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Dice el Evangelio: «Por sus obras los conoceréis». No dice que llegaremos a conocer a las personas, por ninguna de sus dimensiones físicas, sino por lo que hagan o dejen de hacer en la vida, por el surco que abran en el camino, por todo aquello que construyan, por el testimonio que deje su lucha en este mundo.
El Evangelio, como buena noticia traída al mundo por Jesús de Nazaret, que es Dios hecho hombre para los cristianos, nos está confiando, pues, una muy clara vara de medir a nuestros semejantes. Una vara más espiritualista que materialista, porque nos pauta como referencia del valor que debemos buscar en los demás, no tanto a los méritos físicos, como podrían ser la potencia sexual, o la fortaleza muscular, o, también, las cualidades estéticas de determinadas razas o personas, sino que coloca el punto de mira en los valores menos tangibles por nuestros sentidos corporales, pero que son mejor percibidos por el intelecto, y por el espíritu de los seres humanos, como son las obras, el poso que deja la vida de cada cual en el mundo de los hombres.
Las cosas materiales, se miden con facilidad mediante instrumentos creados al propio efecto técnico, orientado por las ciencias que estudian la materia y lo material. Sin embargo, para el Evangelio, y, consecuentemente, para Dios, el conocimiento de los méritos del hombre, es decir, de todo aquello que aporta a la sociedad y a su pueblo, más allá de lo que está creado previamente, y sobre lo que no tenemos un control real, contiene un plus de valor digno de ser mucho más apreciado, porque ello nos transmite la esencia y el significado más patente sobre las personas.
El Evangelio, nos pide a los hombres que midamos a nuestros semejantes por las obras que lleven a cabo, no por lo que digan, o por lo que represente su presencia física, ambos factores que podrían llevarnos al engaño y al equívoco. Pero todo aquello que las personas hacen, mediante su actitud y su esfuerzo, eso es lo que mejor nos representa a cada uno, lo que habla ciertamente de nuestra verdad. Por ello, también podemos concluir que, Dios nos llama al esfuerzo y al trabajo para que nos podamos definir ante los hombres y ante Él mismo. Esfuerzo y trabajo que, si continuamos estudiando todo el resto de los Evangelios, nos conducen a un entendimiento claro: que nuestro valor debe estar dirigido al bien de nuestro prójimo, al bien de todos aquellos con los que mantenemos cualquier tipo de relación, ya sea esta directa o indirecta, y que ese tipo de obra se llama «amor».
El amor se manifiesta, entonces, cuando nos ponemos al servicio de los demás, con la mejor de nuestras intenciones, y con el esfuerzo dirigido a lograr lo mejor en cada una de las personas que interactúan con nosotros, o que mantienen cualquier tipo de relación humana, desde nuestros familiares, hasta los compañeros de trabajo, pasando por el camarero que nos atiende en un bar, o un desconocido que se nos acerca por la calle, preguntando por orientación para encontrar una calle.
FRAN AUDIJE
Madrid, España, 27 de octubre del 2023
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