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Por Luis Mac Gregor Arroyo
Foto de Julio Vicente.
EN EL CENTRO CULTURAL
Ahora estaba feliz. Me encontraba con una mujer excelente. En un pueblito lindo e iba a conocer el Centro Cultural del lugar. Aunque, por lo simple del pueblo, me imaginaba que sería un lugar sin gran atractivo.
Tras dejar la plaza nos fuimos por el camino del lado izquierdo de la iglesia. Avanzamos dos cuadras. Dimos vuelta a la derecha y, tras caminar un rato por las calles, llegamos a la Casa de la Cultura de Aureola. Al estar frente a ésta la vi durante un instante. Eso obligó a que Julia contemplara también el inmueble.
—Me gusta —, comenté —. También me agrada lo tranquilo y silencioso del lugar.
—Sí, es tranquilo. Todo el pueblo es así; pero es muy agradable —. La voltee a ver mientras hablaba y al terminar su comentario le di un par de besos bien puestos —¡Qué cariñoso! —Me los devolvió, para después agarrarme del antebrazo y conducirme al interior del centro cultural. Presurosa por la emoción —. Mira éste es uno de mis sitios predilectos por interesante. Puedes pasear por sus pasillos y ver alguna actividad: Pintura, guitarra o piano, arte escénico, robótica para niños, escritura, yoga… ¡Siempre hay actividades! Nunca falta que te encuentres un buen amigo o conocido con quien platicar —. Poniéndose frente a mí me dijo como con la intensión de brincotear —¡Es un lugar encantador! Me gusta venir aquí y sentir que estoy de paseo, conociendo cosas nuevas.
Acerqué mi rostro al suyo y la rocé junto a la parte izquierda de la boca —¿Sí?
—¡Sí! —. Dijo eso entusiasmada y alzando el pecho no sé si intencionalmente o de manera espontánea y, cuando menos me lo esperaba, imaginé lo de ahí como si fuera un reflejo tras la blusa. Al subir la vista ella se veía rebosante de alegría, pero con un ligero toque de invitación. Me moví casi imperceptible hacia a ella. Lo notó y ella hizo lo mismo. Me abalancé sobre ella. Después no supe qué sucedió. Ambos nos perdimos en un rincón de un cuarto a medio iluminar. Fue algo tan intenso que ya no sé bien si nos fusionamos durante un tiempo, o sólo nos aferramos el uno al otro, entre paredes antiguas y olor a arte.
Después nos miramos. No con deseo si no con amor. Yo viéndola alegre y ella con una sonrisa que me rebasaba. No pude más que volverla a besar, iba a repetir cuando me puso el dedo sobre los labios, para que me detuviera.
—Tenemos que ir con María Eugenia.
—¿María Eugenia?¿Y quién es ella?
—Es mi madrina, la administradora del Centro Cultural.
—Vamos.
Me agarró de la mano y con una prisa alegre me condujo a su oficina. Tres libreros atiborrados de libros. Una computadora de escritorio con varias generaciones de antigüedad. Dos ventanas: Una que daba al interior del Centro Cultural y otra que daba a la calle. Tres pinturas de diferentes tamaños, de pintores desconocidos que daban un aire a Matisse, Miró y Guaguin, y un escritorio con dos bonches de documentos: uno de papeles tamaño media carta y el otro de folders. Además de un botecito en forma de cubo para depositar plumas, lápices, borradores y otras chunches. Finalmente un documento abierto frente al asiento de María Eugenia. Quien se veía muy concentrada corrigiéndole el estilo.
—¡Hola María Eugenia!
María Eugenia volteó. Se acomodó un poco los anteojos y sonrió —¡Hola mi querida Julia! ¡Ven para acá, para que te abrace! Y se levantó de su asiento para abrazar a Julia.
Estirando el brazo en mi dirección, Julia me presentó. A lo que María Eugenia me saludó con mucha afabilidad y me felicitó por visitar el Centro Cultural. Después comenzó una plática que se tornó bastante amena. La administradora nos contó sobre los últimos sucesos del ambiente cultural en la región.
Me enteré que la tan aparente vida apacible y de quietud del pueblo no lo era tanto. Resultaba que Aureola era uno de los lugares de descanso preferidos de los apasionados por el arte y el buen vivir; aunque en sus calles, definitivamente, no daba el menor indicio de ello. Era como una contradicción: Lleno de vida por dentro; pero por fuera sumamente tranquilo y apacible. En el poblado vivía la pintora Rita Montalbo, famosa por sus escándalos amorosos y sus exóticos vestidos de piel. El monero Chayú, aclamado por su fino sentido humorístico y sus famosas fiestas bohemias. Y Juan Macedo, torero de profesión, quien en este pueblo no hacía más que descansar y alejarse de la ajetreada vida de la ciudad. De esos y de algunos otros personajes escuché comentarios en esa plática.
