EL PODER EN LA DEMOCRACIA

En una democracia donde se valoren la libertad y los derechos de los ciudadanos, como patrimonio común del pueblo en su conjunto, pues no podría ser de otra forma, resulta completamente incompatible, que el Gobierno desee detentar el poder a toda costa, y que haga un drama del traspaso del mismo, porque nos tocará presenciar a este Gobierno, haciendo toda clase de maniobras fraudulentas para evitar que se le escape el poder, en una actitud totalitaria flagrante y traicionera.

El poder en una democracia como debe ser, y no como un simulacro o un paripé, no es un tesoro que se lo queda quien lo encuentra, sino que es propiedad del pueblo y de los ciudadanos en su conjunto, que lo ceden a unos representantes políticos, para que puedan administrar los recursos del país de manera operativa, en beneficio de toda la nación, y en el respeto permanente de la legalidad, y de los derechos y las libertades públicas de los ciudadanos.

Resulta de una enorme irresponsabilidad, interpretar que el poder está al servicio de quien lo detenta, porque en las democracias con una operativa regular, el poder sirve para realizar una gestión de servicio a la ciudadanía, pero nunca al contrario. En tal sentido, se requiere una mentalidad en los gobernantes de la nación, tendente al trabajo en la conciencia de que la supremacía de sus funciones está en posesión del pueblo en su totalidad, y que tal cesión del poder no debería otorgar la licencia de abusar del mismo, para saltarse la legalidad vigente, de manera oculta, ya que, la inconsciencia del pueblo de estar siendo estafado, no significa que el abuso de poder haya sufrido una especie de blanqueamiento, sino que significa una grave traición a la patria, y a la confianza que los ciudadanos otorgaron.

A lo mejor, en lugares como el llamado Cuerno de África, se pueden permitir el lujo de apropiarse del poder, realizando toda clase de astucias tendentes a apropiarse del mismo, usurpándoselo a su legítimo propietario, que, indudablemente, es el pueblo, y son los ciudadanos. Sin embargo, en plena Unión Europea, dado el bagaje histórico y la tradición demócrata que nos distingue ante el resto del mundo, con una marcada nota de respeto hacia los derechos humanos, constituiría una regresión del todo grotesca e increíble, que en cualquiera de sus Estados miembros, como podría ser España mismo, se produjera un vuelco en el sistema de prosperidad y de derechos ciudadanos fundamentales, para que una facción política conquistara el poder, de manera solapada y encubierta, de manera que lo pudiera detentar indefinidamente, recortando los derechos y las libertades ciudadanas, hasta límites de la conveniencia más tiránica, con tal de conservar el poder.

Ninguna nación debería ser feudo de nadie que no sea la ciudadanía en su completo conjunto. E, insistimos, el hecho de que el pueblo ceda o delegue el ejercicio del poder en un partido político, nunca debería interpretarse como la concesión de una licencia para hacer y deshacer, al capricho del ente de poder que ostente dicha delegación, sino todo lo contrario, que debería significar una altísima responsabilidad, puesto que en las manos de los gobernantes demócratas se encuentra la posibilidad de realización personal de millones de personas, y, por tanto, de acceso a la felicidad del pueblo, en tanto en cuanto es posible en este mundo.

FRAN AUDIJE
Madrid, España, 30 de enero del 2025
Fotografía Facebook.

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. @UnidadParlamentariaEuropa


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