PEDRO LUMBRERAS

Hace mucho tiempo, tanto tiempo hace, que hasta duele recordarlo, existió un buen hombre, que respondía al nombre de Pedro, el lumbreras.

Pedro, el lumbreras, o Pedro Lumbreras, también de esta guisa conocido, era un estupendo orador, que dejaba a la gente boquiabierta, al tiempo que, muchos, aplaudían sus discursos.

Un buen día, estando el pueblo de luto, debido al fallecimiento de un amado patriarca, se subió al altar de la iglesia, dando un fuerte empujón a don Herminio, el sacerdote, y nos dirigió una encendida proclama, que nos dejó alguna que otra mosca en la boca, de lo sorprendidos que nos quedamos todos:

«Vamos a ver, pueblo mío de Dios: aquí nadie piense en nadie, y piense todo el mundo en sí mismo, y en lo que nos apetezca. Dios no existe. Lo único cierto, es que existimos nosotros. Por tanto, vivamos para nosotros, y para nadie más. Hay que ser felices a toda costa. Aprovechemos, pues, el momento, sin pensar en nada ni en nadie, tan solo en sacar provecho, que ya cada cual se encargue de sí mismo.

Aconsejo a todo el mundo, que se haga amigo mío, cumpliendo con mi voluntad sin miramientos. Los que me tengan contento, participarán del pastel de chocolate. Los rebeldes y desobedientes, obtendrán su merecido, porque se van a quedar sin nada, y todo lo que tuvieran pasará a mi propiedad, y a la de mis amigos.

La humanidad y la compasión, valen muy poco, o no valen absolutamente nada. Seamos crueles con los independientes, y con todos aquellos que trabajan y hacen méritos, consiguiendo ser autónomos.

Hagamos una economía circular y comunitaria, que todo gire entorno a ella. Ya no hablo solo de dinero, sino de todo lo que atesoremos, teniéndolo por virtud y ganancia.

Nadie posea nada para sí mismo, sino que lo ponga en común. Y nadie pertenezca a nadie, sino a sí mismo. Que te apetece retozar con la vecina, pues a por ella, y sin resistencia. Pero que ella también dé rienda suelta a sus anhelos.

Celebremos la unidad entre todos los que pensamos de esta manera, comenzando por ejemplificar nuestra sagrada amistad: ahora mismo, entre todos, comencemos a disfrutar de los placeres que otorgan nuestros cuerpos. Sin pudores ni reparos, materialicemos una gran orgía. Gocemos de la vida, como debe ser, sin complejos ni tabúes; sin crueldades religiosas, sin marginaciones de ninguna clase, porque los amigos y hermanos, nos debemos los unos a los otros.

Para los demás, nada, ni siquiera el perdón. Todo sea para nosotros, y quede para siempre entre nosotros».

Todo esto, y muchas más palabras, nos dirigía Pedro Lumbreras, de manera que se desencadenó una cruenta guerra, por la cual nos tuvimos que ir muchos de nuestras casas, muriendo otros muchos, en la defensa de la libertad por constituirnos en esclavos, y por la libertad de la insolidaridad y el odio.

FRAN AUDIJE

Fotografía Juan Luis Guedejo
Madrid, España, 23 de octubre del 2025

Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. @UnidadParlamentariaEuropa

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