También supe sobre el futuro encuentro cultural de personajes a llevarse a cabo en la Casa de la Cultura, donde cada semana un artista de la comarca hablaría sobre arte y sus experiencias de vida y arte al público. Hasta el momento, de los siete invitados a dar esas conferencias, cinco ya habían confirmado.
Estaba absorto en la plática y Julia no lo estaba menos. Fue entonces cuando se escuchó un toquido en el marco de la puerta. Los tres volteamos y vimos al torero Juan Macedo. Yo no era apasionado de la lidia pero a un vecino de por donde viví de chico le gustaba ir a ver torear a novatos y veteranos. De vez en vez me llevaba. Así que no era del todo ajeno al mundo taurino. Aunque era una práctica con la que no me identificaba demasiado. Lo que sí me tomó por sorpresa es el brillo de los ojos de Julia al ver a ese personaje. Se llenó de alegría y se paró para darle un buen abrazo. Aunque no me considero celoso, sí sentí un poco de cosquilleo en mi sangre al ver la escena. No pude evitar un ligero brillo de recelo mostrándose en mi mirada y rostro.
—¡Hola! ¿Cómo estás? —Mientras ella lo abrazaba con gran confianza.
–Bien Julia, ¿cómo iba a estar? —. Julia volteó a verme y antes de cualquier mal entendido intervino —. Hugo, éste es el hermano de mi mamá, mi tío predilecto. Tío te presento a Hugo.
Ya para entonces Juan Macedo se había separado de Julia y se dirigió a mí ofreciéndome un saludo de mano —Mucho gusto.
Mi mirada cambió para ser recatada y amable. Le correspondí el saludo dándonos un buen apretón de manos —Mucho gusto —, correspondí.
Después el visitante volteó con la administradora del Centro Cultural —María Eugenia, vengo a saludarte y a ver lo de mi plática sobre la lidia.
—Me parece muy bien Juan, pásale.
Al ver, Julia, que estábamos apretados me tomó de la mano, y le dijo al visitante y a María Eugenia que nos retirábamos para ir por ahí. Yo sólo me despedí y salí junto con ella, sin saber dónde era eso de «ir por ahí».
—¿A dónde vamos? —le pregunté.
—Vamos a despedirte. Te voy a acompañar a la parada del camión porque ya es tarde —. El tiempo había pasado rápido. Eran aproximadamente las nueve de la noche y me encontraba como a más de una hora de distancia de mi casa. Así que nos encaminamos a la carretera.
El camión no tardó en pasar. Antes de subirme a él, me dijo Julia —¡Beso! —Correspondí a su solicitud y al poco tiempo me encontré yendo rumbo a mi casa con una sonrisa en el rostro. Esta vez la imagen derrotista y desguanzada fue eliminada de mí.
LEYENDO A LA LUZ DE UNA VELA
Tenía novia… ¿Y ahora qué? No había tenido muchas parejas. La incertidumbre de no saber qué hacer o qué sucedería cuando la volviera a ver venía a mi pensamiento de vez en vez. Habían pasado dos días y prácticamente no nos habíamos mensajeado. Sólo tenía una llamada corta del día anterior. Me comenzaba a sentir solo nuevamente, y me la pasaba pensando supuestos ante su ausencia… <<¿Qué hará ella ahora? Se ve inteligente y emprendedora. Eso me gusta; pero ¿qué hacer con ella? Supongo que sólo convivir. Probablemente ella tome la iniciativa y todo fluya naturalmente. Ese es el verdadero patrón a seguir…>>.
Miré la taza de café que estaba frente a mí. Sobre la mesa. Le di otro sorbo. Quería estar bien en el presente, y ese café me ayudaría a estarlo… <<¿Estar en el presente?>>, pensé: Entonces supe qué hacer. Era de tarde; pero me levanté y me dirigí a su casa.
En el camión mi atención regresaba continuamente a ella. <<Es una chica que vale mucho la pena. Quisiera pasar largo rato con ella. Cómo quisiera que nos pudiéramos fusionar, en lo físico y en lo espiritual –si esto último existe–. Me haría bien. Algo me da la impresión de que es mejor persona que yo>> ¡¡Riiiiinn!! ¡¡Riiiiiiinn!! —Hola Julia, ¿cómo estás?
