Recuerdo con cierta nostalgia aquellos años de la Transición española a la democracia, escapando del régimen dictatorial del General Franco, en el que hubo, como en casi todo, luces y sombras, porque se produjeron hondas transformaciones económico-sociales, gracias a las cuales pudo llegar la democracia, y, con la democracia, la esperanza de una transformación política, que ha posibilitado la convivencia en paz y prosperidad, de lo que llaman: «las dos Españas».
Evidentemente, a Franco lo tuvimos que padecer también, porque no había libertad, y el que transgredía el corsé tiránico impuesto, lo pagaba con la cárcel, con el perjuicio de su familia, y hasta podía ser ajusticiado a muerte. Tan sólo la presión Internacional, y la entrada de savia nueva en aquella dictadura, posibilitó una relajación de tales medidas restrictivas de la libertad, en lo que vino a llamarse: «Dictablanda».
Durante la mencionada Transición, se ejerció el perdón fraterno entre compatriotas, el destierro de los odios sociales y viscerales, de manera que los partidos políticos de la Izquierda, se pudieron legalizar, se levantaron las restricciones sobre la libertad de expresión y asociación, y se legalizó en España, constitucionalmente, la defensa de los derechos humanos.
Por primera vez, nos acostumbramos a discrepar, a criticar, y a aguantar la crítica, y a protestar o reivindicar, nuestros derechos como ciudadanos. Por primera vez, se vio que el nuevo sistema demócrata, en Estado de Derecho, era eficaz y operativo de cara a la convivencia fructífera de todos los españoles, exceptuando el problema de la banda terrorista ETA, y de los nacionalismos independentistas, que nos han condicionado en nuestro desarrollo como nación demócrata.
Durante la Transición política a la democracia, se hizo posible el surgimiento de movimientos culturales transgresores y muy críticos, ante todo con la situación de la juventud, y del trato a los obreros, así como a los trabajadores más desfavorecidos. Ejemplo de ello sería la llamada: «Movida madrileña», donde se produjo una liberación sexo-afectiva, al tiempo que una revolución creativa en el arte.
Nunca en España hubo tanta libertad efectiva, ni tanta tolerancia entre las autoridades y los ciudadanos. Por fin, los viejos tiempos de la Santa Inquisición, fueron abolidos, y se caminaba por la calle con autonomía y completo descuido.
Aparejado a esta realidad, se produjo un aumento de los salarios, y la nivelación igualitaria de los estatus sociales, consecuentemente, se ha instaurado la prosperidad y la paz en España, no sin que llame la atención el grado de corrupción tan importante que nos ha embargado, uno de los principales lastres para la prosperidad y el desarrollo en libertad, de los ciudadanos en nuestro país.
Pero quedémonos con la lección de civismo en España, donde la discrepancia política ha posibilitado la contribución social al cambio de régimen, sin temer una convivencia entre la derecha y la izquierda, en la que dejó de extrañar la disparidad política, las opiniones diversas, y el hecho de pertenecer a un partido u otro, sin temer mayores daños ni represalias.
FRAN AUDIJE
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. @UnidadParlamentariaEuropa

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