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Tiempo de lectura 9 minutos.
Por Luis Mac Gregor Arroyo
Foto de Lobollo en Pexels.
SEXO
Estaba sentado justo atrás de ella. En casi un año nunca había presenciado una clase de yoga suya.
—Busquen un punto fijo hacia adelante y alarguen el cuello. No se olviden de respirar. Dos respiraciones más… Vamos a comenzar con el otro lado. Inicien con la pierna izquierda y luego mantengan firmes los glúteos.
Realmente no le hacía mucho a la yoga. Pero verla por atrás era todo un espectáculo. Estaba comenzando a perder el sentimiento de pureza de la disciplina hindú. Andaba comenzando a interiorizar todo menos trascendencia. Cuando Julia, de espaldas, se puso en la posición del perro, casi a punto de llevar mi imaginación a alturas no imaginadas. se puso de pie. En posición relajada. Dando por terminada la sesión.
Tras despedir a algunos de sus alumnos se acercó a mí con una toallita secándose el sudor. Sintiendo como mi pecho se alzaba de anhelo con sólo sentirla cerca —¿Y bien?
Cómo si todo estuviera normal y en paz —Nada.
Pero ella notó algo. No sé como pero las mujeres, cuando se lo proponen realmente se percatan que uno ha cambiado algo en su interior; aunque sea ligeramente —¿Nada?
Ella sonrío con cara estirada, boca recta pero ligeramente suave, y ojos firmes aunque emitiendo cariño.
—Sí…
—Ya veo —. Giró su cuerpo para darme la espalda aunque su rostro tardó un poquito más. Como si intuyera que me andaba haciendo el pícaro, tras esa imagen de inocente —¡Vámonos! —La seguí afuera del salón, con reluciente laminado de madera, a su coche.
Se acababa de comprar un coche pequeño, que para ella era un gusto bastante placentero. Lo manejaba y le resultaba bastante útil para que le rindiera el día. Ahora no sólo daba clases en una casa con dos cuartitos. Perteneciente a una de las colonias de clase media baja de Guadalajara. También se las veía de instructora en la Casa de Cultura de Jardines de la Paz, y en el Centro Cultural de Aureola. Además de continuar con sus proyectos en sistemas.
Tres cuartos de hora después llegamos a su segunda clase del día. Subimos al segundo piso del Centro Cultural en Guadalajara. Como habíamos quedado, la iba admirar el resto del día dando lecciones de yoga. Iba a estar seria en lo suyo y yo como tonto viéndola para calentarme. Así pasaron 90 minutos. Después nos seguimos a su clase en Aureola. Realmente se había vestido de gala ese día. Llevaba un atuendo de dos piezas de ropa de yoga. Era de color gris, con algunas partes negras, y estaba tan pegado que resaltaba todas las partes de su cuerpo. Principalmente sus senos, su cintura y sus glúteos. Con un diseño ondulante pronunciado sobre esas partes. Se había alaciado el cabello y tenía colita. Realmente lucía como una maestra sería de yoga que siempre se podría vestir así. Pero yo sabía que nunca se arropaba así. Le dije que me prendiera mientras la veía y se lo tomó en serio o, mejor dicho, lo hizo de manera natural.
Al terminar la clase fue y me agarró de la mano derecha. Como un bobo guiado por una mujer extremadamente atrevida y sin pena, y fui «arrastrado» a la oficina de María Elena, por detrás de ella. Con su mirada me había hecho entender que más valía que no tuviera voluntad. Al llegar con la encargada del Centro se puso enfrente de su escritorio y yo justamente atrás, impedido para ponerme al lado y cerca de su parte trasera. Me tapaba toda la vista de la hembra entrada en años. No pude evitar sentir que mi miembro se comenzaba alterar al ni siquiera conseguir considerar si veía o no unos glúteos nuevos. Mientras comenzaba a argumentar algo con tono decidido de mujer educada de alta sociedad. Como quien está al mando de todo a su alrededor. Pero con total interés en comprender y estar atenta, a la par de su interlocutora. Inclusive se inclinó un poco más hacia el frente y, menso, como estaba, no pude evitar tener su trasero casi rozándome.
Así estuvieron como cinco minutos. María Eugenia ni me peló. Después Julia me llevó a su coche y ahí, con su mano (no entraré en por menores) me hizo relajarme en plenitud. Tras ello simplemente puso el pañuelo desechable en su bolsillo derecho —. ¿Satisfecho?
