JUSTICIA Y PAZ, O GUERRA

Dada la altura de los tiempos que vivimos, en los que nos hemos convertido en una civilización racional, que trata de convivir en sociedades justas y equitativas, que prosperan gracias a la involucración de todos en el esfuerzo por mejorar, basado en la democracia y en el Estado de Derecho, dentro de los cuales los ciudadanos de las naciones son los soberanos, que delegan la gestión gubernativa en un grupo dedicado a ello con lo que debería ser buena fe patriótica, y competencia eficaz en la resolución de la problemática de la cosa pública, al tiempo que existe un primado de la Ley y del Derecho, previamente establecido mediante el sufragio universal, y la intervención de los legisladores, desde las mejores intenciones de mirar por el bien de todos los ciudadanos, extraña bastante que, de pronto, aparezca un personaje en el poder que trate de dar marcha atrás hacia otra época de mayor infelicidad y atraso, como podría ser la Edad Media, o, incluso, otra Edad más tardía aún, merced al apoyo interesado de un conjunto de representantes políticos, descontentos con su propia nacionalidad original, a los que poco o nada les importa la misma, porque trabajan por fundar otra realidad nacional autónoma y diferenciada.

La Edad Media, a la cual hemos aludido como realidad histórica a la que se nos intenta devolver, sin mayores consultas generales y cualificadas, en procesos pautados desde el Ordenamiento jurídico, al cual se hace caso omiso por pura conveniencia, era una época de la humanidad en la cual existía un sistema socio-económico, llamado de castas o de estamentos, en el cual mandaba uno, el rey, sobre todos los demás, con la salvedad de un pequeño grupo de influencia, la nobleza, apoyo del rey para continuar apuntalando su poder sobre la inmensidad del pueblo, el cual vivía miserablemente, en su gran generalidad.

Naturalmente, este listo que pretende dar esa marcha atrás tan intensa, no lo hace a las claras y poniendo todas las cartas sobre la mesa, sino mediante el solapamiento de sus intenciones, y engañando a la gente de diversas maneras. No olvidemos que, una de las habilidades de los políticos, es la de embaucar a la gente, haciendo creer algo distinto de lo que se materializa posteriormente. El arte del embaucamiento es, hasta cierto punto, complejo, y posee diversas tácticas y medios, para llevarse el gato al agua, con el apoyo de gente ingenua, hasta que ya sea imposible hacer nada por remediar el engaño o la estafa que nos hayan jugado.

La democracia y el Estado de Derecho, posee la virtud de que todos, aun pensando o concibiendo la vida de manera muy distinta, podemos convivir y realizarnos como personas, dentro de nuestras aspiraciones, dado que existen unas leyes que marcan las reglas del juego para que ello sea posible.

Lo malo viene, o puede venir, en el momento que prescindimos de respetar esas normas de convivencia, y vamos a tomarnos la justicia por nuestra mano y bella gracia. Esto último es lo que está haciendo el listo aquel, que da marcha atrás forzada en la transformación del sistema demócrata en Estado de Derecho que nos rige en Occidente.

Las consecuencias no las quisiera aceptar, ni imaginar, tan siquiera, pero debo admitir que, dejar de respetar los derechos de los demás, y los derechos instituidos por acuerdo social, para toda una nación, podría llevar a las revueltas sociales, y las revueltas sociales, a una guerra fratricida, nada deseable a todas luces, puesto que todavía no nos hemos repuesto de la Guerra Civil, entre 1936 y 1939, que nos asoló como nación, y cuyo trauma seguimos sin digerir.

FRAN AUDIJE
Madrid, España, 7 de septiembre del 2025.
Fotografía Facebook.

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