CUALIDADES DE LA CONVIVENCIA FRUCTÍFERA

El arte de la convivencia es complejo, y, a menudo, se necesitan aptitudes innatas para poder llevarlo al éxito. Todo aquello para lo que se ostentan facultades, resulta sencillo. Por el contrario, de lo que se carece, implica la realización de un esfuerzo para adquirirlo, o desarrollarlo, por lo general. En cualquier caso, creo que merece la pena aceptar el reto de la convivencia, aunque nos tengamos que sacrificar para conseguir que llegue a buen término. Siempre he pensado que, las cosas fáciles no tienen un gran mérito, pero lo que es complicado de alcanzar, merece el homenaje y el aplauso de todos los demás.

Una de las principales potencialidades de la convivencia, es, además del amor entre los diferentes elementos humanos que viven juntos, aquello que solemos denominar como “educación”, o “tener educación”. La educación, podríamos definirla como el conjunto de hábitos y conductas, generalmente reconocibles como agradables hacia los demás, que están relacionadas con la ética, y que facilitan la convivencia entre las personas.

Después del amor, o del aprecio entre los seres humanos de una misma comunidad, o grupo social, o familia, estar dotados de unos mínimos principios de educación, es fundamental para que se pueda coexistir, y no solo compartir la vida, sino alcanzar metas comunes de prosperidad entre todos.

Mi madre solía decir que, la educación, según le enseñaron en el Colegio de religiosas en el que estudió, se podría reducir, simplemente, a tratar de no molestar al prójimo. Todo aquello que consista en molestar o incordiar a otra persona, siempre que esa persona mantenga una postura de buena fe, deja de ser aceptable desde la óptica de la convivencia. Otra cosa sería que a otros moleste determinada faceta de mi personalidad, por una mala fe o mala intención, en cuyo caso no estaríamos hablando de mala educación, sino de una falta de amor por el prójimo, primer ingrediente fundamental para la convivencia.

Recordando algunas enseñanzas de un Papa sencillo, que recurría con frecuencia al sentido común, como el Papa Francisco, podríamos alegar aquel lema tan bonito, tantas veces esgrimido por su difunta Santidad: “Vive y deja vivir”. Vive pendiente de los asuntos que te competen, y que te importan directamente, y deja a los demás que resuelvan sus problemas y vicisitudes. Deberíamos existir más en nosotros mismos, solo con un ojo en quien pueda requerir que le echemos una mano, sin calcular otra cosa que el bien que se pueda generar.

La envidia suele venir porque estamos poco en lo nuestro, y demasiado en lo de los otros. El egoísmo no es malo, hasta cierto punto, pero, traspasando determinados límites, nos puede llegar a perjudicar a todos, incluido al egoísta. Tanto envidia como egoísmo, podrían desembocar en una patología, si no nos cuidamos de ellos.

Reducir la educación, al “por favor” y al “gracias”, aunque son palabras de cortesía muy necesarias, tampoco completa todo lo que significa la educación.

Por cierto, la virtud del perdón y la disculpa hacia las faltas o defectos de los demás, ya no solo es una cuestión de educación, sino, sobre todo, de amor hacia el prójimo. Y el amor, volvemos a repetir, es fundamental para la convivencia. Primero es el amor, siendo la continuación del mismo, la educación, si es que deseamos la concordia y la prosperidad, entre los congéneres que habitamos unidos por una misma identidad.

FRAN AUDIJE

Fotografía: Facebook.
Madrid, España, 5 de mayo del 2025

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. @UnidadParlamentariaEuropa


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