—Vente para acá, quiero mostrarte algo.
—¡Ya voy para allá…! —Me sentí enaltecido a la vez que colgaba. Ella tenía interés en verme.
En cuanto llegué al pueblo bajé apurado y en menos que canta un gallo toqué a la puerta de su casa. No conocía a su familia. Me iba a mostrar a ella sin ningún sesgo de temor. Me abrió su padre un hombre en sus sesenta y tantos años: panzón, canoso, de lentes y de complexión fornida; pero ágil y de pensamiento vivaz —Vengo a ver a Julia.
—¡Ah! ¡Sí pásale! ¿Eres Hugo, verdad? Ella está en su departamentito… por ahí, por la puerta del fondo a la izquierda —. Señalando con el brazo.
—Muchas gracias —. Me aproximé a la puerta de su departamentito y le toqué. Me abrió. Al entrar todo estaba con una luz un tanto apagada. Como si estuviera nublado. Voltee alrededor para ver bien el entorno y vi que todas las ventanas tenían bajas las cortinas. De repente me llamó la atención un tapete de yoga blanco con un dibujo en su parte media. A un lado de él había una mesita con una vela prendida y un atril con un libro.
—¿Interrumpo algo?
—No. Todo está bien. Estaba leyendo un poco.
—Me alegra verte.
—Y a mí… —Y sin insinuarme mucho con los ojos pero meneando el rostro y un poco el cuerpo me hizo llegar su mensaje. Me acerqué. Toqué su cuerpo, metí la mano por la manga rosa de su brazo derecho. Me acerqué más y la besé con todo un flujo de sentimientos al que ella correspondió.
—Me gustas Julia —Me puso la mano sobre la boca para que dejara de hablar y me volvió a besar, y así estuvimos unos minutos.
—¡Ven! Siéntate. Vamos a leer El Corán.
—¿El Corán?
—Sí —. Respondió mientras se sentó en el tapete y comenzó a leer…
—¡Ay de todo el que sea un mentiroso pecador! Que oye las señales de Dios que le son recitadas y persiste en la arrogancia como si no las hubiera oído. ¡Anúnciale un castigo doloroso!
Y que, cuando conoce algo de nuestras señales, las toma a burla.
Esos son quienes tendrán un castigo humillante. Tras ellos está el infierno y no les servirá de nada lo que adquirieron ni los que tomaron por protectores en lugar de Dios. Y tendrán un castigo inmenso.
—Julia, ¿te tomas muy en serio lo que estás leyendo? —Dije estando sentado a su lado, escuchándola leer.
Ella suspendió la lectura y volteó a verme con rostro neutro —. Por supuesto que no —y sonrió ligeramente —pero siempre es interesante saber lo que se piensa en otras culturas. No te parece inquietante eso de que «…cuando conoce algo de nuestras señales, las toma a burla…«.
—¿Te digo lo que pienso? —Que estoy sentado junto a ti con las piernas cruzadas. Sintiendo tu presencia junto a la mía. Oliéndote. Viendo tu cabello ondulado. Tu postura atenta y tentadora a la vez que me magnetiza con tus frentes a… —Puse mi cabeza, agitándola, entre sus firmes e invitantes senos.
—¡Eah! —Ella reaccionó y rápido, como por instinto se hizo para atrás con un brinquito —. ¡Espera! —Dijo sobresaltada —. No todo en la vida es sexo. Hay más cosas. Hay que estudiar al mundo —. Vio mi rostro espantado y con algo de solicitud en mis ojos, como diciendo: <<Sí, pero es que tus pechos están tan atractivos>> —Bueno, sí, no te lo tomes a mal. Claro que me gusta tu cabeza en mis senos —. Y me acerco otra vez, para ser frenado por sus manos —. Pero espera, este es un momento especial, porque estamos leyendo El Corán.
Sin quererlo mucho me enderecé —El Corán… Está bien…
—No te sientas así.
—¿Cómo?
—Así, regañado y obligado… —Me quedé tenso porque presentía que mi actitud había activado algo sensible en nuestra relación —¡No! Tampoco así. Sólo quiero compartir.
—Okey, okey —Ya menos impactado —. Platiquemos de El Corán. No lo he leído pero lo que escuché ahorita da temor.
—Claro es un texto que lleva a reflexionar con base en el temor; pero es atrayente porque está ligado a la religión judía y la cristiana por tener las tres religiones un origen común.
—¿Pero por qué te interesa tanto? Hasta lo lees a la luz de la vela y sentada como en posición de meditación. Sobre tu tapetito de yoga.
