España es España, o debería serlo. Porque España no es el PSOE, ni tampoco el PP, por poner dos ejemplos de partidos políticos hegemónicos.
En el momento que la ideología política, o la política de partido, por tanto marginal o localizada, se adueña de una nación, pretenderá que todos pensemos igual, y que todos respondamos a una manera de hacer las cosas uniforme. Estaríamos ante una nación de desheredados, porque no es posible la uniformidad social y humana, partiendo del hecho verificado pragmáticamente, de que las personas somos diversas, y de que uno de los signos sociales más patentes, es la diferenciación y la divergencia.
Si España llegara a calificarse en alguna ocasión, como un país de izquierdas, o un país de derechas, automáticamente estaríamos excluyendo del pastel, a los que no respondan a las características que el partido del poder exige a los ciudadanos, estando ahí la realidad de los desheredados: aquella porción del pueblo que ha quedado marginada, porque se niega a encasillarse, o porque no tiene capacidad para sumarse a esas características requeridas.
Precisamente, la madurez de una democracia se mide por esta sensación de pertenencia a una nación, la cual se produce cuando, no solo se reconocen los derechos ciudadanos en la teoría o en la letra de la Ley, sino cuando es posible disfrutar de los mismos en la práctica cotidiana de una vida. En el momento que se hace distinción ideológica de la ciudadanía, para dar paso al respeto de los derechos reconocidos legalmente, estamos dando lugar al fenómeno de los desheredados, y no podríamos hablar de una democracia, en el sentido pleno del término, ni mucho menos, puesto que, en la realidad, lo que estaríamos haciendo es encubrir a una dictadura totalitaria y tiránica, bajo el ropaje camuflado de la democracia.
Volvemos al acertado análisis que hicieron los componentes de la Generación literaria de 1898, hace más de un siglo, cuando describieron la realidad social tan injusta de una España, en la que unos pocos, pisaban a la mayor parte, en una dolencia nacional que parece endémica, y que denominaron bajo el término machadiano de “cainismo”, en referencia bíblica al pasaje del Génesis, en el que un hermano, Caín, asesina al otro, Abel, por envidia y por rencor.
Este análisis noventayochista, tuvo su puesta en práctica al declararse la Guerra Civil en 1936, cuando las tensiones de la injusticia social, y los desaciertos en los remedios políticos que se trataban de administrar, provocaron el feo panorama de unos españoles luchando contra otros, y matándonos entre nosotros mismos.
En un país y en una nación, la libertad no se produce cuando unos son libres efectivamente, y otros padecen la libertad de los otros. En este caso, estaríamos ante una tiranía, y ante la opresión de los que están en el poder, hacia los que no pueden defenderse y viven subyugados.
Recordemos las sabias palabras de un auténtico líder contra la marginación, que supo perdonar a sus carceleros y a los esclavistas de su pueblo, como fue el premio Nobel de la Paz, Nelson Mandela: “Ser libre no es solamente desatarse las propias cadenas, sino vivir de una forma que respete y mejore la libertad de lo demás”.
FRAN AUDIJE
Madrid, España,9 de mayo del 2024
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