En un país normal, si es que cabe utilizar esta expresión, ya que empiezo a dudar de la normalidad en los Estados, los gobernantes tienen el deber moral y legal, de trabajar por la prosperidad de la ciudadanía, de toda la ciudadanía, sin excluir absolutamente a nadie.
Este deber de hacer prosperar al país, se debe poner en práctica sin excusas, porque en el momento que existe corrupción, las excusas, que son mentiras, están servidas. Es, desde tal momento, que los políticos se convierten en estafadores, que ya no trabajan por la prosperidad de nadie, excepto por el enriquecimiento de ellos mismos, y de los amiguetes que les apoyan y sirven de cómplices.
En el momento que entramos en procesos de corrupción en el Estado, no creamos ingenuamente, que este mal se queda de puertas para adentro de los Ministerios. Para nada. El poder se corrompe, y, para sobrevivir, necesita seguir corrompiendo todo lo que pilla a su paso, al avanzar el proceso de corrupción. Es decir, la corrupción se transmite a toda la sociedad, más pronto que tarde.
Si nos fijamos bien, la corrupción es una enfermedad del Estado. Una enfermedad, que afecta a los hábitos de responsabilidad y diligencia en las actividades funcionariales, que tiene por consecuencia la dejación del deber, y el comienzo de comportamientos que dejan mucho que desear, en cuanto al sentido común, la decencia, la dignidad humana, y en cuanto a la propia capacidad resolutiva de las instituciones del Estado. Y todo esto, como hemos afirmado, termina por contagiar a la sociedad.
Pronto asistimos a espectáculos increíbles en relación a la violación de los derechos humanos, porque uno de los factores que se incentiva para que se pueda propagar la corrupción, es la impunidad e inoperatividad de los órganos judiciales. Pronto surgen marginados, que son violados en sus derechos más elementales de ciudadanía, con lo cual, en la práctica, lo que sucede es que se está reeditando el esclavismo. Y pronto, el Estado se va a transformar en una dictadura totalitaria desde las alcantarillas del poder, porque, de cara a la galería, todavía necesita dar una imagen de legalidad y de respeto democrático.
Como decimos, estamos ante un cuadro de locura patológica, desencadenada por los excesos en hábitos corruptos, que van degradando paulatinamente la humanidad de las personas. Los organismos se convierten en organizaciones de tortura, persecución y violación, en lo que va a constituir el principio del fin de los Estados, o del Estado que caiga en la red autoramificadora de la corrupción, tan difícil o imposible de erradicar, que viene a ser un cáncer agresivo, sin cura alguna.
FRAN AUDIJE
Madrid, España, 23 de mayo del 2023
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.
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