*TODO ESTABA DISPUESTO. TODO ESTABA CONSUMADO*
Por Isrrael Sotillo
Foto: Archivo
Maracay/ Valencia, 20 de marzo de 2025
El Congreso de CDMX aprobó dictamen de corridas de toros sin violencia. La reforma entrará en vigor al día siguiente de su publicación en la Gaceta Oficial de la Ciudad de México, cuya población supera los 25 millones de almas y como dato comparativo, a las corridas de toros que se celebran en la Plaza México asisten a las corridas de los carteles llamativos: Enrique Ponce, Andrés Roca Rey, Joselito Adame, hasta 45 mil personas y un poco más. La iniciativa del sector antitaurino estuvo respaldada por 27 mil firmas, y luego ratificada por 61 votos a favor y un voto en contra y con el apoyo incondicional de las transnacionales animalistas AnimaNaturalis europea y CAS Internacional, cuya sede está en Utrech Holanda.
El Prohibicionismo y derechos de los animales
La jefa de Gobierno, Clara Brugada, saludó “con gran alegría” la aprobación en lo general en el Congreso de la Ciudad de México del “dictamen que prohíbe las corridas de toros con violencia”. En un mensaje en sus redes sociales, la mandataria capitalina indicó que la decisión de los legisladores significa un avance hacia una ciudad que respeta los derechos de los animales. La izquierda woke es así, siente, se emociona como izquierda, pero sus pensamientos son de derecha, por eso en México coincide con el PAN, el PRI y los verdes neoliberales. Poderosos intereses se mueven tras bastidores.
Nada nuevo, señoras y señores, el animalismo es una filosofía “antiespecista”, igualmente prohibicionista, pero hay que reconocerlo, ha calado hondo, no solamente en México, sino que además está bien posesionada tanto en Colombia como en Ecuador, y ya comienza a abrirse paso con menos fuerza en Perú y Venezuela, pero anda por ahí. La gobernante del DF, parece no tener ninguna idea de lo que se trata esta expresión de secta neorreligiosa. Con su postura la señora Clara Brugada, le está empeñando el alma de los mexicanos al “anglosajonismo”, por no decir al mismísimo diablo. Para su información, por si no lo sabe: la decisión de matar animales de compañía cuando estalló la Segunda Guerra Mundial es un episodio de gran olvido y del que el Reino Unido poco habla, quizás por vergüenza. Los británicos mataron 750.000 mascotas por órdenes de la propaganda llamada “Panfleto” sobre la eutanasia de animales, que se distribuyó antes del estallido de la tormentosa Guerra Mundial, y que gracias a los rusos no se permitió que Hitler se apoderara de toda la vieja Europa.
Han dicho los representantes políticos del órgano legislativo de la capital mexicana que este hecho representa el “triunfo del consenso, de la razón y de la sensibilidad” y que es un testimonio de que, cuando hay disposición para el diálogo, se pueden encontrar caminos comunes. Ese contubernio del PAN, del PRI y de Morena , y el Partido Verde neoliberal, éticamente es sospechoso. ¿Acaso será el mismo camino que se han trazado propios y extraños, y por el cual pareciera están llevando en pocos meses de gobierno a la Presidenta Clara Sheimbaun Pardo? Ahí va toda una esperanza por el laberinto de la soledad, ya hay indicios de estar transitándolo. México no regales tu identidad, Jalisco no te rajes.
La postura del PAN raya en la sensiblería y ridículo: ¡un paso hacia una sociedad más perceptiva!. Al presentar el dictamen, la diputada local del PAN, Daniela Álvarez, presidenta de la Comisión de Puntos Constitucionales e Iniciativas Ciudadanas, expresó: “Este es un paso trascendental en la construcción de una sociedad más sensible y más humana. El dolor no es deseado por ninguna especie”.
