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Aproximadamente desde el año 1982, es decir, el año en que, por decisión electoral general, el poder en España pasa de las manos de los conductores de la Transición a la democracia, materializado en la Unión de Centro Democrático, a las manos del Partido Socialista Obrero Español, podemos hablar de que España comenzó su vuelco ilegal para volver al totalitarismo, o, si lo prefieren, en palabras más gráficas, a la dictadura.

Felipe González Márquez, el nuevo presidente de Gobierno, representando a los socialistas, y amparado en una gran mayoría absoluta dentro de las cámaras legislativas, decide hacer la vista gorda ante el pillaje al que se entrega su Gobierno, para, pronto, comenzar a saltar a la palestra de la prensa, una retahíla de casos de corrupción, que van pasando a disposición judicial, en ocasiones, con una burda obstrucción a la labor de investigación de los jueces. Es el comienzo del fin de la democracia en España.

Desde entonces, cada Gobierno que se va sucediendo, en un intercalado mano a mano entre la derecha y la izquierda políticas, seguirá las pautas marcadas desde las directrices de los Gobiernos de Felipe González. La corrupción se ha instalado, definitivamente en este país, con un tufo, no solo a sustracción y malversación de caudales públicos, sino también, a violaciones de los derechos humanos, por más que se niegue hasta la saciedad en las organizaciones internacionales, y la grosera impunidad hace campar a las ratas a sus anchas.

Comienzan a hacerse visibles los defectos de un sistema jurídico, tejido entre demasiadas complicaciones durante los años de la Transición, y que se vio obligado a dejar demasiado espacio al autoritarismo del Ejecutivo, dejando con escasas defensas a los Jueces, y en precario su labor de arbitraje entre poderes. Al mismo tiempo, nos percatamos de que los nacionalistas vascos y catalanes, consiguieron condicionar la democracia naciente, hasta lograr ser considerados por encima del resto de los españoles, pues el voto independentista vale más que el de un patriota extremeño, o el de un patriota murciano, por ejemplo, y, además, se lleva los cuartos y los eventos, y nos deja al resto vacíos y empobrecidos.

La guinda a este pastel que se ha cocido, en el retorno de la España del Lazarillo de Tormes y de La Celestina, es la llegada al poder de otro socialista: Pedro Sánchez Pérez-Castejón, cuya irrupción en el Gobierno de España, tras acusar al anterior líder de la derecha política de corrupción, resulta consistir en una radicalización, y un llevar hasta el extremo, todos los defectos y miserias legalizadas ilegalmente por sus predecesores: la corrupción denunciada con toda razón, no solo no se va a combatir, sino que se incentiva. Ya no es que huela a violaciones y persecuciones, es que apesta en un vomitivo hedor sin precedentes.

Las sucesivas crisis económicas, y la sanitaria del COVID 19, se han blandido como excusa para recortar derechos, para adoctrinar, y para ejercer una labor manipulativa, de manera que el sistema no se derrumbe merced a una temida revuelta popular, que ya dio su aviso con el movimiento indignado. De tal manera, los gritos muy justos y justificados, por una España donde haya trabajo y oportunidades para todos, se consiguen amaestrar y reconducir hacia la depravación y el «pan y circo». España se rinde definitivamente, y se pone en manos de una secta de increyentes en la democracia y en el humanismo.

De momento, ondea en el pabellón de esta nave desnortada, la bandera constitucional de 1978, bastante raída y ensuciada. En la cubierta todavía se escucha el clamor de la lucha, pero la bandera pirata de la calavera y las dos tibias, ya está preparada.

FRAN AUDIJE

Madrid,España, 22 de octubre del 2023

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