BANDIDOLANDIA

Érase una vez un país donde gobernaban los bandidos.

Los bandidos querían que todos fueran a imagen y semejanza suya, porque, de tal manera, siempre gobernarían los bandidos en aquel país.

Un hombre se plantó, y dijo que jamás le obligarían a ser un bandido, porque él amaba la honradez. Un gesto de gran heroísmo, que le costó la libertad a este buen hombre.

Desde entonces, el buen hombre era perseguido allá donde fuera, porque los bandidos abundaban cada vez más, y prácticamente anegaban el país por completo.

Si caminaba por la calle, era acosado e intimidado. Los bandidos más corpulentos le amenazaban, y las mujeres más bellas le salían al paso, mostrando toda su sensualidad, e invitándole a acostarse con todas ellas.

En el trabajo, le hacían toda clase de malas jugadas y le ponían la zancadilla. Sus compañeras parecían estar en celo, todas le provocaban y se le insinuaban.

Si salía a conducir por la carretera o por la ciudad, iba con miedo y extremando la precaución, porque estaba amenazado de muerte.

El buen hombre estaba desesperado, pero la otra alternativa, que era convertirse en un bandido más, robando, asesinando, practicando el sexo por doquier y constantemente, y haciendo toda clase de maldades a la poca gente honrada que quedaba, era la opción de la muerte de su dignidad como persona, por tanto, prefería mucho antes autoencarcelarse en su casa, como en un búnker, para evitar así que le afectara todo ese mal.

Pasaron los años, y, una noche, desde su reclusión hogareña, el buen hombre se enteró de que el país entero se había convertido en un país de bandidos, y que él era la única excepción. Todos los bandidos del país entero, se reunieron para celebrar su gran victoria. El buen hombre, desde su cárcel voluntaria para evadirse de la maldad de los bandidos, pensaba que iban a ir a buscarle para acabar definitivamente con él, único superviviente de la honradez.

De pronto, mientras el buen hombre rezaba muerto de miedo, escuchó un ruido ensordecedor muy prolongado, que terminó en un silencio absoluto. Se asomó a la puerta con sigilo, y pudo contemplar cómo los propios bandidos se habían destruido entre ellos. Como ya no podían odiar a los buenos y honrados, porque habían dejado de existir, se miraron entre todos, y se odiaron tanto, que decidieron destruirse a sí mismos.

FRAN AUDIJE

Madrid,España, 23 de julio del 2023

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.


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