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Esta es una de las frases maestras que existen, porque nos advierte de la gran verdad de que, lo externo, lo aparente, no siempre refleja la verdad de las cosas, o la verdad de las personas y de sus entes, y esto significa que, si juzgamos lo que vemos desde fuera, como algo verdadero y definitorio, podríamos estar engañándonos, e, incluso, engañando a otros.
Para atender a la realidad que constituye al mundo, o aquello concreto que tratamos de conocer, debemos ir siempre al interior. Penetrar la piel o los límites exteriores, es una tarea complicada, lo reconocemos, pues implica mantener una relación de mayor cercanía a lo habitual, y en las personas, dicha relación ha de ser humana, dentro de una intimidad, al menos relativa, en la que se realice el esfuerzo de la comprensión. Cuando adoptamos dicha postura, de inclinación hacia el otro, o hacia lo otro, vertiendo nuestro amor, para que se nos abra la realidad interna de lo humano, y del mundo que circunda a la figura humana, entonces podríamos hablar de conocimiento, y de saber verdadero.
En lo humano, es frecuente que se produzca un fenómeno, que no siempre tiene porqué ser deliberado, pero que consiste en la ocultación o en el mantenimiento en la discreción, de lo que uno representa verdaderamente. Mediante dicho fenómeno, como decimos no siempre mal intencionado, pues a menudo se trata de un acto reflejo de protección de la intimidad, actuamos las personas como una especie de actores, disimulando lo que somos, o desempeñando un papel que no nos es propio. De tal manera, hacemos que emerja desde nuestro interior, algo que no es real del todo sobre nosotros, en una comedia que tapa defectos, y que expone virtudes, no siempre reales del todo.
Existen profesiones, incluso, que requieren para su desempeño, esta actitud descrita del disimulo y la interpretación comediante, puesto que basan su éxito en esta virtuosidad. De algún modo estamos hablando de la estafa, aunque no siempre, insistimos, esta actitud embaucadora, es premeditada y hecha a conciencia, porque viene a ser una actitud humana de defensa, propia de nuestra naturaleza.
Por tanto, dejemos de confiar en los juicios de aquello que notamos por lo exterior de los acontecimientos, o por el aspecto de las personas, procurando entrar en lo que se cuece día a día, y en la observación convivencial de las personas, que nos han de confirmar lo que vemos a simple vista, o corroborar la normal distorsión de todo lo que permanece en la superficie de lo humano, y cuya verdad late inconfundiblemente en el interior y en lo profundo, para lo cual hay que hacer algo más allá de pasar, implicándonos en el amor y en la atención de lo personal.
FRAN AUDIJE
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