LA HUELLA DE KARL MARX

Debemos reconocer que, la condición humana, exenta de una fuerza de conciencia lo suficientemente potente, como para doblegar este condicionante humano, que, sin embargo, nos convierte en monstruos inhumanos, aboca a las personas al abuso de otros más débiles, generalmente cuando los consideramos fuera de nuestra área más cercana de aprecio, o, lo que se suele denominar como, “seres queridos”.

Durante la Revolución Industrial, que abarcó gran parte del siglo XIX, desencadenada, recordemos, a raíz del invento de la máquina de vapor, se produjo, en esta constante humana que hemos señalado, un tremendo y llamativo abuso, sobre los trabajadores empleados en los nuevos medios industriales de producción, los conocidos como, “proletarios”.

El proletariado era sinónimo de pobreza paupérrima, completamente tiranizados por la burguesía surgida de los pujantes negocios industriales. No extraña, pues, que, los jóvenes estudiantes de entonces, dada la ternura de su personalidad, que comenzaba a fraguarse y a madurar, bajo la influencia de los estudios universitarios, se fijaran en dicha realidad tan lamentable, y les moviera a tratar de buscar una solución, al trato sumamente indigno que recibía la mano de obra industrial.

Karl Marx, joven estudiante de Filosofía en Berlín, fue uno de los jóvenes de aquel entonces, que se conmoviera ante la situación pobre y humillada, de los proletarios, o trabajadores de la industria. El talento de Marx, unido a la formación universitaria que comenzaba a adquirir, así como a la ayuda de algunos otros filósofos incipientes, como la de su amigo, Engels, principalmente, aunque hubo otros, tejió, y entretejió, una serie de argumentos lógicos, no menos geniales, para la defensa del proletariado, ante sus opresores, los burgueses capitalistas, dueños de la producción industrial.

De tal manera, se creó bajo los auspicios del filósofo alemán, todo un sistema filosófico, en el que se han apoyado los regímenes comunistas y socialistas, surgidos a raíz de la toma de conciencia sobre la batalla que habría que librar, a favor de la dignidad de los obreros en el trabajo.

No debemos caer en la tentación muy típica, de interpretar que, los anteriormente marginados, deben marginar, en un segundo momento, el suyo, a los que les precedieron como marginadores y opresores. La racionalidad de la democracia, nos impulsa a lograr una convivencia entre todos, bajo el respeto de leyes que nos organicen, de cara a la posibilidad de una convivencia concorde y fructífera, sin necesidad de venganzas, ni marginaciones de ningún tipo.

Todas las personas tenemos derecho a vivir y a ganarnos el pan, con dignidad, en la contemplación por parte de las autoridades de unos derechos fundamentales, que sean base para posibilitar el esfuerzo común, que desemboque en la prosperidad de la sociedad. Para ello, lo primero es una repartición solidaria de la riqueza, por medio de la cual nadie padezca las necesidades más básicas, de manera que le sea posible luchar por superar barreras sociales, laborales, o de cualquier otro tipo.

Me parece que, los propósitos de Marx, no eran someter a la burguesía bajo el mismo yugo por ellos empleado, sino la de conseguir esa repartición de la riqueza, que acabara con las bolsas de pobreza paupérrima, y, muy al contrario, la sociedad fuera más habitable para todos. En palabras del trovador hispanoamericano, Athaualpa Yupanqui: “Que naide escupa sangre, para que otros vivan mejor”.
FRAN AUDIJE
Foto: Facebook.
Madrid, España, 1 de junio del 2025
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