LICÁNTROPA PARTE II DE III

Por Luis Mac Gregor Arroyo

El Hospital General de Cuatro Ciénegas es un edificio modesto de una cuadra y de un solo nivel. Era fácil para Lorena ubicar el cuarto en que se encontraba Eric. Al llegar al frente del inmueble no pudo impedir sentir a su corazón latir. “¿Estaré loca?”, se preguntó. ¿Qué hacía ella? Una mujer loba líder y una ejecutiva relevante con un desconocido. En la nota periodística se mencionaba que la víctima era un modesto distribuidor de café. “Bueno”, consideró mientras avanzaba al interior del inmueble, “a mí me gusta el café”, “ya es algo en común”.

Como era de esperarse el ambiente en el nosocomio era relajado. Cuatro Ciénegas estaba entre la calificación de pueblo grande o ciudad pequeña, así que cuando pidió ver al paciente, no le hicieron muchas preguntas y la dejaron pasar. Le dijeron que sólo permanecería él aquella noche en el hospital y después se podría retirar. Sólo se trataba de asegurarse de que sus heridas no se abrieran, pero en general no tenía ningún daño grave.

El cuarto tenía la cortina de la ventana abierta hasta la mitad, pero no bastaba para ver a Eric con claridad, así que al entrar prendió la luz.

Sobresaltado, Eric Sholtz volteó en dirección de la entrada al escuchar que alguien apretaba interruptor de la luz. Lo que vio le hizo olvidar sus dolores. Se sintió alivio y una gran atracción. Esa mujer desconocida era muy guapa.

—Disculpe, vengo de la agrupación… —, comienza a decir ella.

—¡No! — Levantó la voz Eric al escucharla —¡No!

Ella se detuvo y tragó saliva, tal vez la reconocía.

—Acérquese —, le dijo.

Ella dio un par de pasos en dirección a la cama con el pecho palpitándole de la emoción y la respiración exaltada. Al estar él al alcance de su brazo vio que estaba igual de alterado que ella. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no acercarse más y dar un paso atrás.

—Lo siento, creo que lo he perturbado de más.

—No, al contrario… yo…

Ella dudó, tuvo el impulso a huir pero no lo hizo, la atracción le podía llevar a actuar de manera estúpida, consideró.

—Yo siento como si la conociera de tiempo atrás… como…

—…como si entre nosotros no hubiera nada que decir pues todo se sabe…

—Yo…

—Pero eso es una falacia, no nos conocemos —. Respondió sin atreverse a decir más o quedarse más pues temía se diera cuenta que era la mujer lobo. Entonces dio otro paso hacia atrás.

Él temió perderla. Entonces atajó con fuerza —¡Espere! Déjeme alguna manera para contactarla antes de irse.

Ella se dio media vuelta pero sintió que el alma se le salía, entonces reconsideró, sacó una tarjeta de su bolsillo, giró de vuelta y se la dio en la mano a él para después retirarse.

Eric se recargó en la cabecera de la cama. Se veía con más malestar del que tenía. La partida de la chica pareció que le causo más mal que sus heridas. Con todo ya tenía cómo contactarla. “¿Quién era ella? ¿Por qué me sentí perderme al verla? ¿Qué amor salvaje puede ser ese?”, pensó.

Tras salir del hospital, Lorena se dijo que su experiencia había sido más de lo esperado. Nunca había sentido algo similar por alguien. Era una mezcla y pasión desbocada que no había experimentado. Aquel hombre parecía todo menos un patán; pero no lo vería más, qué podía hacer de él si ella era una licántropa. En cualquier día de luna llena perdería el control y acabaría matándolo. Su instinto lobuno a veces se sobreponía a sus sentimientos nobles.


A la semana de salir del hospital Sholtz se sentía adolorido de la espalda, pero ya había sido dado de alta. Así que terminaría de recuperarse en Saltillo, donde él residía. Por lo que el doctor le había dicho sus heridas no eran graves así que podía laborar de manera normal. En el espejo se veía medio raro pues le habían hecho un par de puntadas en el labio, por la parte donde uno de sus dientes había salido hecho pedazos tras los ósculos atrabancados de la mujer lobo. Fue entonces cuando se cuestionó qué fue aquello que despertó un instinto de amor y pasión que le impidió huir y arriesgar su vida. “Definitivamente estoy mal”, pensó, “llevo tiempo en solitario y no me recupero de mi último amor, eso debe de ser”. En el espejo también vio una especie de rectángulo que resaltaba del bolsillo de su camisa. Entonces llevó su mano ahí y sacó la tarjeta de la mujer que lo había visitado en el hospital. ¿Quién sería ella? Se cuestionó. Una mujer atractiva sin duda; pero por su gran soledad la belleza de esa desconocida le había dado mucho sentimiento; era mejor que madurara, ya no era un niño. Tal vez por miedo a ese sentimiento tan fuerte trató de ignorar su recuerdo de ella. ¿Sería ella la mujer lobo? Definitivamente necesitaba pensar en otra cosa y se refugió en el trabajo.