Entonces hablemos de sensibilidades y de dolor, pues
Sólo hay un argumento contra las corridas de toros y no es verdaderamente un argumento. Se llama sensibilidad. Algunos pueden no soportar ver (o incluso imaginar) a un animal herido o muriendo. Este sentimiento es perfectamente respetable. Y no cabe duda de que la mayor parte de las y los que se oponen a las corridas de toros son seres sensibles que sufren verdaderamente cuando imaginan al toro sufriendo. El aficionado taurino tiene que admitirlo: mucha gente se conmueve, e incluso algunos se indignan con la idea de las corridas de toros. El sentimiento de compasión es una de las características de la humanidad y una de las fuentes de la moralidad. Pero los adversarios de las corridas de toros tienen que saber que los aficionados compartimos ese sentimiento.
Sin temor a equívocos, es algo difícil de creer por todos aquéllos que piensan sinceramente que asistir a la muerte pública de un animal (lo que es un aspecto esencial de las corridas de toros) sólo lo pueden hacer gentes crueles, sin piedad, sin corazón. Ahí radica su irritación, su arrebato, su animadversión a las corridas de toros. Es difícil de creer y sin embargo es absolutamente cierto: el aficionado no experimenta ningún placer con el sufrimiento de los animales. Ninguno soportaría hacer sufrir, o incluso ver hacer sufrir, a un gato, a un perro, a un caballo o a cualquier otra bestia. El aficionado tiene que respetar la sensibilidad de todos y no imponer sus gustos ni su propia sensibilidad. Pero el antitaurino debe admitir también, a cambio, la sinceridad del aficionado, tan humano, tan poco cruel, tan capaz de sentir piedad como él mismo. Es difícil comprender la postura del otro pero hay que reconocer que, en cierto sentido, el aficionado tiene las apariencias en contra. Por eso su posición necesita una explicación, muchas explicaciones.
La sensibilidad no es un argumento y sin embargo es la razón más fuerte que se puede oponer contra las corridas de toros. El problema consiste en saber si es suficiente: ¿la sensibilidad de unos puede bastar para condenar la sensibilidad de otros? ¿Permite explicar el sentido de las corridas de toros y la razón por la que son una fuente esencial de valores humanos? ¿Puede bastar para exigir su prohibición? Nos aferramos a la máxima del mayo francés del 68: prohibido prohibir. La votación del Senado de Francia en contra o a favor de la asistencia de menores a los toros se convierte en una esperanza de la libertad y de la existencia de una democracia plena a la que tenemos la obligación de aspirar. No olvidemos el contexto jurídico social de este asunto. Francia es un país que tiene prohibidas por ley las corridas de toros. Prohibidas expresamente. La prohibición emana de la propia Ley de Protección de los Animales. No obstante, a esa ley, los máximos tribunales y el poder legislativo, coincidieron a finales de los años 60 del pasado siglo y siguen coincidiendo ahora que, por encima de derecho alguno, está el derecho inalienable del ciudadano a sus tradiciones, enmarcadas dentro del derecho a su libertad. Derecho y libertad del ciudadano. No hay más debate.
Estamos entonces ante una gran paradoja cuya belleza democrática es la puesta de sol en un campo sembrado de libertad. En realidad, asistimos a más de una contradicción a primera vista. Primero nos preguntaremos: ¿cómo es posible que un país que prohíbe los toros permita a localidades del sureste y suroeste de ese mismo país, celebrar corridas de toros? Luego nos podemos preguntar: ¿cómo es posible que en el mes de noviembre del año 2024, en Francia, a pesar de tener prohibidas las corridas de toros, no haya salido victoriosa ninguna iniciativa legislativa para acabar con ellas, modificarlas o, como en este caso en particular, prohibir la asistencia a las mismas de los menores de 16 años?
El sufrimiento
La diputada local del PRI, Tania Larios, muy oronda luego de aprobar su mamotreto de ley violatoria del derecho a la libertad, violatoria del derecho y la libertad del ciudadano, manifestó que el PRI rechazaba justificar el sufrimiento como tradición; pues tampoco: igual hay dolor en algunos animales vertebrados, pero sufrimiento no, esto es algo privativo de los humanos. El sufrimiento es todo aquello que conduce a la persona a sentirse sola, triste y deprimida, un estado del que el ser humano es capaz de salirse debido a sus capacidades cognitivas y emocionales, su capacidad de raciocinio y su lenguaje, cosa que no tienen los animales.
