Cuando dos personas se aprecian o se valoran mutuamente, lo mínimo que hay entre ellas es respeto y consideración. Nunca le impone nada, la una a la otra, ni trata de doblegar la voluntad de la una sobre la otra, máxime cuando ha quedado claro que no se gusta o que no se quiere, de algo determinado.

Cuando ocurre que uno trata de imponer a otro, un propósito o ambición, estamos hablando de que existe un desprecio por parte del impositor, hacia el otro, que, automáticamente, se convierte en víctima, puesto que los derechos naturales o humanos conformadores de su libertad, se ven vulnerados con ese intento de imposición.

La imposición, que intrínsecamente conlleva el empleo de la fuerza, y, por tanto, es una agresión, tiene claras connotaciones conceptuales de esclavismo, y hasta de xenofobia y homofobia, porque solo se emplean métodos que anulan los derechos humanos de las personas, de manera que se las esclaviza, cuando existen sentimientos de odio hacia otro ser humano.

La conclusión no admite demasiadas dudas: la imposición ilegítima, es decir, injusta desde la perspectiva del Derecho Natural, constituye una agresión hacia las personas como tales, que las anula en su libertad, de manera que se las cosifica y se las esclaviza.

No existe mayor desamor que este: ir en contra de otra persona, sin otro motivo que su negativa a asumir un tipo de comportamiento impositivo, sin derecho alguno a ser impuesto, pero que, debido a factores de corrupción política o de impunidad judicial, resultan ser una agresión de tal calibre, que acaban por destrozar la vida de la víctima.

FRAN AUDIJE

Madrid,España,22 de septiembre del 2024

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