Según el bíblico libro de los Reyes, Salomón, hijo del rey David y su ilegítima esposa, Betsabé, reinando en Israel, tuvo oportunidad de dirimir un juicio, en el que dos mujeres aseguraban ser las madres de un niño, peleándose por ello. El rey Salomón, ordenó que cortaran en dos partes al niño, para dividirlo entre ambas mujeres. Una de ellas reacciona, pidiendo que dejen al niño, y se lo cedan a la otra mujer, mientras que aquella es partidaria de que acaben con la vida del niño, dividiéndolo en dos. Tras observar ambas actitudes de estas dos mujeres, el rey Salomón ordena que entreguen al niño en disputa, a la madre que prefiere renunciar a él, con tal de que siga vivo, porque, ciertamente, solo aquella puede ser su madre.

Se trata del conocido como «Juicio salomónico», una auténtica lección de práctica jurídica, que nos llega desde la Antigüedad. Sería algo así como «la prueba del algodón», de aquel famoso anuncio de detergentes, en la década de 1980. Muy astutamente, el Juez pone a prueba a las dos mujeres, en un alarde de sabiduría y conocimiento de la mentalidad femenina, pues solo una verdadera madre, es capaz de renunciar a un hijo, con tal de que no sufra daño, ni se le mate.

Frente a la abnegación de la madre, tenemos la actitud de quien no siente amor ni cariño, y prefiere ver sufrir a su verdadera madre, aunque no saque beneficio alguno con este hecho, tan sumamente sanguinario y cruel.

Hoy día, encontramos este juicio con el que se lució el rey Salomón, continuamente en nuestra sociedad. Pero no contamos con jueces que sepan hacer justicia en el mismo sentido. Tomar decisiones salomónicas, implica «dar al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios», en una sociedad que tiende a deshumanizarse, y a entrometerse cada vez más en la vida ajena de otros, cuya intimidad nunca debiera ser violada, ya que se trata del recinto más íntimo en cualquier ser humano, donde comienza a desarrollarse la libertad de cada uno de nosotros.

FRAN AUDIJE Madrid, España,20 de julio 2024.
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