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Vivimos en una democracia, al menos esto es lo que dice nuestra vigente Constitución española de 1978. Y, democracia, debería ser siempre sinónimo de diversidad, por la propia definición de la palabra.
Un lugar donde solo se deja prosperar a los amigos del poderoso, o donde los que discrepan del que lleva la voz cantante, son perseguidos y discriminados, naturalmente nunca será una democracia, porque estaríamos hablando de un Estado excluyente, que es una de las características del totalitarismo y de la dictadura.
Debemos reconocer que nadie es igual a nadie. Cada cual tiene sus cadaunadas, como decía uno, es decir, que, por mucho que presentemos patrones comunes en una sociedad, siempre poseemos todos detalles o matices que nos hacen peculiares con respecto a los demás.
Luego, existen colectivos que presentan diferencias con una intensidad mayor a la generalidad, por ejemplo: los homosexuales, los artistas e intelectuales, los emigrantes y otros pueblos que no están bien asimilados en la sociedad, como los gitanos, los judíos, etc.
Estos colectivos, y otros, por mucho que se diferencien del resto, si cumplen con la ley, pagan sus Impuestos, y son gente de bien, no deberían representar mayor problema, en una sociedad democrática arraigada y con solera, porque lo que realmente distingue a una democracia sana, es la capacidad de convivencia con la que cuenta, entre los diferentes colectivos y grupos sociales que puedan existir en ella.
Para la prosperidad de una mentalidad que admita lo diverso, y pueda respetar a los que son algo más extraños, digamos para entendernos, lo primero y más importante es tener clara la calidad de lo que representa ser persona. Todos somos personas, en una sociedad humana, por tanto, deberíamos gozar todos de unos mínimos derechos solo por esta condición, que es la que nos hace ser iguales a todos. Estoy hablando, por supuesto, de los derechos humanos, los cuales, en democracia, son los derechos en los que se basa el Ordenamiento Jurídico al completo.
Nunca debería ser motivo de escándalo, en democracia, que alguien se niegue a seguir determinado comportamiento, alegando que se violan derechos tan fundamentales, como los derechos humanos. La dignidad de las personas, excluye de su vida, al menos en la teoría, todo aquello que pueda dañar su desarrollo humano, porque dependa de principios religiosos, o políticos, o, incluso, éticos. Que haya gente con aspiraciones en la vida, que no coincidan con la moda o con lo políticamente correcto, no me parece motivo discriminatorio, ni argumento válido para privarles de libertad.
Recordemos que la libertad en una democracia, se basa en el respeto de la diversidad, siempre dentro de unos márgenes legales imprescindibles para que se establezca la convivencia. Si todos fuéramos exactamente iguales, el imperio del Derecho no sería necesario. El Derecho regula las relaciones sociales, precisamente porque existe gente diferente y diversa, con la necesidad de vivir y realizarse en una sociedad.
FRAN AUDIJE
Madrid, España, 6 de septiembre del 2023
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