En política, cuando alguien que está en el poder se sacraliza, mal asunto.
Sacralizarse viene a significar que algo o alguien, se constituye en sagrado. Lo sagrado es aquello sobre lo que no nos debe caber duda alguna, es lo que es, y siempre será así, sin que admita cambio o modificación. “Es lo que hay…”, y no va a haber otra cosa.
Lo curioso del tema de la sacralización del poder o del poderoso, es que personajes que no creen en Dios, ni en nada religioso, sí creen en ellos como institución inamovible e imperturbable. Es decir, que se consideran dioses, sin creer en nada más que en ellos mismos. Primero yo, después yo, y luego… yo también.
Verdaderos monumentos en el mando de las naciones, construidos por ellos mismos, que se han aposentado en el Trono, alejando toda posibilidad de ser removidos.
Cuando nos encontramos ante casos de políticos que se han enquistado en el poder, y no hay forma de que se dejen relevar, máxime cuando la situación lo demanda con claridad, cual es el caso de España, el pueblo o la ciudadanía ostenta, sin duda, una clara responsabilidad, porque, ningún dios político, se sostiene sin el apoyo de una amplia base de apoyo ciudadano. Esta realidad es conocida perfectamente por estos poderes sagrados, que procuran mantener contenta, y engañada, a una parte de la sociedad, para que los mantenga en el candelero, luciendo con una luz mortecina e insuficiente, pero con la que se conforma esta base de ciudadanos beneficiados, en cierta manera.
Mi padre, que vivió la postguerra, durante los duros años entre 1939 y 1950, me comentaba que, en aquella España aciaga, pagando las consecuencias de la guerra, la inmensa mayoría de los españoles eran pobres, con la diferencia de que, unos comían a diario, de aquella manera, y otros no tenían asegurado el pan.
Que el poder se sacralice, significa el final de la democracia, y el comienzo del totalitarismo, puesto que, lo inamovible en política, equivale a imposición forzada. Debemos ser conscientes, entonces, de que un poder sagrado se revela como una verdad suprema e incuestionable, que vamos a tener que aceptar, nos guste o no. Estaríamos, y estamos, en conocidos casos, ante el final de la libertad.
La “trágala”, es lo que algunos llaman: Fascismo, caracterizado porque nos obligan a comulgar con ruedas de molino, con uso de la fuerza y de la coerción. En esta definición entra el Comunismo, igualmente, puesto que ambas ideologías extremas, nos van a hacer tragar lo que les parezca que es mejor, sin que exista la posibilidad de crítica ni de protesta de tipo alguno. Por supuesto, tampoco habrá alternativas. “Es lo que hay…”, o, en expresión pobre, pero graciosa: “Son lentejas, o las comes o las dejas”, pero, si no las comes, te vas a morir del hambre.
La única salida a la sacralización del poder, es la Revolución, o sublevación del pueblo ante el poder, el cual, creyéndose dios, debe darse cuenta de que no es dios, ni la nación es su feudo particular. “El pueblo unido, jamás será vencido”, como decían los claveles portugueses, acallando fusiles y violencia.
FRAN AUDIJE
Fotografía Juan Luis Guedejo
Madrid, España, 15 de noviembre del 2025
Los artículos de opinión son responsabilidad exclusiva de sus autores. @UnidadParlamentariaEuropa
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