ESPAÑA POLÍTICA

Es España un lugar donde te sientes obligado a definirte políticamente, sobre todo si cuentas con algún perfil público que pueda ejercer influencia sobre la ciudadanía. O eres facha, o eres comunista, de derechas o de izquierdas. El término medio, o las posturas moderadas, conciliadoras, y eclécticas, no se admiten pacíficamente, al menos esta es la atmósfera que percibo en los últimos tiempos.

Consecuentemente, si te desmarcas de esta corrección política que parece generalmente admitida, se te tilda de incomprendido, o de inadaptado, o de oveja negra. Dicho síntoma de intolerancia con el discrepante de posturas tan escuetas y dispares, nos está acusando de ser un país con mentalidad cerrada, y, lo que es peor, con un talante muy pobre en democracia, que revela muy poco aprecio por la libertad, y por la libertad de los demás, que son, al cabo, derechos fundamentales, tronco del resto de los derechos, que se ramifican, y sin cuya sabia no pueden subsistir, es decir, no pueden ser ejercidos eficazmente.

En una democracia, cuyo significado etimológico proviene del griego demos, que significa pueblo, y Kratos, que significa poder o gobierno, es decir, el poder del pueblo, es algo básico que se debe instituir el respeto como enseña del sistema político, pues, de lo contrario, sería imposible que tal poder se hiciera con las riendas de la nación, por meras razones operativas. Si no existe respeto entre los diferentes modos de pensar y las diversas opiniones, connaturales a toda comunidad humana, el caos o la guerra estaría servida, y el gobierno de la nación, como decimos, impracticable.

Otro síntoma que noto, respecto a la tirantez que supone desmarcarse de lo políticamente correcto en España, es la tensión que existe por mantener el poder a toda costa, y el drama que representa perder el poder. En una democracia debería tomarse con una enorme naturalidad el cambio en el poder, porque forma parte de la esencia de la democracia. Se trata de un rasgo bastante definidor de la democracia: que la ciudadanía o el pueblo son los que deciden quién ha de gobernar, puesto que la soberanía de la nación recae sobre ellos. Y volvemos al necesario respeto que deben guardar los políticos, sobre las decisiones populares. Y, además, sobre el propio pueblo, al que no debería ser licito que lo engañen o embauquen. Mentir a alguien con el fin de conseguir algo importante, es un fraude muy grave cuando se trata del pueblo, y denota un desprecio hacia tu país, y hacia las personas que lo llenan y habitan.

En cualquier democracia que se precie, los políticos deben contar con una mentalidad de servicio a la ciudadanía, pero nunca al contrario, porque la postura contraria, es decir, que son los ciudadanos los que sirven al poderoso, es una postura totalitaria, que guarda reminiscencias absolutistas.

FRAN AUDIJE
Madrid,España, 9 de febrero del 2024
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores.

@UnidadParlamentariaEuropa


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