POLÍTICA Y CRIMEN

No podemos dejar de recordar y de hacer conciencia, sobre un hecho gravísimo en la vida cotidiana de las naciones: la transformación de la política en crimen organizado desde el poder.

Es necesario distinguir entre política y crimen, o crimen organizado, que sería cuando el propio Estado, lastrado por una corrupción muy profunda, se convierte en una mafia subrepticia, con fines criminales, distantes de lo que se pide a la política y a los políticos: la búsqueda de la solución de los problemas que se le presentan a la sociedad, con la mejor fe e intencionalidad, de mejorar la convivencia ciudadana, y de facilitar la prosperidad de todos y cada uno de los miembros de la sociedad.

La política no tiene nada que ver con el crimen, debe quedar claro esto. Pero la política, a menudo, es utilizada como tapadera para perpetrar delitos, algunos de los mismos bastante graves, como violaciones de los derechos humanos, o desfalcos multimillonarios.

Cuando los políticos consiguen acceder al poder de una nación, y se hacen con el control de los recursos que aportamos entre todos los ciudadanos, es el momento determinante en que puede darse tal indeseable paso de la política al crimen organizado. En ocasiones, ese paso es algo premeditado desde antes de alcanzar el poder. Estamos ante una labor de hipocresía pura y dura, llevada a cabo previamente al acceso al poder, de manera que consiguen el apoyo ciudadano, a base de mentir y de embaucar, con la intencionalidad oculta de dedicarse, en parte, o en una parte sustancial, a criminalizar la política, pero, al mismo tiempo, tratando de disfrazar ese crimen de Estado.

El político que desea dedicarse a manipulaciones ilegales y delictivas, una vez accede al poder, de sobra sabe que debe mantener ocultas sus actividades criminales, siendo uno de los instrumentos habituales para conseguirlo, la mentira, o el maquillaje de la realidad de su actuación. El descontento popular es factor de desequilibrio político, y la mentira por sistema, un arma de control del ánimo en la sociedad, para que este no se soliviante ni altere, de modo que al poder político transformado en criminal, le sea posible continuar con su labor de estafa a la ciudadanía.

Las sociedades con un alto nivel de intolerancia a la corrupción política, suelen basar dicha intolerancia en su exigencia constante a los políticos, para que realicen una gestión de lo público, honrada y eficiente. En este tipo de sociedades, que no pasa por alto el menor desliz político, las dificultades para el establecimiento de un Estado criminal, son, no solo grandes, sino que bloquean continuamente los posibles intentos de agresión al Estado de Derecho.

FRAN AUDIJE
Madrid,España, 1 de febrero del 2024
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.


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