JUCOPO, por su parte, celebró la protección a los animales. ¿Será que los van a proteger como a los miles de animales de los circos mexicanos que fueron arrebatados a sus dueños, y a los que los políticos animalistas abandonaron, animales que de paso se murieron todos con enfermedades y de hambre. No cabe tamaña hipocresía; el mismo coordinador de la Junta de Coordinación Política (JUCOPO), Jesús Sesma, señaló: “Todos aquellos que no tienen voz, los seres sintientes, han conseguido ser escuchados. Y junto con ellos, nosotros, los que creemos en sus derechos, hemos vencido. Es un día que marcará un antes y un después en la capital… Se ha demostrado que cuando hay voluntad, no hay nada que no se pueda lograr en este Congreso”. Recordemos que los animalistas antitaurinos se mueven bajo la influencia ideológica de Richard D. Ryder, un psicólogo y filósofo británico, creador del término especismo; de la posición utilitarista de un judío de nombre Peter Singer, y de la visión deontológica de los derechos de Tom Regan, un filósofo estadunidense, las cuales han dado lugar a las llamadas corrientes animalistas, veganas y mascotistas.
La gran mentira animalista
El texto de la llamada Declaración Universal de los Derechos del Animal, adoptado por la Liga Internacional de los Derechos del Animal y por las Ligas Nacionales afiliadas tras la 3º reunión sobre los Derechos del Animal, realizada en Londres del 21 al 23 de setiembre de 1977, y ratificado el 15 de octubre de 1978 por la Liga Internacional, las Ligas Nacionales y las personas físicas asociadas a ellas, no ha sido aprobado jamás como DECLARACIÓN UNIVERSAL, al sol de hoy, ni por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), y tampoco por la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La Declaración Universal sobre Bienestar Animal (DUBA), en honor a la verdad, hasta ahora es una propuesta de acuerdo, óigase bien, UNA PROPUESTA DE ACUERDO inter/ gubernamental para reconocer que los animales son seres capaces de sentir. Por eso los animalistas mienten cuando hablan de la Declaración Universal de los Derechos del Animal.
La (DUBA) está desnuda y desprovista de cualquier valor normativo y/o jurídico, pues se trata de una propuesta de acuerdo inter gubernamental ( ? ). Sin más. Carece de vinculación legal tal y como se le ha estado advirtiendo a las organizaciones animalistas internacionales tanto en la UE como en la sede de la ONU; además el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (Tratado de Lisboa, 2007), la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia (2012) y la Declaración de Toulón (2019), instrumentos éstos derivados únicamente de la concepción animalista del mundo y cuyas tesis prohibicionistas ameritan ser debatidas.
¡Seres sintientes?
Los animalistas dicen que los animales son “seres sintientes”, cuestión que nadie pone en duda, pero con las lógicas diferencias naturales entre un sentir del animal humano y el sentir de otro animal no humano. Un ser que siente y que no tiene capacidad para consentir, no existe. Y jurídicamente menos.
Las normas se basan en la capacidad del ser humano para asumir, hacer, decidir, actuar, afirmar, consentir… y cuando lo hacen fuera de la ley, cometen delito. Esta verdad es importante para quienes les corresponde redactar finalmente la Ley sobre los animales de compañía, que se estuvo debatiendo hace poco en la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela, y que seguramente debe contemplar lo concerniente a los actos sexuales con animales, lo relativo a que si dichos actos son considerados delito o no. No se trata de entrar a debatir aquí jurídicamente acerca de la zoofilia, sí o no, pero el tema lo amerita, porque quienes impulsaron la ley prohibicionista en México, dicen que el animal es “un ser sintiente al que no se le puede causar lesiones ni la muerte”, de manera tal que a la pulga, al piojo, a la polilla, tampoco se les puede mal tratar o causarle la muerte. ¿Son iguales los animales? Claro que no. Hay que distinguirlos. Y ahí cabe la pregunta por qué con las peleas de gallos no se metieron, igual que en Colombia, no tocaron para nada a las corralejas, las que, igual, son espectáculos donde hay algunos aspectos de violencia con los animales. Ahí sí que se sube la gata sobre la batea. Pura hipocresía, pura falsedad de conducta. El miedo es libre.
