El ser humano es, entre otras cosas, diverso y diferenciado entre los congéneres de su propia especie. No solo poseemos un carácter original en cada uno de nosotros, de manera particular, sino que nos distinguimos, individualmente, en cuanto a facultades, virtudes, y defectos. Todo este conjunto de características personales, distintas en cada uno de nosotros, es lo que nos hace únicos, a pesar del tronco común que nos une al resto de la humanidad.
Lo más parecido a este concepto real de la persona, es la imagen de un árbol, en el que se distinguen las raíces que lo alimentan, el tronco, que es común para todo el árbol, y la ramificación que tienen lugar a partir de un momento dado. La raíz, ejerce una función común para todo el cuerpo del árbol: lo alimenta, facilitando su supervivencia, así como el cerebro y el sistema digestivo, en el hombre, mantienen alimentado el cuerpo y el intelecto racional del mismo. El tronco es la parte principal común del árbol. La posterior ramificación del tronco, serían las características diferenciadoras de las que hemos hablado.
Por tanto, como seres humanos, mantenemos en común la alimentación de nuestro organismo, ya sea físico o social, y un tronco, conjunto de cualidades que nos definen como especie. Las ramas en el árbol, equivalen al hecho diferenciador y diverso de la especie humana. El conjunto arbóreo, supone la definición global de este ser, como si miramos la realidad humana, obtenemos una definición conjunta de lo que es el hombre: un ser social, con características comunes y diversas.
Es por esta razón tan evidente, mirando la imagen de la figura prototípica del árbol, que resulta tremendamente cruel cercenar la capacidad diferenciadora en las personas, tentación de los poderosos con fines de mantener el poder. Sería lo que conocemos como una tiranía, puesto que anular a la fuerza todas aquellas capacidades o singularidades de los seres humanos, tanto a nivel personal, como a nivel de su agrupación social, supondría un límite o un amordazamiento de la realidad humana, traducido en los derechos, y en la libertad, deducida de esos derechos, que son naturales, es decir, consustanciales a la realidad del hombre como tal.
Estamos hablando, por supuesto, de la violación de derechos humanos elementales, como la libertad de expresión, asociación, y reunión, así como de otros derechos íntimamente relacionados, cuales serían, por ejemplo, el derecho de sindicación obrera, o de agrupación empresarial, el derecho a manifestarse, o todos aquellos que tengan que ver con la cultura y el pensamiento.
Evidentemente, en una nación donde no existe libertad ni democracia, se complica sobremanera la pujanza de la filosofía o de la producción literaria. Aquellas naciones que coartan la libertad de pensamiento, y su lógica consecuencia: la libertad para expresar las ideas, están abocadas a una mediocridad, que constituirá un motor hacia su propia decadencia social.
La diversidad de pensamiento, incluso en el ámbito de la política, solo puede ser algo negativo para la tiranía y el totalitarismo, puesto que persiguen la uniformización, antinatural y forzada, en el pensamiento y en la ideología política, de manera que, solamente las ideas afines al partido gobernante puedan prosperar y reconocerse, con la pretensión de perpetuar el poder de manera indefinida.
FRAN AUDIJE
Madrid,España,21de enero del 2025.
Fotografía Facebook.
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