—S’…
—¡Hey! Pero ya puedes dejar de poner cara de bobo. Ya se acabó.
—¡Gracias! Estuvo increíble.
—Eso espero porque en media hora te toca a ti. Me miró con su cara benigna de todos los días —. Mientras volvía su rostro al frente para poner en marcha el automóvil.
Mi pecho había vuelto a la normalidad; pero me le quedé viendo con una sonrisa de sumo cariño que sin poder evitar que se me escapara cierta seriedad, que no deseaba mostrar. Ella de alguna forma lo percibió y volteó de regreso. Casi tan rápido como había puesto la mirada al frente —. ¿Y sí..? —No entendiendo mi reacción.
–Hijos… ¿verdad?
Ella sonrió igual de cariñosa como lo había hecho cuando estuvimos en el parque —¿Quieres?
—Julia yo… sí —. De inmediato sentí un cariño intenso en mi pecho, similar al que habíamos tenido cuando hicimos el amor en el hotel.
—Lo sé —me sonrió mostrando una imagen del amor no común en ella —. El pecho se le hinchó, como si el amor y el sentimiento fueran mayores a su cuerpo.
Sentí un amor indescriptible provenir de su pecho y no pude más que ser coherente con lo que sentíamos los dos —. Seremos felices.
—¡Sí! —Y un impulso más grande de amor pareció emanar pero disminuyó de súbito —. Pero te amo más a ti.
—Me quedé boquiabierto. Tenía la idea de los niños en mi mente.
Su mirada de amor y cariño (que se hubiera podido calificar de inconmensurable), pasó a una expresión seria y aguda —Hugo Saldivar, no hay nada que más quiera en el mundo como tener hijos y ser madre pero…
—¿Pero…? Si yo te quiero.
—Pero alguien llegó a mi vida y lo quiero y deseo todavía más. Además, ¿cómo voy a poder ponerte loco cuando se me antoje?
—¿Julia? —No sabiendo si creerle tanto amor.
—Chico te amo y amar también es lo que más disfrutas en el mundo. Como mujer sé que deseas seguir junto a mí como hasta ahora en vez de traer un bebé a esta realidad ¿Sabes qué?
—¿…? —Con los ojos abiertos. Queriendo ponerlos ligeramente desorbitados.
—¿Halagado? Haces bien Huguito en sentirte así. Porque te va costar un trabajote tenerme a flote durante los próximos veinte o más años —bajando su tono de voz —pues eso es lo que deseas —. Para entonces el sentimiento en su pecho había cambiado: Tenía un intensa vibración, mezcla de amor, deseo <<¿pasión?>> y cariño. Lo mismo que yo —¡Ahora! Ponte en este asiento y comienza a conducir.
La tarde se iba en el ocaso. Mientras ese coche blanco grisáceo se alejaba en la distancia.
NO SE LASTIMA
—Hugo, ¿crees que Dios permite hacer a todo el mundo lo que quiera mientras no se lastime a nadie?
—No lo sé Julia. Desconozco siquiera si existe Dios.
—¿Sí…?
—…sin embargo no me he dado tiempo de preguntarte qué es esto en nuestro pecho.
—Tú y yo.
—¿Tú y yo?
—Cuando me estuve ausentando esas casi tres semanas, fue porque ya no podía evitar ignorar algo.
—¿Sí…?
—Cuando dos personas se aman deben unir sus almas.
—Es decir que, ¿esto que siento es mi alma junto con la tuya?
—Sí, así es.
—Pero, ¡cómo!
—¿Te acuerdas que traté de mirar hacia arriba cuando estábamos sintiendo más?
—Sí, lo noté.
—Le pedí a Dios.
Me le quedé viendo. No había tenido nada en mi vida que me dirigiera a él y, sin embargo, ahí tenía una prueba, algo sobrenatural, algo tangible. Tal vez ahora podría creer en él.
—Dios no da pruebas, sólo busca que uno crea en él.
—Entonces, ¿cómo puede uno darse por enterado de que está ahí, en algún lado?
—Hugo, necesitamos que te ayude.
Me le quedé viendo entre serio, pensativo y temeroso. No quería perderla. Cómo me había dicho lo previo no era advertencia, sabía que debía hacer algo.
—Sí —Dije como guiado y llevando mi mirada hacia abajo.
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