El otro día, muy cansado, casi derrotado por la insistencia de la maldad en conducirte por sus tenebrosas sendas, dejé mi cuerpo caer sobre mi cama, sola y fría, como la del indigente de la plaza, con la ventajosa diferencia de que mi cama no es de madera o de cemento, sino que lleva el mullido de un viejo colchón, ya experimentado en aguantar el peso de mi cuerpo apenado.
Me despedí, no obstante, de mis viejos amigos literarios, con un: «Que descansen en paz, pero no olviden resucitar al amanecer».
Dormí y dormí, en un tedioso soñar, porque fue un sueño en negro, vacío, sin sueños realmente. Por eso, quizá, me levanté de la cama, y contemplé en la leve penumbra de la noche con luna, los perfiles de mis aviones de juguete: el hermoso Boeing 747, el histórico DC 10-30, el sorprendente Airbus A 330, o el titánico A 380.
Con estas naves, hechuras humanas perfectas, fruto de la ciencia y del diseño, es posible surcar la inmensidad del cielo, salvando cualquier tipo de accidente geográfico, por insalvable que nos pudiera parecer, como, por ejemplo, la Cordillera del Everest, la de los Andes, o la inmensidad de los océanos.
Dicen que es más seguro un viaje en estos aviones, que viajar en coche, a pesar de la inestabilidad que brindan los aires, y de los meteoros atmosféricos tan fuertes, que pudieran llegar a zarandear un avión.
Mi ojos somnolientos, miraron las caras oscurecidas por la noche, impresas en el periódico de ayer. Prendí la luz de mi habitación, y reparé mejor en aquellas caras. Rostros pálidos y oscuros, ocultando algo tras sus expresiones, que la bombilla de mi cuarto no alcanzaba a iluminar.
Junto a los rostros humanos, el titular del periódico provocaba una profunda duda, a la vez que me ocasionaba repugnancia. ¿Rostros humanos, en unos lobos que acechan, en leones que devoran ávidamente a sus presas?. No lo sé, y casi que no quiero saberlo.
El sonido rotundo y perfecto de los motores de uno de esos aviones que surcan los cielos, bajo la protección de una carcasa presurizada y climatizada, a la vez que cuidadosamente iluminada, según el vuelo sea nocturno o diurno, me ofrece mucha más confianza en el ser humano, que cualquiera de esos rostros pálidos y oscuros, dudosamente humanos.
Definitivamente, el hombre no está perdido del todo, porque aún nos quedan el Boeing 747, y el Airbus A 380.
Gracias, Dios mío, por un nuevo amanecer en alas de mi imaginación, que vuela gracias a la magia de mis maquetas de la infancia, cada vez menos infantiles, y más esperanzadoras.
FRAN AUDIJE
Madrid, España, 26 de agosto del 2025
Fotografía Facebook
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