LA CAÍDA DEL CUERVO

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( NARRACIÓN, POR ELEDUBINA BECERRIL RODRIGUEZ).

Creyéndose el auténtico dueño del territorio de las copas de los árboles, un cuervo negro que daba matices azulados al contacto con la luz del sol, graznaba sin cesar todo el tiempo.
Revoloteaba husmeando madrigueras, nidos, agujeros, cavernas y toda habitación que estuviera en las cercanías, colocando tremendos sustos y palizas a los otros animales que ahí vivían.
Su naturaleza de buscar ojos y extraerlos de sus cuencas, paladeando el sabor de la sangre era su motivo mayúsculo para buscarlos.
Una lechuza se pasó el tiempo observándolo y haciendo sus actividades, hasta que conoció su forma de volar, los segundos que tardaba en dar giros, revolotear, regresar, la forma de ataque y la extracción de los ojos.
El cuervo la miraba con burla puesto que la consideraba muy vieja para darle batalla, esto dejándose llevar por el color blanco de su plumaje.
Un día, en que el cuervo estaba admirando su fuerza y madurez en el estanque, escuchó el sonido tierno de los gorgojeos de un nido nuevo y se dirigió hacia allá.
La lechuza volteó y de inmediato se dio cuenta del peligro, pues la madre de los críos los abandonó al ir por comida.
Raudo en el vuelo, el cuervo iba llegando, deslizándose como el peor proyectil conocido.
A la lechuza le bastó el mínimo tiempo para llegar antes que él y por la fuerza que llevaban ambos y la velocidad.
La lechuza sin querer le fracturó la pata izquierda y el ala derecha, destrozándoselas en el aire.
El cuervo sintió el dolor y cayó sin lograr jamás su objetivo.


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