Revolución y patria: Las raíces del pensamiento

Gral. Francisco J. Múgica. En el CLXI Aniversario de su nacimiento.

Héctor Tenorio Muñoz Cota

Tingüindín, Michoacán. 3 de septiembre de 2025.

La villa de Tingüindín era en 1884 un pueblo alejado de la capital del estado. Zamora, la ciudad más próxima, contaba entonces con una producción agrícola importante que detonaba su estratégica ubicación a las puertas de Jalisco. México vivía los últimos días de la presidencia del general tamaulipeco Manuel González -quien por cierto también gobernó brevemente Michoacán durante el porfirismo- y quien terminó su presidencia con gran desprestigio y entregó el poder, el 1º de diciembre del 84, a Porfirio Díaz, de quien lo había recibido.

De manera providencial, en Tingüindín el 3 de septiembre de 1884 nació Francisco Múgica. Creció bajo la óptica y limitaciones económicas de un maestro, su padre Francisco, y la inteligencia y brillantez de su madre Agapita Velázquez Espinoza. Además del amor y admiración de su hermano Carlos, quien murió en 1916.

La historiadora Ana Ribera Carbó, en su libro Francisco J. Múgica. El presidente que no tuvimos, relata un pasaje donde el maestro Múgica contaba a sus hijos Francisco y Carlos, cuando estuvo en Morelia acompañando a su padre (el abuelo del general también fue maestro) en las fiestas patrias del 15 de septiembre de 1867, gritando vivas tanto a los héroes de la Independencia como a los caudillos de la causa republicana recién triunfante, cuando la sangre aun fresca del invasor Maximiliano de Habsburgo todavía manchaba el suelo que había profanado, habiendo sido fusilado el 19 de junio en el cerro de las Campanas, poniendo fin al Segundo Imperio Mexicano, gesta que permitió al presidente Juárez recuperar el control de todo el país.

Por cuestiones del trabajo del jefe del clan, la familia Múgica se trasladó a Zamora, hecho que dio pauta para que el joven Múgica ingresara al Seminario de Zamora en calidad de alumno externo, hecho que debe entenderse como la única oportunidad que tuvo de ampliar sus horizontes. Ahí, el rechazó a estudiar teología porque se contradecía con la ciencia, ya nos habla del temple que iba a formando al futuro revolucionario. Terminó expulsado. (Esa visión jacobina se vería reflejada en su labor legislativa como diputado constituyente en el Congreso que, al promulgar la Constitución Política de 1917, como autor del Artículo 3º, estableció la educación laica, obligatoria y gratuita).

Pero su amor al conocimiento quedó de manifiesto en ese lugar donde aprendió latín y leyó a los clásicos. En su vida adulta consideró indispensable la escuela en la vida de las personas. Siendo secretario de Comunicaciones y Obras Públicas (1935-1939) en el sexenio de Lázaro Cárdenas del Río, estuvo a cargo del trazado y ejecución de la carretera panamericana que en un principio no pasaría por el municipio michoacano de Tuxpan. Sus habitantes le pidieron que interviniera y el general accedió, con la condición de que se construyera una escuela primaria en el poblado, la cual llevó el nombre de su colaborador Isaac Arriaga, jefe de la Comisión Agraria en Michoacán quien, de no haber sido asesinado por una turba católica en 1921, habría podido suceder a Múgica en la gubernatura de Michoacán.

La rigidez en su forma de pensar y actuar terminó de forjarse en las aulas del seminario donde, por las formas de enseñar tan severa, lo impregnaron de cristiandad y espiritualidad. Ese espíritu justicialista que lo acompañó a todos lados.

En su diario hay frases que así lo demuestran: “El incendio que purifica”. “La devastación que aniquila”. “La muerte que ennoblece”. Fueron escritas en el contexto de los enfrentamientos armados donde participó como la batalla de Casas Grandes o su valiente intervención en la estación Bauchún, en Chihuahua, que le valió que Madero lo ascendiera al grado de capitán segundo y unos meses después, por su participación en la toma de Saltillo del 24 de marzo de 1913, Carranza lo ascendió a general brigadier.

Su pensamiento lo llevó a hacer siempre lo correcto, a sostenerse en la rectitud moral independientemente de las consecuencias políticas que ello le acarreara. A ser intransigente e incorruptible y honrar su palabra: y comprometerse consigo mismo, tomando decisiones que defendió hasta el final de su existencia. Su alter ego lo encontró en Ricardo Flores Magón, fue corresponsal del periódico Regeneración en 1906 y 3 años después con su padre fundó “El Demócrata Zamorano”. Las injusticias que vio, como la leva del ejército de Díaz contra la población, perfilaron su postura ante el eventual estallido de la Revolución Mexicana, crisol ideológico en cuyas filas y conforme fueron madurando las etapas de la lucha, sería maderista, carrancista, obregonista y cardenista.

Bajo este criterio rigorista que normó su comportamiento público y privado es inevitable cuestionar por qué no se opuso al Plan de Agua Prieta firmado el 23 de abril de 1920, que desconoció y derrocó al presidente constitucional Venustiano Carranza, asesinado el 21 de mayo de ese año.

