LA SOLEDAD

El ser humano es una verdadera caja de sorpresas, porque nadie es igual a nadie. Todos presentamos peculiaridades que nos distinguen, a pesar de que, indudablemente, poseemos un tronco de identidad común, aquello que nos define como pertenecientes a un lugar, una familia, o cualesquiera sociedades en las que nos encontremos agrupados.

En cuanto a la vivencia de la soledad, suele existir un consenso en buscar alguien con quien compartir la vida. Por lo general, no nos gusta a las personas vivir solas, «dejadas de la mano de Dios», en expresión coloquial castellana. Tendemos a agruparnos, y a vivir con otro semejante, también formando familias, generalmente generando prole.

Las propias necesidades fisiológicas del hombre, empujan al mismo a encontrar un alter ego, con quien, no solo satisfacer la concupiscencia, sino establecer un hogar, donde amar y ser amados. Lo que también se conoce por: «Tener un lugar a donde ir».

En ocasiones, no se trata de estar con otro que nos pueda satisfacer necesidades amorosas y sexuales, sino contar con un apoyo estratégico, de cara a realizar funciones, o alcanzar metas, mucho más complicadas de otro modo.

Las personas somos extraordinariamente débiles, si operamos en la soledad. En cambio, apostando por vivir unos con otros, de una manera más o menos intensa, según unos casos u otros, el hombre se hace fuerte, siendo capaz de ir mucho más lejos, que en solitario o aislado.

Existen excepciones, no obstante, en personas que se sienten mejor solas, bien sea porque creen que la soledad les ayuda con el desarrollo espiritual en el que andan embargados; por simples razones de rareza, difíciles de analizar; o porque han experimentado situaciones traumáticas, para ellos, y reniegan de la compañía humana, aunque, eventualmente, no rechazan vivir con mascotas, a través de las cuales encuentran cierto afecto, desde una convivencia elemental, que no les genera los problemas e inconvenientes de habitar con otra u otras personas.

El escritor checo, Franz Kafka, eligió la soledad como parte de su vigor creativo literario, sin renunciar a una vida sexual ajetreada, mediante la frecuencia a los burdeles, donde desfogaba sus necesidades libidinosas, tan naturales en todos los animales, como también en el hombre. Discutible podría ser la moralidad o la ética, de tal comportamiento centrado en el ego masculino, que se ciega al perjuicio que está causando, al contribuir a la explotación inhumana de mujeres.

Sea como fuere, en ningún caso de elecciones libres de opciones de vida, debería ningún colectivo practicar algo tan feo, como la marginación de otro ser humano, porque prefiere la soledad, o adopta hábitos de vida que, no siendo gravosos ni dañinos, para el común de los seres sociales, suelen inspirarnos rechazo a los que nos consideramos, «gente normal».

Lo normal debería ser el respeto y la consideración, hacia aquellos que calificamos como distintos o diferentes. Dejemos de cargar contra aquel que se distingue más de lo habitual, de todo el resto de la comunidad. No hay nadie sin necesidades de autorealización, a la manera de todos, o a su particular manera, ni de ser reconocido como un miembro más de la sociedad, en el sentido más amplio del término.

FRAN AUDIJE
Madrid, España, 11 de abril del 2025
Fotografía Facebook.
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. @UnidadParlamentariaEuropa


Descubre más desde REVISTA UNIDAD PARLAMENTARIA

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Deja un comentario