La denominada como Guerra del Rif, o Segunda Guerra de Marruecos, librada entre las cabilas que habitaban, por entonces, lo que hoy es territorio de la nación marroquí, entre los años de 1909 y 1927, tuvo un final victorioso para España, lo mismo que su antecedente, entre 1859 y 1860, retratado para la historia por el pintor Fortuny, y donde adquirieron fama los generales O’Donnell, y Prim.
Dada la victoria del Ejército español, ante un territorio que se negaba a ser dominado, tras casi 20 años de batalla tras batalla, en la que Francia nos prestó algún apoyo, y en una guerra que obligó a España a combatir utilizando los nuevos adelantos de aquel tiempo, como la incipiente aviación, además de que durante un periodo tan prolongado, se forjaron grandes militares españoles, como Francisco Franco, José Cavalcanti, Alfredo Kindelán, o el gran héroe del famoso Regimiento Alcántara, Fernando Primo de Rivera, no nos ofrece duda alguna el esfuerzo realizado por los militares españoles, sin tener en cuenta el coste, ante todo humano, que supuso acceder, finalmente, al dominio de un territorio sin grandes recursos, y que poco aportaba a España, más allá del honor de haber colonizado un territorio en el Norte de África, dentro del cual se conservaban dos plazas históricas, como son Ceuta y Melilla.
El episodio, tan odioso, de la derrota de Annual, el cual es calificado con un adjetivo mucho mejor descriptivo, como es el de “desastre”, supone uno de los eventos militares de aquella cruenta guerra, con un mayor señalamiento, por la humillación que supuso para las tropas españolas, debido a un error de apreciación militar, en el que se juntó la mala información sobre la acción del enemigo, con la decisión personal del General Silvestre de retirada precipitada, sin ninguna prevención ni orden, que facilitaría la masacre de unos 8.000 soldados españoles, en ocasiones traicionados por el enemigo, y por las propias tropas nativas en el mando español, los conocidos como Regulares, los cuales, en el primer caso, dejaron de cumplir los pactos de rendición, y asesinaron a los españoles, una vez deponían las armas, ensañándose con los cadáveres, posteriormente; como la deserción, en el segundo caso, nada más ver que la situación se ponía peligrosa.
No estuvo exento este infierno terrenal, de alguna gloria, merced a la responsabilidad y heroísmo de un regimiento español, hasta entonces de no gran eficacia, como fue el regimiento Alcántara, al mando del ya mencionado, Teniente Coronel, Fernando Primo de Rivera, el cual, percatándose de la situación tan crítica, corrió con sus jinetes de un lado para otro, cubriendo la retirada de las tropas, allá donde era indicado, cargando una vez tras otra contra el enemigo, de modo que pudieron ponerse a salvo aquellos que se batían en retirada, hacia el amparo de las murallas de Melilla. Al final de la jornada, los 700 heroicos jinetes del Alcántara, habían entregado su vida, logrando salvar a los compañeros que pudieron sobrevivir en el desastre.
Se han comentado ampliamente los errores militares, que pudieron haber conducido a este desastre, y existe unanimidad en reconocer como fallo fundamental, la psicología del General Silvestre, militar extremadamente agresivo e incisivo, cuando la situación pintaba favorable, pero tremendamente inestable ante las dificultades. Silvestre, literalmente, perdió los papeles y se derrumbó emocionalmente, cuando le comunicaron que el enemigo se acercaba hacia su posición, en un contingente muy numeroso y bien pertrechado. Información esta, que, a la postre, se comprobó que no era cierta, y hasta el propio Ab del Krim, quedó muy sorprendido al ver la desbandada del Ejército español, que no esperaba en absoluto. Acabaría el General Silvestre disparándose en la sien, cuando comprobó su tremendo error, antes de caer en manos del enemigo.
Pero el fallo de un hombre no fue completamente responsable de tanta tragedia; tiempo después, el jefe del Estado Mayor, General Valeriano Weiler, héroe de la Guerra de Cuba, donde inventó la única táctica eficaz para combatir a la guerrilla, empleada por los estadounidenses en Vietnam, reconocía que su Estado Mayor, no era el que tomaba las decisiones tácticas en dicha guerra africana, sino que fueron decisiones políticas.
Solo así es posible comprender que se enviaran tropas sin experiencia ni instrucción a luchar, y que, previo pago de una tasa pública fuera posible quedar exento de acudir al frente. Es fácil entender así, la sublevación obrera en Barcelona, durante la Semana Trágica, y una serie de errores concatenados, por idéntica razón.
Como reflexión final decir, que nos hubiera rentado mucho más, dejar en paz a las cabilas marroquíes en su casa, y haber dedicado los recursos empleados en una guerra de tan escaso fruto, pero muchas pérdidas, en realizar una serie de reformas estructurales en nuestra patria, dada la marcada decadencia que acusaba España. Evitando esta guerra, hubiéramos podido levantar la deriva paupérrima de nuestra sociedad, denunciada por la Generación literaria de 1898, y no se hubieran formado en el arte de la guerra, los llamados militares africanistas, que, a la postre, plantearon una guerra civil tremendamente traumática, de la que aún no nos hemos repuesto.
Este artículo está basado, fundamentalmente, en la lectura del libro “La Guerra del Rif (1909-1927)”, de Javier García de Gabiola.
FRAN AUDIJE
Imagen de portada: Facebook: Pintura de Augusto Ferrer-Dalmau: «Guerra del Rif»
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