Todo se antojaba normal en la vida de Eric Sholtz: el trabajo de vendedor de café iba bien. Había estado saliendo de su casa con frecuencia para distribuir la semilla en el norte del estado. La tarjeta de Lorena Weilish había quedado en el olvido. Había sido demasiado cobarde como para enamorarse nuevamente y decidió olvidar. En la calle el semáforo marcó verde y confiado aceleró su camioneta, cual sería su sorpresa que casi choca con un ‘conductor’ que tuvo que virar para no tocar el vehículo de Eric, aunque tuvo que parar para no toparse con un poste de luz. Eric también se detuvo echando chispas y fue, adolorido un poco de la espalda, a reclamarle al conductor del vehículo.

Al estar cerca de la puerta del carro con el que casi choca vio que quien conducía estaba semiinconsciente y recargada en el volante. Al ver la situación a Eric se le calmó el enojo, abrió la puerta del carro y trató de ayudar a la mujer recargándola en su asiento. Fue entonces cuando la reconoció, era la mujer que lo había visitado en el hospital. Entonces sintió una oleada de sentimiento aparecer en su pecho al mismo instante en que ella recobró total conocimiento y volteó a verlo. Sólo tenía algún moretón en el pecho pues se pegó con el volante –la bolsa de seguridad no se había activado–. Ella también sintió la oleada de sentimiento en su pecho. Con algo de trabajo para comunicarse le dijo:

—Parece que estamos destinados a conocernos —sonrío no pudiendo reírse por su dolor.

—Veo que estás malherida…

—…¡No! No es nada es una simple inflamación en el pecho, ya se me pasará.

Él se quedó estático no sabiendo cómo reaccionar. La mujer lo atraía y mucho. No quería ahuyentarla de nuevo.

Ella pareció leer su pensamiento —Aceptaría un café para curarme del susto, ¿tienes tiempo?

Sholtz, como de rayo la condujo a uno de los cafés más tradicionales ¬de Saltillo. A Lorena le pareció tan expedita su actitud que era como si lo hubiera visto junto a la puerta de su automóvil y luego estuvieran sentados en un café.

—¿Y bueno? ¿Quién eres? Pareciera que te conociera en tu interior a la perfección.

—Yo…

—¡Por favor! Déjame hablar. Parece que me seguiste al hospital. Ahí querías irte, pero te hice recapacitar y logré que me dieras tu tarjeta. Yo hice algo similar. Tenía, tengo miedo a conocerte. No te conozco pero este sentimiento interno es demasiado. ¿Quién eres? ¿Qué eres? ¿Te conozco de algún lado?

Lorena no sabía que contestarle mientras él la inquiría y le contesto a media verdad —No sé qué me condujo a tu cuarto de hospital. Sólo sé que vi tu fotografía en el diario y me sentí profundamente afectada. Por algo tenía que conocerte, pero me arrepentí en el cuarto del nosocomio. Existe algo fuerte entre los dos. Algo que no había sentido y me da miedo que sobrepase mi capacidad de control.

Eric levanto un poco sus brazos y los agitó —Yo siento lo mismo. Nunca había sentido algo tan fuerte por alguien. Tengo ganas de estar junto a ti. De compartir esta aventura de la vida contigo en todos sus sentidos.

Haciendo acopio de valor y tratando de actuar como si se tratara de una ‘cita’ normal le dijo —Bueno, valiente pues comienza por contarme de ti —y lo señaló con su palma de la mano derecha extendida con la punta apuntándole.

La plática fluyo como la de dos enamorados que no pueden esperar para contarle a su contraparte sus sueños de vida. Eric le habló de cómo se inició en el negocio del café y de su paulatina expansión por el estado de Coahuila. Así como sus planes de tener cultivos propios en Veracruz a futuro. Le comentó que veía para delante de manera prometedora; por su parte, Lorena le habló de su importante trabajo como consejera en la firma Revenue Authority, en la que llevaba laborando varios años. Le había ido bien, le comentó y era la mano derecha del director. La plática fluyó y fluyó más, ambos deseaban seguir y no parar, tal vez por el miedo a callar y hacer algo indebido, apenas se conocían. La oleada de sentimientos en su pecho persistió, pero ya no había el miedo de pérdida sino un ligero, pero salvaje, sentimiento de pertenencia mutua. Todavía no eran pareja, pero ya eran tan cercanos como la uña y la mugre.

Al salir Eric la encaminó a su automóvil, intercambiaron teléfonos y direcciones y se despidió.

Sola comenzó a conducir a su casa, pero en el camino un temor le invadió, qué hay de ese hombre si le pasara algo por su situación de mujer lobo. ¿Se lo diría? ¿El lo aceptaría? Estaba tan llena de emociones que al llegar a su hogar sólo acertó a echarse en la cama y dormir.

Eric por su parte estaba contento. Había conocido a una chica increíble y sólo le restaba seguir el camino iniciado. Llamarle, verla algunas veces más y, en cuanto se descuidara, hacerla su pareja.


Fotografía de Andreas Schnabl en Pexels.


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