Sintiencia
¿Un “ser sintiente” puede ser usado como recreo sexual por un animal humano sin que sea delito? ¿Ese acto sería maltrato animal por sí solo, y por lo tanto constituiría un delito o será necesario que se le infrinja un daño al animal de compañía para que se configure el hecho punible? Estas interrogantes son una clara demostración legal de que el animal no es un “ser sintiente”, sino un ser vivo a merced de la voluntad y uso del amo, del ser humano. La trampa verbal de los animalistas esotéricos tiene el mismo calado de grietas, agujeros éticos, morales, ideológicos y legales que están a ojos vista en la llamada ley mexicana prohibitiva de las tradicionales corridas de toros.
Vamos por partes: “Ser sintiente”. De “sintiencia”. Es la capacidad que tiene un ser vivo de sentir emociones, dolor, bienestar etc., y de percibir de manera subjetiva su entorno y sus experiencias vitales. Los filósofos del siglo XVIII utilizaron este concepto para distinguir la capacidad de pensar (la razón) de la capacidad de sentir (sintiencia). Ya que la filosofía ha sido erradicada de las aulas, nadie acude al rescate de lo que significa “sintiencia”, de quien acuñan los animalistas lo de “ser sintiente”, por qué lo hacen, cómo lo razonaron y a quién dedican esta expresión. Como la Filosofía no es materia de estudio en casi todos los niveles de educación, hay barra libre para usar sus pensamientos con toda manipulación e interés sin que nadie levante la mano.
En la filosofía occidental moderna, la sintiencia es la capacidad de experimentar sensaciones. Y derechos. Y libertades. El animalismo ideológico de Peter Singer y más tarde el de Gary Fraccione, afirma que ‘todos los seres sintientes, humanos o no humanos, tienen un derecho: el derecho básico a no ser tratado como propiedad de otros’. Un concepto es fundamental para la filosofía de los derechos de los animales, versión animalismo, el cual asumen a pie juntos este sector político mexicano. Pero, ¿cómo es posible que un ser sintiente no humano no sea tratado como propiedad de otros? Claro que son propiedad y lo son de un ser humano.
Si admitimos esta teoría en cuyo origen no estaba destinada al animal sino al hombre (es un traslado tan recurrente como inservible del humanismo al animalismo) admitimos que un animal siente. El animal que siente no tiene, sin embargo, la opción de consentir. Dos términos muy distintos. El humano siente y puede o no consentir. El animal, siente, pero es sumiso al humano en todo momento. Jamás puede consentir ni manifestar su consentimiento. Cabe preguntar entonces si el animal usado sexualmente por el humano no puede, en caso alguno, decir que no lo consiente, que tiene jaqueca, que no le gusta, que le da asco, que no es su voluntad, o que si le gusta, ¿acaso como “ser sintiente” no sufre un acto de imposición, de violación, de acoso, de maltrato, y, sobre todo, de abuso sexual?
El animal, en cuanto a ser objeto y uso de un acto sexual por parte de un hombre o de una mujer, sólo tiene derecho a ir a la policía a decir que en dicho acto le han causado lesiones. Manda huevos, como dicen los españoles. Porque, ¿quién muestra o demuestra si un animal ha sufrido lesiones en un acto sexual decidido por un animal humano? ¿A quién denuncia? ¿Qué veterinario de guardia y que policía lo defienden y asisten?
Extrapolamos el debate de los animales en asuntos de sexo ex profeso, porque la ley que acaban de aprobar en la Ciudad de México, y que ahora van de la mano de AnimaNaturalis por Hidalgo, por Pachuca, a prohibir las corridas de toros, es tan estúpida como llamar ser sintiente a un toro de lidia o a una mascota a la que se le castra por decisión de un ser humano, para comodidad de un ser humano, porque una mascota perro o hembra enteros no hay quien pueda con ellos en una casa y con un toro miura mucho menos. Pero, si precisamos mejor lo que dicen los animalistas ¿cómo se puede llamar ser sintiente y ser coherente con esa afirmación, capando a un animal mascota, a decenas y centenares y millones de esos animales que pierde, por decisión humana, su animalidad? ¿Cómo se puede llamar ser sintiente a un animal al que el humano usa a discreción, ya sea para la caza o para ser hijo adoptivo y heredero universal?
