Sudán, la transición hacia un régimen democrático (las elecciones presidenciales estaban programadas para julio de este año). Prevalece asimismo la incertidumbre sobre los actores políticos civiles de Sudán, algunos de los cuales han sido aprehendidos y otros se ignora su paradero, especulándose que pudieran estar escondidos. “Debajo de la apariencia de caos en Jartum (la capital), hay dinámicas políticas en juego y ninguna de ellas es realmente favorable a los demócratas” según Jean-Philippe Rémy, jefe del departamento internacional de Le Monde. Hemmeti se ha declarado reiteradamente a favor de los demócratas pero es difícil tomarlo en serio (dadas las terribles acusaciones que pesan en contra de sus fuerzas). En cuanto al Gral. Al-Bourhane, decididamente no está a favor de la democracia y su modelo es el Egipto del mariscal Al-Sissi. Existe asimismo preocupación por la eventual aparición en el escenario de yhadistas sudaneses así como por la reactivación de los servicios de seguridad del dictador al-Bashir y de su partido político (Partido del Congreso Nacional). Expertos señalan que la actual situación, dada la larga tensión que precedió el estallido, demuestra la poca o nula intervención diplomática durante la gestación del conflicto, pero no se descarta que, habiendo estallado, la guerra sea alentada por potencias regionales (como Egipto, que ve a Sudán como un país vasallo) o incluso mundiales (como los Estados Unidos, Rusia o China). La fuerza de los factores internos que condujeron a esta situación es considerable y es de preverse que la conflagración puede ser duradera y atroz. La inestabilidad regional no favorece una salida política: tanto Sudán del Sur como Etiopía hacen esfuerzos por salir de sus propios conflictos armados, y esta última nación sostiene importantes reclamos territoriales contra Sudán, que podrían complicar aún más esta situación en el corazón del África. Al día de hoy, la OMS calcula en 420 el número de víctimas mortales por los enfrentamientos militares y en más de 3,500 los heridos. (Con información de Le Monde)
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