Para entender la complejidad de los tiempos hay que traer al general Lucio Blanco, con quien Múgica realizó el primer reparto agrario en la Hacienda de los Borregos, cuyo dueño era Félix Díaz. El 6 de agosto de 1913 se consumó ese hecho histórico que marcaría un precedente que tuvo repercusiones y cambió la historia del campo mexicano. Finalmente, Lucio Blanco no firmó el Plan de Agua Prieta y apareció en Nuevo Laredo, baleado junto con el coronel Aurelio Martínez el 7 de junio de 1922.

En cambio, Múgica, quien había sido gobernador de Tabasco (1915-1916) y después diputado constituyentes y escribió los artículos fundamentales de la Carta Magna. Su radicalismo provocó que Carranza dejara de apoyarlo. Del 22 de septiembre de 1920 al 9 de marzo de 1922 pudo llevar las riendas de su estado, aunque no concluyó porque Álvaro Obregón lo persiguió para matarlo. Muchos años después gobernó el territorio sur de Baja California (1941-1946).

Cuando perdió la candidatura presidencial con amargura reconoció ante Lázaro Cárdenas que hasta sus amigos lo habían abandonado. Toda su vida consideró su cuerpo como un templo al cual había que cuidar ejercitándolo. Le gustaba el tenis y estuvo alejado de los vicios, era el terror de los presos de las Islas Marías cuando en su calidad de director del penal hacia revisiones de los detenidos, quienes vivían con sus familias y ocultaban los cigarros y bebidas embriagantes. Incluso llegó a suspender alguna reunión política porque no soportaba el olor del tabaco.

Otra aversión que tuvo fue contra los juegos de azar, que consideró nocivos al hombre. Los prohibió cuando los carrancistas tomaron Matamoros y lo volvió a hacer cuando lo nombraron jefe del Puerto de Tampico y en cuantos lugares donde tuvo poder.

Era un hombre emocionalmente inestable, intentó encontrar la felicidad con varias parejas. Su hija Blanca diría años más tarde que su padre “no tuvo suerte en el amor”.

Fue un padre y abuelo amoroso que encontró espacio en su agenda. Su hija Bertha recordaba que le encantaba ir a verlo a las Islas Marías, donde pasaba el verano y disfrutó de una isla para ella. Sus nietas Blanca (la chiquitilla, como le decía) y Cristina también tuvieron sus momentos con él. La primera lo hacía enojar cuando iba a la iglesia, entonces el general levantaba la voz en tono de reclamo. “Ya vas a ver tus monigotes”. La segunda siendo muy pequeña jugaba en el lodo y cuando veía a su abuelo corría abrazarlo él se fundía con ella sin importar manchar su ropa.

En las tardes plácidas de Pátzcuaro, el general iba al cine donde entraba gratis, procuraba llevar monedas que iba repartiendo entre los niños, lo hacía porque no estaba seguro de cuantos hijos había procreado. Sin duda tenía un sentimiento de culpa. En la Tzipecua no se celebraba la navidad, en cambio cada 5 de febrero había regalos y era un día de fiesta por el aniversario de la Constitución de 1917.

Finalmente, dejamos este repaso por las raíces que forjaron al hombre que forjó la patria, citando lo que Ana Ribera Carbó transcribe en la biografía del presidente que no tuvimos, uno de los últimos apuntes del general quien ya sentía rondar la muerte: “No he cambiado; y ojalá nunca cambie. No hay nada peor que un hombre idealista a los veinte, burgués a los cuarenta, avaro a los cincuenta, y con locura senil a los setenta… Desgraciado del hombre cuando se vuelve prosaico y ha perdido fe en los ideales. Es entonces cuando se es verdaderamente viejo. Viejo y amargado. Infeliz”.

 Son tiempos de cambio que vive nuestro país y Tingüindín es testigo de eso. El momento es propicio para entender el legado de Múgica: Destacar la pulcritud y eficiencia para utilizar los recursos públicos con una visión de jefe de Estado, además tenía un gran conocimiento del mundo. Tuvo una gran capacidad para planificar y ejecutar los proyectos que necesitaba la nación.  Creó las condiciones para que el presidente Lázaro Cárdenas impulsará la expropiación petrolera el 18 de marzo de 1938.  Fue un hombre con una visión de Estado y se adelantó a su tiempo, apoyó a las mujeres para que pudieran ejercer su derecho a votar y ser votadas.

 Antepuso el interés colectivo por encima del interés particular. No le interesó que la gente lo criticara o no lo entendiera.  Su conciencia y moral le indicaron el camino a seguir.  Consideró un privilegio poder servir a los mexicanos y no dudó en sacrificar su vida privada.

Si Múgica hubiera sido presidente de México, no tendríamos tantos mexicanos en Estados Unidos sufriendo humillaciones y habría menos desigualdades sociales que desde hace siete años se combaten por parte del gobierno federal. Los campos estarían siendo trabajados y sus ganancias se repartirían de manera equitativa, entre muchas cosas más.  

Que el espíritu libertario de Múgica nos haga sentir seres libres y nos de la fuerza suficiente para ayudar a quienes tienen menos. Que su coherencia nos ayude a ser mejores personas y mejores funcionarios.

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. @UnidadParlamentariaEuropa


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