PROGRESISMO Y RETROGRADISMO

El concepto de progresismo surgió a raíz del triunfo de la Revolución Francesa, por la cual los liberales que deseaban una ruptura total y completa con el régimen feudal y absolutista, del cual se iba a desenganchar la política de los nuevos Estados, fueron calificados de «progresistas», mientras que los liberales que veían más adecuado conservar todavía algunas estructuras de ese régimen anticuado, fueron calificados de «conservadores».

El progresismo de entonces, iba asociado a las revoluciones que se iniciaban con los movimientos feministas, y los movimientos obreros, también asociados a cierta independencia de lo religioso, y de toda otra atadura que pudiera obstaculizar dichas revoluciones, como la hegemonía de la burguesía, o el poder de la realeza, que se interpretaba como la supervivencia de la nobleza caudillista, por mucho que esta nobleza fuera democratizada.

Aquel progresismo liberal primigenio, desembocó en ideologías como el comunismo, o el socialismo, merced a movimientos filosóficos como el marxismo, que puso en evidencia las injusticias del sistema económico capitalista, frente a la propuesta de una sociedad más hermanada, donde se compartieran los bienes, y a nadie faltara de nada, gracias a la tutela del Estado, convertido en una especie de padre, repartidor de los recursos entre todo el pueblo.

Una de esas derivadas progresistas, el socialismo, parece que propugna cierto conservadurismo, dentro del propio progresismo: es decir, que se guarde un respeto por el capital, hasta ciertos límites en que los obreros, y las clases más débiles, puedan verse protegidas y amparadas por una asistencia del Estado.

En España, a raíz de la vigencia de la Constitución de 1978, se ha adoptado, desde muchos puntos de vista, esta derivada progresista del socialismo, que respeta una economía capitalista, pero desde la limitación de una obligada política social, de subvenciones a sectores determinantes clave para el bienestar de las clases medias, como son la educación, la sanidad, o la cultura.

Se trata de un sistema que favorece cierto intervencionismo del Estado, para lo cual los diferentes gobiernos que arriben al poder, deben hacer encaje de bolillos, en la preservación de la máxima libertad de los ciudadanos posible, dado que pueden existir limitaciones, merced a la autoridad intervencionista que es permitida.

Dicho encaje de bolillos mencionado, supone un margen, que se puede dilatar o contraer, dependiendo del criterio presidencial de turno, el cual, por otro lado, se viene viendo afectado terriblemente, por la corrupción cabalgante en las instituciones del Estado español, con lo cual, lo que, en un principio, era señalado como progresismo, se ha transformado en una vuelta atrás, incluso más allá de los principios de la Revolución Francesa, en una medievalización decadente de la política, que implica un retrogradismo, o vuelta al pasado, que parecía definitivamente superado.

FRAN AUDIJE

Madrid, España,12 de julio 2024.
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. @UnidadParlamentariaEuropa


Descubre más desde REVISTA UNIDAD PARLAMENTARIA

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario