Parece bastante comprobado ya, por los estudios arqueológicos realizados, que los pueblos vikingos de Escandinavia, pisaron tierras de América, unos 100 años antes de que lo hiciera Cristóbal Colón, fundando asentamientos en la zona norte de aquel magnífico y enorme Continente. Este hecho, por otra parte lógico, dada la proximidad de las costas de Escandinavia con el norte de América, para nada empaña la gesta de Colón, al llegar a islas del Caribe, y tomar posesión de todos aquellos vastos territorios para la Corona de Castilla y de Aragón, unidas en el matrimonio de los Reyes Católicos, los cuales, casi al mismo tiempo que Colón llegaba a América, marcando una nueva ruta marítima hacia estas novedosas tierras, conseguían acabar con el dominio musulmán sobre la península ibérica, al tomar el reino de Granada, último bastión africano, en lo que se conocería en adelante como España.
La gesta de Cristóbal Colón, comenzó con un reto personal suyo, como fue el establecer una ruta distinta a la portuguesa, para acceder al rico Oriente, de cuya explotación, ya preveían las naciones europeas estratégicamente, que iba a depender el dominio del mundo. Colón basaba su propuesta, en su creencia personal de que la tierra no era plana, como aseguraban los sesudos sabios y estudiosos de aquel entonces, sino que era completamente redonda. Entonces, lo que Colón prometía, era el acceso a la parte trasera de Oriente, la más virgen y desconocida para los europeos, y en la que se suponían hartas riquezas, capaces de proporcionar el poder que necesitaba un Estado, para dominar el mundo. Y un mundo, que concentraba su poderío político, en Europa, y, más concretamente, en el centro de Europa, lugar de disputa continua, en donde tuvieron lugar las guerras y conflictos más cruentos, puesto que se dirimía en ellos el control del poder mundial.
La segunda gesta del descubrimiento de Cristóbal Colón, traspasa su mérito personal, y es detentada por Isabel de Castilla y por Fernando de Aragón, cuyas coronas unidas en matrimonio, dieron lugar a la fundación de un nuevo Estado: España, bajo el reinado de ambos, los conocidos como Reyes Católicos. Este marino y aventurero anónimo, el señor Colón, había recorrido las Cortes de otras naciones, como Portugal, y distintas repúblicas itálicas, como Génova y Venecia, siendo rechazado en todas las ocasiones. Solo al proponer en España su proyecto, es escuchado y estudiado. Muchos le consideraron un loco suicida, pero los reyes apostaron, muy bien asesorados, por intentar una expedición que despejara las dudas. La financiación del viaje de Colón, en el que pocos creyeron, excepto los Reyes Católicos, iba a correr a cargo de los ricos frailes jerónimos del Monasterio de Santa María de Guadalupe, en tierras extremeñas, persuadidos estos del campo pastoral tan enorme que se podía avecinar, si se colonizaban los nuevos territorios para Dios, en nombre de Jesucristo.
La Virgen de Guadalupe era considerada como la concesora de la gracia de la liberación de los cristianos, bajo yugo musulmán, adueñado de la península ibérica durante toda la Edad Media. Es a la Virgen de Guadalupe a quien se encomienda Colón, y a quien encomienda la suerte de su expedición. No es coincidencia, pues, que los primeros americanos convertidos al catolicismo, traídos por Colón a la vuelta de sus primeros viajes, se bautizaran en este Monasterio de Guadalupe, sito en la Extremadura cacereña. Como tampoco es casualidad, que la Virgen que se apareciera al campesino Juan Diego, en México, pidiera ser conocida como la Virgen de Guadalupe, y que se estableciera allí otro santo Monasterio, hoy centro espiritual de toda América, merced al patronazgo americano de esta Virgen tan milagrosa, y tan presente en el descubrimiento de América, y su posterior evangelización sistemática por los españoles.
Finalmente, la gesta del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, rebasa lo personal y lo estatal, para radicar en todo un pueblo como el español, volcado en la colonización del nuevo Continente, al que se le transmitió la cultura hispana al completo, en la creencia de ser más avanzada que la autóctona allí encontrada a la llegada de los primeros españoles. La labor colonizadora de los españoles en América, no fue en ningún momento aniquiladora, sino transmisora de la cultura cristiana, a los pueblos nativos. También España abrió las puertas de Europa a los americanos, y fue fruto de tal intercambio, la posibilidad de que las ideas de la Revolución Francesa imbuyeran el espíritu de algunos españoles de América, decididos a tomar partido por la independencia de aquellos territorios, que se desmarcaban de una metrópoli, donde el reinado traidor de Fernando VII, todavía hacía permanecer el absolutismo, que ya se perfilaba como una antigualla difícil de soportar, y que los españoles de América no quisieron secundar más.
FRAN AUDIJE
Madrid,España,1 de abril del 2024
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