Una de las características que mejor definen a las dictaduras totalitarias, es la política facciosa de sus gobernantes, en diversos sentidos, entre ellos el de la tendencia total o parcial, a beneficiar a una camarilla de sujetos y de grupos sociales, que apoyan y apuntalan a aquel gobierno totalitario, los cuales, consiguientemente, son pagados o beneficiados, económicamente y con toda clase de prebendas.
Dicha circunstancia, provoca una brecha amplia social, entre el poder, y sus acólitos, ya sean personajes concretos, o una masa social muy determinada, y el resto de la sociedad de aquella nación. Resto social, que vive una situación de opresión, que podríamos calificar también de esclavismo, por parte de esa facción social que está apoyando al poder totalitario, y cuyo poder instrumentaliza a ese apoyo social faccioso, sirviéndose del mismo para, como hemos indicado, mantenerse y sobrevivir, a costa de pisar al resto de la nación. Y utilizo el término «pisar», en su más clara connotación de humillación y de robo de la libertad.
De tal manera, acabamos de definir lo que son las castas sociales, y el poder caciquil que las dirige, a la vez que hemos descrito muy bien el efecto que comporta sobre el resto de la sociedad, que malvive subyugada ante semejante mafia encaramada al poder del Estado.
Es frecuente, entre los simpatizantes más comprometidos con las ideologías, ya sean de izquierdas o de derechas, pensar que los otros son los malos, y que nosotros somos los buenos, en el sentido de que nosotros representamos la libertad, y los otros son los opresores. Ante dicha realidad, que nos habla de una ingenuidad ciega, tengo que alegar, desde mi experiencia personal, que no son tan importantes las ideologías, como los líderes encargados de traducirlas en política.
El líder es una persona, no es un dios, con defectos y virtudes, que cuenta con carencias, y susceptible de equivocarse y de errar. Este factor humano o personal del líder, al que la mayoría tiende a endiosar o idealizar, equivocadamente, es determinante a la hora de generar climas sociales más o menos próximos al totalitarismo, incluso dentro de un régimen declarado nominalmente como democrático en Estado de Derecho.
A todo esto, debo añadir, que la grandeza de las naciones se mide por la libertad de la que goza el pueblo o la ciudadanía, y por lo alejada que esté la misma del caciquismo y de las castas sociales. Un pueblo subyugado, ante un poder totalitario, que viola los derechos humanos en impunidad, es un pueblo que pertenece a un país donde impera la mediocridad. Será una nación incapaz de prosperar, porque a los poderes totalitarios y corruptos, no les interesa evolucionar ni superarse, sino quedarse estancados en sí mismos, en ese barro mierdoso del esclavismo, que mantiene a unos en una vida opípara y chabacana, y a otros, que no tienen porqué ser los más, en una miseria moral, y en el ostracismo injusto.
FRAN AUDIJE
Madrid,España, 5 de mayo del 2023
Descubre más desde REVISTA UNIDAD PARLAMENTARIA
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.
