Nos merecemos un buen domingo de tranquilidad, convivencia, oración.
Curioso: todas las culturas, quizá con excepción de la decadente familia moderna, dedicaban un día de cada cinco, siete, diez – según su calendario – a salirse de las actividades normales para la recuperación de sus raíces y de su comunidad. Esto significaba agradecer a Dios, (o a sus dioses) los bienes, dar lugar a los viejos – presbíteros, en griego- y reencontrarse en el templo o en el altar familiar con la comunidad.
En escritos religiosos fundacionales se dice que hasta Dios vió que era buena la creación y que DESCANSÓ. La obligación de guardar ese día era estricta. Hacer lo contrario, la impiedad, era una conducta mal vista, castigada como ocurría entre griegos, romanos, judíos, cristianos.
Hoy pocos, muy pocos, van a un acto religioso y muchos, muchos usamos el domingo para unirnos, no a nuestras raíces, sino para divertirnos, olvidarnos comprando o participando en algún espectáculo. Sin embargo, por ahí aparecen muchos estudios psicológicos en que se nos dice que el descanso, la oración, la convivencia con los cercanos son esenciales para el equilibrio emocional, para no ser un loco violento, pues. Y así, con gran despliegue, la ciencia nos recuerda lo que, por ejemplo para los católicos, era un sencillo y modesto mandamiento: ir a misa los domingos y fiestas de guardar.
Ojalá los papás y mamás jóvenes, ya no por fé sino por salvaguarda de sus hijos, les regalen el saber que hay algo mejor y superior al gozar y pasarla bien y que lo sagrado es lo que nos da raíz y sentido. Eso de la misa, de ir al templo, de orar en familia, es asunto serio para ser más humanos.
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