México llama a Múgica


Fernando Villanueva Ávalos
No recuerdo en el pasado reciente de la política latinoamericana un suceso que la haya trascendido como el fenómeno del expresidente y líder carismático José Mujica (José Alberto Mujica Cordano, Montevideo, Uruguay, 20 de mayo de 1935-13 de mayo de 2025), fallecido hace unos meses por un cáncer terminal que sin embargo lo mantuvo con una increíble lucidez, que le permitió despedirse de la vida y sus querencia: “Me estoy muriendo y el guerrero tiene derecho a su descanso”: habría dicho en su última entrevista.
Podríamos contar con el puño de una mano los políticos -digamos- contemporáneos a quienes el ejercicio de la vida pública permite retirarse con la dignidad personal y la honra intactas, o como lo dice el argot popular, son escasas las aves que cruzan el pantano y no se manchan y Pepe -como cariñosamente nos permitía llamarlo- tenía ese plumaje impermeable al pegajoso lodo de la política.
Por ello pienso que esa fulgente figura que como hombre e individuo edificó, debe dar paso a estudiarlo desde una perspectiva estructural e histórica, buscando cuáles condiciones permitieron la emergencia del mujiquismo, es decir, qué situación histórica, económica y política construyó una figura que llegó a ser adalid de la política honesta y la ética sencilla y humana que hayamos conocido en las últimas décadas en la política.
En México existe una figura a la que también se le reconocen grandes triunfos en la escena de la política moderna y que comparte -con las obvias diferencias y aristas históricas que a cada uno le tocó vivir-, un paralelo con el uruguayo -hombres de armas los dos. Nos referimos a su tocayo, también Pepe Múgica con g, pero a quien la seriedad de seminarista no nos permite llamarlo Pepe, sino general Francisco J. Múgica.
Fue este revolucionario oriundo de Tingüindín, Michoacán y formado en el Seminario de Zamora, protagonista y autor de muchos de los episodios más significativos del periodo revolucionario de México en el siglo XX. Basta recordar entre las mas conocidas, el reparto de tierras ejidales con el general Lucio Blanco en Tamaulipas, los debates legislativos del Constituyente de 1917 en favor de la educación laica, pública, gratuita y obligatoria, en la defensa de una legislación obrera y por supuesto en la proclama de la expropiación petrolera. Pero al igual que el uruguayo, el michoacano vivió con austeridad la mayor parte de su prolija vida como servidor público. Una biografía política no exenta de confrontaciones contra quienes veían en su exagerado fervor nacionalista los gérmenes de una formación socialista y popular, que implicaba un riesgo para la pujante burguesía que formó el capitalismo industrial posterior a la revolución del 17.
A diferencia del uruguayo, el general Múgica no fue un político típicamente carismático, acaso mas resultado del temple de su personalidad que como resultado de la lucha revolucionaria (recordemos que también Pepe Mujica en los 60’s participó en la guerrilla). Pero es indudable que sufrir los embates de la guerra revolucionaria y padecer las angustias del frente no fue comer pan y mieles para el michoacano. Ni crecer y desarrollarse políticamente bajo la cercana figura del otro titán de la revolución, el también general y michoacano Lázaro Cárdenas del Río, con quien mantuvo infinitos afectos, una profunda empatía ideológica, pero seguramente diferencias por el liderazgo y la visión de futuro que en el momento de la sucesión hicieron decantarse al pragmático Presidente Cárdenas, no por Múgica, firme revolucionario, sólido constructor de luchas y motores ideológicos de la corriente socialista que empujó a la revolución desde el magonismo y otras fuentes -sino por Ávila Camacho.
Ese accidente histórico ha dado lugar a diversas especulaciones -algunas muy lúcidas como la tesis histórica de la académica Anna Ribera Carbó, que ensaya en su libro El Presidente que no tuvimos, donde refiere las circunstancias que impidieron al General Múgica llegar a ser presidente de su país, lo que sí logró su tocayo Pepe Mujica. Y a imaginar qué habría pasado si el michoacano hubiera gobernado el país, cómo sería en la actualidad México. Lo que podría parecer ocioso a menos que hagamos un ejercicio de imaginación práctica y saquemos tareas a partir de las ideas o ideales que como hace mas de un siglo dieron germen a la revolución social de 1917.
Hace falta decimos, en el caso del general michoacano, un estudio profundo y claro, que vuelva popular esas condiciones que dentro de la propia revolución la hicieron posible y también de cómo fueron truncadas por la lucha de fuerzas opositoras de una fortalecida burguesía que fue mermando los impulsos de nacionalismo popular -con bases más bien sociales y comunistas- hacia una democracia burguesa, capitalista e industrial que modernizó al país a costa de sacrificios de mucos sectores marginados.
A la distancia, ambas figuras nos dejan una tarea para estudiar y compartir para que tanto en Latinoamérica como en México, podamos encontrar las preguntas que paren el desbarrancadero y comenzar a tejer cauces por donde podríamos juntar las fuerzas económicas, reconstruir con mejores condiciones humanas y de equidad económica este país, su continente y cada quien su mundo, donde los dos múgicas se sintieran honrados por haberlo vivido y haber podido morir en paz.
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. @UnidadParlamentariaEuropa


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