Por Luis Mac Gregor Arroyo
Una vez me hospitalizaron en el GEA González. Tuve una semana difícil y sufrí un ataque de nervios. Ahí en urgencias me atendieron pronto y salí de la crisis en un par de días. Estar esas 48 horas resguardado se me antojó como si fuera el personaje principal del El día de los trífidos, donde el protagonista está vendado de los ojos y, desesperado porque nadie lo atiende, se destapa los ojos y comienza a recorrer el hospital y sus inmediaciones, para darse cuenta de que todos están ciegos menos él.
Sin embargo aquí pasó algo inesperado, al salir del GEA la gente en las calles se comportaba de manera rara. Había una especie de enojo o gozo malicioso en bastantes de ellas. Era como si una enfermedad mental se hubiera extendido por todo el rumbo: Mientras algunos hombres, quienes igual y eran heterosexuales, se veían ansiosos por tocarme, otros parecían tener una lucha interna para hacer lo correcto y no dejarse llevar. El impacto mostrado por las personas como si fuera necesario que con alguien compartieran, sino todas sus actitudes, sí su forma de ser, fue lo que derramó el agua del vaso para mí. La gente estaba demasiado exaltada. Como si no los atendieran en casa sus esposas. Teniendo un trauma interno por tirarse al hombre exquisito que no compartía sus gustos. Varios de ellos actuaron de tal manera que parecía estaban totalmente fuera de sí, al grado de que si hubiera por ahí un oficial cerca los hubiera mandado con él para visitar la cárcel o algún hospital de atención mental.
El fenómeno duró varios días. No encontraba ninguna lógica a lo que ocurría más que una, gran parte de las personas habían enloquecido. En la creencia Católica, siendo con la que me identifico, seguramente dirían que se habían acercado al Diablo. Yo me pregunto y si habían seguido a un Dios endiablado. Un Dios Padre fuera de sus casillas. Alguien ingenuo que pese a creerse muy listo había caído en las manos del demonio… o… eran éste y aquel.
Con esos pensamientos y agobiado de ver tantas personas enfermas entré al Salón Corona más cercano a mi hogar. Fue instintivo. En el momento no recapacité que si afuera las personas estaban fuera de sus casillas en el bar podrían estar peor. Curiosamente no fue así. Las personas en el local estaban en sus cinco sentidos.
He de admitirlo también, la soledad a veces pega y yo estaba con mi alma y ya. En el bar me encontré una morena fornida y alta, como las de Durango. La saludé y le invité una cerveza.
—¡Hola! ¿Gusta que le invite una cerveza?
—Sí, por supuesto, qué atento –. Le ordené la bebida al barista y ella inició la plática.
—¡Se ha dado cuenta que las personas están como fuera de sí!
—¿Usted también lo ha notado? Yo pensaba que era el único que apreciaba eso.
—No, toda la gente en muchas partes está mal. Al parecer en su espíritu salieron y acabaron en bacanales en otra realidad.
—Mire yo no sé mucho de eso, pero podría ser. No hay otra lógica. Y ahí les lavaron el coco para desear algo que en vez de nutrir corrompe.
—Así es. Yo soy bastante recatada y supe medirme. Finalmente tengo marido y no soy de las que se va de loca por ahí.
—Pues claro, para eso es la familia. Esto debe de ser un ejercicio para corromper a la sociedad. Al núcleo básico de comunión.
—Aunque es terrible yo le pido a Dios todos los días y en vez de arreglarse cosas como las guerras y la pobreza es como si no me escuchara. Me estoy decepcionando de mi religión parece que los dioses de ahí sólo están viendo cómo divertirse en vez de ayudar.
—Sí, verdad… el mundo se está poniendo feo. Lo de Ucrania, lo de Medio Oriente.
—Sí y pareciera que uno le dijera a Dios “has lo más complicado para que no le llegue ayuda a nadie”. Cada vez hay menos creyentes de verdad en la Iglesia. Hay quienes se quejan de que Dios no atiende y hasta de que ya no es bueno.
—Bueno qué le puedo decir hay quienes dicen que “es un idiota”… Yo soy católico pero no voy seguido a misa. Siempre he tenido mis reservas. Estamos sí, en un momento difícil.
—Es que la verdad la vida está difícil. Según esto hay poco desempleo en el país, pero a las personas que uno les da limosna son las mismas o hasta, a veces, un poco más.
La plática duro como una hora y después nos despedimos. Como dos buenos amigos tras una charla amena. Qué pasaba. Las guerras, la pobreza, la autoflagelación. Pues qué diantres le pasaba a las personas. Hasta desee que les fuera mal “ojalá se murieran” pensé. Hasta un amigo mío me ofendió con su mirada. No sé si él es del otro lado pero eso no se le hace a un conocido.
En eso recordé una frase que me dijo un doctor antes de salir del hospital.
—Es que ¿yo no estoy bien de la cabeza?
—Mi amigo son tiempos turbios, todo mundo está quedando mal de su raciocinio.
En fin me fui alejando del Salón Corona, al menos hubo con quien aventarme una cerveza fría.
Fotografía de Sem Steenberg en Pexels.
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