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Profr. Juan Pérez Medina.
Morelia,MIchoacán,24 de octubre del 2023
De acuerdo con la OIT, en América Latina, después de la pandemia, se registró una disminución importante del desempleo, pero este hecho alentador desaparece al enteramos de que está basado principalmente en la informalidad, en donde de generaron entre el 40 y el 80 por ciento de los empleos y en el hecho de que los que alcanzaron un empleo lo han hecho con salarios muy bajos, lo que nos indica que en América Latina hay más empleados, pero más pobres.
El crecimiento tan desigual se debe a las distorsiones del capital, que sólo ve dinero como objetivo y no a las personas, incluso ni al medio ambiente que le provee de las materias primas y le permite desarrollarse y expandirse. Las consecuencias de esta vorágine destructiva y de malestar social genera tensiones cada vez más visibles que se expresan en el aumento de la violencia como ocurre en los Estados Unidos, Francia, Inglaterra y nuestros países. La generación de una resistencia que pasa de la espontaneidad a la organización política para el cambio, no sólo de régimen sino de modo de producción, avanza entre una creciente intolerancia capitalista, en donde aflora las formas dictatoriales y fascistas, golpeando, incluso atentando contra la democracia burguesa, como ha ocurrido en Brasil, Argentina, Bolivia y Perú, en el caso de América Latina.
Después de la pandemia y el estallamiento de la guerra Rusia – Ukrania se ha desatado una masiva ola de protestas de la clase obrera en todo el mundo. Dos años desde el inicio de una pandemia que se ha cobrado 20 millones de vidas, continúa la ira social acumulada en las mesas del comedor y las fábricas de todo el mundo y se está desbordando hacia las calles.
Masas compuestas por todos los orígenes raciales, étnicos y lingüísticos están llegando a la misma conclusión: la vida no puede seguir como antes. Los manifestantes están desafiando los estados de emergencia y respondiendo a la represión policial con movilizaciones cada vez más grandes e intensas. Las protestas en Perú, Sudán y Sri Lanka no sólo continúan, sino que se están expandiendo a países más densamente poblados y urbanos. En los países imperialistas principales, los mismos Gobiernos que planificaron la crisis de guerra actual se enfrentan a movimientos de huelgas cada vez más amplios que las burocracias sindicales están intentando contener desesperadamente. En los últimos días, los trabajadores municipales, los empleados gubernamentales, los trabajadores petroleros, los trabajadores de telecomunicaciones y los docentes de Irán realizaron huelgas para exigir aumentos masivos a sus salarios y pensiones. En Indonesia, el cuarto mayor país del mundo por población, hubo manifestaciones estudiantiles ante el alza en los precios y el anuncio reciente del presidente de quedarse en el poder por un periodo más. En Pakistán, las preocupaciones de la clase gobernante por las protestas contra el aumento en los precios están en el seno de la reciente deposición parlamentaria del primer ministro Imran Khan. En Latinoamérica hubo protestas en Buenos Aires, Argentina, donde los camioneros obstruyeron las exportaciones de granos ante la pérdida del poder adquisitivo de la divisa local y una inflación creciente. En Honduras, el gobierno de Xiomara Castro enfrentó una huelga de camioneros, taxistas y autobuseros que paró totalmente el país. El malestar social está creciendo también en los centros del imperialismo mundial. En Estados Unidos, donde la inflación anual alcanzó 8 por ciento en 2022, 30.000 porteros de los apartamentos de lujo de la ciudad de Nueva York votaron a favor de autorizar la huelga. apenas hace unas semanas, los trabajadores de la industria automotriz de este país estallaron una huelga que duró semanas. Comenzó en tres plantas de ensamblaje de Ford, GM y Stellantis, provocando la pérdida de producción de más de 16,000 vehículos hasta la fecha. Además, ha causado aproximadamente mil 600 millones de dólares en daños económicos, incluyendo más de 500 millones en pérdidas para las empresas y más de 100 millones en salarios perdidos debido a huelgas y despidos. La huelga se extendió a más de 20 estados donde operan General Motors (GM) y Stellantis. Los obreros pedían aumento de salario al 36 por ciento y la reducción de la jornada de trabajo de 40 a 32 horas.
En Reino Unido, The Guardian advirtió en un editorial hace unos meses, que el país “se está deslizando hacia una crisis social y económica como su población no había visto en décadas. Los recibos de los combustibles para los hogares superarán los 2.400 euros para el otoño, mientras el costo de una compra de supermercado se está disparando”. El diario señaló: “Según una proyección, uno de cada tres británicos —23,5 millones de personas— no podrá pagar el costo de vida este año”. Medio millón de trabajadores en el Reino Unido, entre ellos maestros, personal universitario, conductores de trenes y de autobuses, realizaron la mayor huelga en una década en reclamo de mejoras salariales a inicios de 2023 y en medio de paros y huelgas menores que ya se venían llevando a cabo; al igual que en España, Portugal y Francia.
El estallido espontáneo de protestas en todo el mundo es un proceso objetivo, producido por la enorme crisis del sistema capitalista mundial. La transformación de este proceso objetivo en un movimiento consciente por el socialismo depende de la construcción de la dirección revolucionaria, que sólo le compite a los trabajadores que están en camino de convertirse en vanguardia del pueblo. En el capitalismo no hay alternativa, sólo barbarie.
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.
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