Claro que los animales sienten. Por supuesto, pero sienten sin el fondo jurídico que emana de ese calificativo. Ser sintiente es un término de trabajo filosófico que ayudó a la emancipación de otras razas, como la negra, poniendo final a usos como los de la esclavitud. Y, de repente, los neo animalistas, que bucean una y otra vez en la filosofía al tiempo que la esconden de las aulas, sacan de contexto y roban al filósofo, al pensador, una expresión dedicada al ser humano para ponerla al animal. Y, nosotros, los que debemos saber todo lo posible del pensamiento humano, tragamos con estas mentiras y manipulaciones y para nada les hace ruido eso de la zoofilia sin llegar al fondo del asunto. Que un animal siente, claro. Pero que no es un ser sintiente que consiente. Será otra cosa o lo que sea que siente. Un ser sintiente es, únicamente, un ser humano.
Los derechos de los animales son inexistentes, porque sencillamente los animales no tienen obligaciones, no son sujetos de derechos con obligaciones; hay sí la obligación de los seres humanos de cuidarlos y proveerlos de alimentación y afectos, pero no de manera igualada: un zancudo es distinto a un pollo, o que las pulgas del perro son iguales al canino, y por lo tanto, haya que darles el mismo tratamiento que al perro. A lo mejor sí.
Partiendo de una analogía con los derechos de los humanos, se ha llegado a discursos que se instalan en la equiparación con ellos. Se comprende que se haya hecho para reforzar el carácter obligante de normativas para el buen trato a los animales, pero si se olvida el carácter metafórico que cabe reconocer en la expresión «derechos de los animales» se dejan atrás notas características del lenguaje de los derechos que son las que lo hacen sostenible sin contradicciones: su universalismo respecto a los individuos del colectivo a los que los derechos se refieren (Habermas); la dinámica de reconocimiento recíproco entre quienes se tratan como sujetos de derechos (Hegel); la función emancipatoria de la reivindicación de derechos (Rancière); la conciencia respecto a derechos y al correlato de deberes, la exigencia de respeto incondicional -signo de la dignidad- a quienes por sus derechos no pueden ser tratados meramente como medios (Kant)…
No pueden pasarse por alto las objeciones a esas notas. Están las razonablemente expuestas cuando se critica el antropocentrismo con voluntad de dominio desde el que se han hecho valer; a ellas se suman las expuestas desde el llamado animalismo, que pone en jaque la diferenciación ontológica entre animal y humano, llegando a recusar como especismo la defensa de derechos humanos como de índole distinta a derechos de los animales. Y por aquí llegamos a la cuestión de fondo: buena parte de las confusiones y contradicciones de los antitaurinos se deben a una posición animalista, por más que no explicitada, que, de suyo, arrastra una antropomorfización de lo animal, algo a lo que señala Giorgio Agamben al reflexionar sobre la relación humano-animal, aunque de ello no concluyamos, como apuntaba Heidegger, que implica una animalización del humano. Si las críticas a un antropocentrismo de dominio tienen su razón de ser, es imprescindible un antropocentrismo de la responsabilidad, pues a los humanos incumbe el «cuidado de los animales», como subraya Adela Cortina. Para regularlo, como bien lo aborda el filósofo Jesús Zamora en su libro Contra apocalípticos, no es necesario un planteamiento maximalista que, además de incurrir en contradicciones, sobrepasa lo que razonablemente deba asumir una sociedad civilizada para que en aras de la pacificación de su relación con la naturaleza, sea incorporado a su sensus communis.
PD: De tradición taurina centenaria, Quito pierde cada año entre 87 y 125 millones de dólares en ingresos turísticos generados por la fiesta brava, casi apagada tras el referendo nacional que, en 2011, suprimió el tercio de espadas. Bogotá acusa otro tanto. ¡Cuántos empleos se perderán en la Ciudad de México con ese tipo de corridas inviable desde todo punto de vista, menos el de los animalistas prohibicionistas?
Rojo como el incendio es la historia de México y de América Latina.
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