LA NUEVA ESPAÑA

Generalmente, se tiene la creencia de que el potencial de una nación, está relacionado con el tamaño de su territorio, y con los recursos que este mismo guarda. Desde luego, no es baladí la dimensión territorial de un país, ni, mucho menos, la riqueza que pueda encerrar el mismo, pero debemos añadir que, tampoco es determinante para el poder y la capacidad de influencia de las naciones.

Existe un ejemplo muy claro con respecto a lo que afirmo, y es Holanda, una de las naciones con un territorio más reducido, ocupando el tamaño de la provincia de Cáceres, aproximadamente, con una gran parte de sus tierras anegadas por el agua, puesto que hablamos de una zona que está por debajo del nivel del mar, de ahí que sea conocida como los Países Bajos. Sin embargo, se trata de una de las grandes potencias de la Unión Europea, también con una historia de hegemonía colonial, de hecho, los holandeses fueron uno de los grandes rivales del Imperio español.

El secreto de esta enigmática realidad, no es otro que el factor mental de los pueblos, es decir, la mentalidad que reina en la ciudadanía de las naciones, o también conocida como la idiosincrasia del pueblo. Porque, un país, no es solo su enclave geográfico, sino que, sobre todo, viene constituido por las personas que lo habitan.

Habría que acometer un estudio sociológico profundo sobre las diferencias entre Holanda, por ejemplo, y España, dos naciones con una enorme desigualdad territorial, muy a favor de nuestro país, tanto en dimensiones como en recursos, pero, de la misma manera, hemos de señalar que, los holandeses, nos llevan la delantera en el mundo. Al menos, en el contexto de la Unión Europea, Holanda, y el conjunto de los Países Bajos, guardan un mayor peso, que la arrolladoramente gigantesca España, en comparación geográfica con ellos.

A falta del estudio sociológico mencionado, que arroje luz sobre esa diferencia en el factor mental de ambos pueblos, salta a la vista un hecho bastante señalado, y es la desunión que existe en el seno del pueblo español, lejos de producirse entre los holandeses, un pueblo bastante cohesionado. En general, dentro del contexto europeo, España es, probablemente, la gran excepción actual, en cuanto a diferencias, rencillas, y división popular. Ya nos hablaba el gran poeta de la Generación de 1898, Antonio Machado, del “cainismo” español, en alusión a esa pugna que existe entre los propios hermanos de un pueblo, incapaz de evitar una conflagración tan grave, como la Guerra Civil de 1936 a 1939, de la que todavía estamos viviendo las consecuencias del enorme trauma que causó.

En tal sentido, es fácil observar los profundos nacionalismos que existen en dos regiones, ante todo, como son Cataluña, y el País Vasco o Euskadi. En el caso de Cataluña, el nacionalismo es de tal calado, que constituye toda una cultura de voluntad independentista. En cuanto a Euskadi, debemos reconocer que, esta pequeña gran comunidad dentro de España, en la historia ha ido unida siempre a Castilla, aunque manifestara tradicionalmente una patente singularidad.

Me he fijado en estos dos nacionalismos independentistas dentro de España, porque, en el contexto general de división entre los españoles, considero que el tirón que ejercen estas dos regiones, supone una fuerza de magnitud apreciable, respecto a que se marque aún más esta división comentada. Por tanto, creo que aliviaría bastante a nuestro país, dejar de ignorar la realidad de ansia independentista, que llega hasta lo cultural, en estas dos regiones concretas, para consultar a los pueblos vasco y catalán, en un referéndum bien organizado, si optarían por su autodeterminación, o por continuar formando parte del conjunto de lo que es hoy España.

Las consecuencias de apaciguar este clamor y esta pasión, demostrada con tanta fuerza, muy probablemente iba a causar un efecto de cohesión en todo el país, porque se iba a diversificar y a redistribuir la riqueza, contribuyendo al desarrollo de regiones depauperadas, y a un crecimiento más global y homogéneo de España.

Actualmente, España se asemeja a una barca, que se muestra demasiado escorada, hacia estas dos regiones con un marcado independentismo, puesto que, la manera de lograr que no armen demasiado escándalo independentista, es invertir lo más preciado del capital de este país, tanto en Cataluña como en Euskadi. Estamos manteniendo, pues, a dos pueblos muy alterados, a pesar de que se llevan lo más importante de la riqueza de todos, contribuyendo a una doble enfermedad, la del fomento de la división en el conjunto de España, y la del empobrecimiento y la despoblación en la mayor parte del territorio. Ambos males se retroalimentan, y hacen crecer aún más el malestar general, en una barca escorada, como hemos señalado, con serio peligro de hacer aguas.

En conclusión: una España sin Cataluña ni Euskadi, no tiene porqué significar, ni mucho menos, una España más pobre y con menor potencial, sino todo lo contrario, pues al aligerar la carga divisoria entre los españoles, y fortaleciendo la cohesión del pueblo, vamos a conseguir una nación donde se hagan mejor las cosas, donde exista mayor igualdad entre los españoles, con una menor incidencia de la exclusión y la marginación del que disiente, o del que, sencillamente, se enmarca en una facción ideológica, con escasa influencia política, pero que también cuenta con capacidad para aportar cosas valiosas a la sociedad.

FRAN AUDIJE
Madrid, España, 25 de febrero del 2025

Fotografía Facebook.

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. @UnidadParlamentariaEuropa


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