—Así soy yo cuando leo un libro. Me gusta estar en un ambiente acorde con lo que me transmite la lectura.
—Pues a mí, ese texto me dio temor. Parece que busca regañarlo a uno. Igual como cuando el padre en misa da su sermón y uno se siente desconcertado. Porque nunca le da uno gusto al creador. Bueno, pero es diferente porque ahí es más suavecito.
—Yo no me fijo en los regaños sino en lo que puede leerse entre líneas.
—Bueno —. Mi mirada mientras deliberaba se volvió a topar con sus senos, y la retiré rápidamente antes de quedar atrapado.
Ella se dio cuenta y sin cambiar su expresión ni para bien ni para mal prosiguió —: Todavía quieres tu cabeza en mis senos, ¿verdad?
Un poco apenado afirme y asentí —. Sí.
—Me da la impresión de que eres bastante ansioso… está bien… —Puso una sonrisa juguetona y meneó su pecho de lado a lado, provocándome. Me quedé entre atolondrado y temeroso, pero con la duda. Hasta que ella intercedió con un —: ¿Qué esperas? —Y me perdí en sus pechos. Mientras ella se levantaba su playera, y me desvanecí en un mar de carne rosada y excitante…
Tiempo después. Entre la gruesa alfombra del departamentito y una manta azul-café, Julia se ajustó la parte inferior de sus pants y su playera, y me dejó dormitando. Movió la mesita un poco hacia la derecha, junto con la vela, el libro y el atril, y se puso cómoda a un lado de su tapete de yoga, para leer en voz baja El Corán.
—Y, en verdad, los opresores se protegen unos a otros y Dios es el protector de quienes le temen.
Este es un medio para que los seres humanos profundicen su visión de las cosas y una guía y una misericordia para un pueblo que tiene certeza.
¿O creen quienes hacen el mal que les trataremos igual que a quienes creen y obran rectamente y que sus vidas y sus muertes serán iguales? ¡Qué mal juzgan!
Así se pasó el resto de la tarde hasta que la luz comenzó a dar paso a la noche. Que fue cuando me levanté y la vi ahí sentada. Leyendo. Tan atenta. Tan cautivada. Me quedé así un par de minutos, mirándola. No había palabras para describirla: una mujer bella, sencilla y atrapada en la lectura. Me acerqué a ella y me puse a escucharla. Sujetó mi brazo con el suyo y continuó leyendo…
—¿Acaso ha existido un momento en el que el ser humano no haya sido una cosa recordada?
En verdad, nosotros creamos al ser humano de una gota mezclada y le fuimos cambiando de estado y forma y le dimos capacidad de oír y ver.
En verdad, le guiamos al camino, lo agradezca o lo rechace.
Julia dio un bostezo —. Me siento cansada —y abandonó la lectura —. Me dio hambre ¿Quieres cenar algo?
Me agradaron sus palabras, pero no estaba convencido de acceder. La lectura me había atrapado —Sí, claro… esa parte del libro se me hace interesante.
—¿Sí? ¿Por qué?
—Yo siempre he pensado que somos producto de la evolución pero hacen una afirmación muy atrevida: «…nosotros creamos al ser humano…» ¿Quién es “nosotros”? Yo siempre había pensado que en libros como éste se hablaba de el Dios creador.
—Desconozco mucho de El Corán, pero justo por eso me gusta leer estos libros. Uno acaba enterándose de juicios poco difundidos. Aunque en el caso de esta obra casi todo es ignorado en occidente.
—Sí, pero será posible que no hablen de Dios en sí sino de los ángeles. Ya ves que, según sé, el libro fue revelado por el Arcángel Gabriel a Mahoma.
—No lo sé pero sí sé que hoy se necesita alentar más a las personas para que se acerquen al bien mediante la lectura de libros sagrados…
—Me quedé expectante ante su afirmación pero cambió, casi imperceptiblemente, de tema y me invitó a comer algo de pollo a la naranja que había sobrado del medio día.
——-
Al terminar de cenar se me ocurrió ver la hora —¡Diántres! ¡Ya es tarde!
—Pues quédate a dormir —. Entre alegre y coqueta. Poniendo su mano derecha en la cadera y meneándose levemente de la cintura para arriba remató —¡Qué! ¿No? —Creo que en ese momento me quedé sin palabras y no pude más que asentir. Ella sonrió y brincó levemente. Pero extendió el brazo y meneó el dedo índice indicando un no —. Estando cada quien en su lugar —. La imagen que había hecho en mi mente se frenó y tuve que consentir, tratando de no lucir afectado por el cambio.
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