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La envidia, el odio, y el rencor, son de las pasiones más bajas que pueda albergar un ser humano. Las tres pasiones, como tres jinetes del apocalipsis, suelen darse por ese orden consecutivo, o concurrir simultáneamente.
Envidia, odio y rencor, tienen en común al egoísmo, otra baja pasión, que suele ser la base de todas las demás, porque todo sentimiento burdo y rastrero, tiene su razón de ser en el amor desmedido que nos tenemos a nosotros mismos. Quererse a uno mismo, lo que se suele conocer por «amor propio», no es malo del todo, porque nos ayuda a mantenernos a salvo, a sobrevivir entre las diversas adversidades que nos acosan inevitablemente a las personas. Sin embargo, de no aprender a dominar ese amor propio, en principio sano, va a desencadenar que nos volvamos seres agresivos con nuestros semejantes, a través de las bajas pasiones que mentamos.
El único antídoto conocido a toda baja pasión, es el amor, pero el amor redirigido hacia los demás que nos rodean, o hacia cualquier tipo de realidad humana que requiera de nuestro auxilio, del calor humano de la comprensión y del cariño.
Cuando somos excesivamente egoístas, nuestro corazón tiende a endurecerse, a hacerse impermeable a la compasión y al dolor de los demás. El egoísmo funciona como una lámina absolutamente impenetrable, que impide la asertividad, y que impide la comunicación de ser humano a ser humano. De tal manera, el individuo se transforma en una especie de monstruo, capaz de destruir y de hacer sangre, a veces hasta límites surrealistas.
Todos estos sentimientos autolesivos, y de extrema agresividad en el entorno humano y social, se pueden y se deben educar, para encauzarlos hacia el autodominio, cuya única fórmula, ya dijimos que es el incentivo del amor hacia los demás. Este amor en el sentido propio, digamos, puesto que el amor debe conllevar siempre una actitud hacia lo externo, se concreta en una serie de principios, que también conocemos por valores, y que son todos aquellos que nos predisponen para la abnegación, y para el servicio hacia los demás.
En esto debe consistir, pues, el humanismo: en impregnar a la sociedad y al individuo, de los valores que se derivan del amor, logrando, de tal manera, el dominio de toda baja pasión, aun en las personas que somos más proclives a tales sentimientos destructivos.
FRAN AUDIJE
Madrid,España,10 de octubre del 2023
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.
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