Muy al contrario de lo que nos demuestra en España, por lo general, la política es, en un principio, de las más bellas y nobles dedicaciones que se puedan invertir en la vida, ya que supone servir a tu país y a tu sociedad, desde una de las mayores responsabilidades que pudieran caber, como es la gestión de la cosa pública, es decir, de todos aquellos asuntos públicos que atañen al común de los ciudadanos. En tal sentido, debemos asegurar que, el servicio político a la nación, ejerce, indudablemente, de factor indispendable para la felicidad de las personas que componen la sociedad.
La corrupción en la política, no es un indicativo de que la política sea algo malo o maligno. Se trata de una desviación degenerativa de la labor encargada a la política, con la cual debemos contar como posibilidad, debido al factor humano, siempre falible por definición. Nadie, en cualquier ámbito social, o de la vida, sería inmune a cometer errores, e, incluso, a contraer enfermedades.
Entre el polo ideológico y el real, nadie está a salvo de cometer incoherencias, o desviaciones, desde lo que se puede considerar correcto en la política. Estas incoherencias o desviaciones, podrían deberse a una evolución de las posturas ideológicas, ya sea por un natural proceso de cambio, o sea por una adaptación a la coyuntura del momento determinado que se atraviese. Desde luego, lo peor y menos deseable, sería que la incoherencia y la desviación, tuviera motivos delictivos, en cuyo caso estaríamos ante la famosa corrupción, momento en el que se incurre en fraudes de ley, y de la ley, por otro lado, que es un producto elaborado por la propia política, puesto que la sociedad se rige y organiza, a través de estas normas de carácter superior, bajo cuyo dictamen es posible la convivencia, y la prosperidad del conjunto de la ciudadanía.
La corrupción supone, pues, un uso incorrecto o abusivo, del poder encomendado a la política, que siempre va a venir ordenado a la realización de un servicio a la sociedad, con las características que hemos enumerado concretamente. La idea de servicio es la que se descompone, cuando deja de constituirse como tal, pasando a erigirse en un aprovechamiento ilegal de las funciones encomendadas, en favor del personal político, que estaría obviando el principio de dedicación al pueblo, por encima de los intereses personales.
Aún bajo este castigo que supone la corrupción, no deja de ser la política un oficio de grandes virtudes, que exige virtuosos empleados en su consecución. Por tanto, se debe exigir una selección exhaustiva de los encargados de nuestros intereses y de nuestros problemas. Cualquiera no sería válido para gobernar una nación. La política requiere de personas cualificadas, con un espíritu sano, cierta bondad, y unos conocimientos mínimos de lo que va a estar pendiente. Estaríamos concordando, en tal sentido, con la filosofía aristotélica y con la platónica, de la escuela clásica griega.
Mirado desde la perspectiva que hemos expuesto, se vislumbra la diferencia entre el abstracto de la política, y esta misma concretada en los políticos que intervienen en la misma. Abogaría yo, entonces, porque la vista del ciudadano se posara mucho más sobre esa concreción política, como son los candidatos, que sobre el abstracto político, conformado por unas siglas que representan el idealismo de los distintos partidos, susceptible de llevarse a efecto, según fuere tamizado desde el talante personal de los que detentaren el poder, merced a la voluntad manifestada por el pueblo en los sufragios electorales. Voluntad de cuya exigencia, más o menos escrupulosa, va a depender, en una gran medida, la calidad de los políticos que nos expongan los partidos.
FRAN AUDIJE
Madrid, España, 6 de enero del 2024
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