Eduardo Pineda

Un frenesí de arte y diseño se desató por el mundo después de la década de los dieces del Siglo XX, Pablo Picasso con magistral clarividencia del futuro próximo se aventuró a la tercera dimensión en sus lienzos, fue un intento, tal vez inconsciente, por plasmar lo que sus ojos veían (lo que cualquier humano ve) de forma estereoscópica, es decir, con profundidad geométrica y no sólo profundidad de luz y sombras.
Los cuerpos de hombres y mujeres se tuercen en ángulos perfectos sobre la tela, sus líneas se desplazan con una connotación casi cartesiana al tiempo que el color se difumina en los vértices. Hay también un profundo respeto por la gravedad ya encarnada en todos los artistas desde el renacimiento, las telas caen, se pliegan, los pies de los cuerpos y las bases de los objetos bien se aprecian asidos al suelo; no así las proporciones: los ojos en los rostros son asimétricos, las manos más grandes de lo que debieran, y las cabezas alargadas con mentones prominentes y frentes planas, como si los cuerpos se hubiesen incrustado de súbito en las telas blancas, como si un cuerpo de pronto se hubiera hecho de papel y se repegara a un prisma. Es una deformidad adrede, otra posibilidad acerca de cómo podría ser la realidad si la tercera dimensión fuese sólo prismática y perfecta.
La obra de Picasso es un reclamo a la naturaleza, una corrección a la página de Dios que escribiera en la sexena de la creación: la simetría de los cuerpos que todos vemos en la realidad es engañosa, los cuerpos de animales, plantas y humanos, incluso los instrumentos musicales, los muebles y artilugios de ornamentación no son prismáticos, son multiformes al mismo tiempo, igualmente sus colores: son todos ellos en escalas difusas por la luz, hay tonalidades innumerables. Picasso corrige la plana, incorpora formas geométricas que en apariencia deforman los cuerpos pero en realidad los corrige. El pintor español se sitúa en la historia del arte como un hacedor de naturalidades geométricas.
Por su parte, las secuencias monocromáticas del pintor español, dejan de manifiesto una rebelión contra la realidad, no se trata ya de igualar lo que los ojos ven sino de añadir ojos al espectador desde diferentes enfoques, ángulos y cuadros, mantener la monotonía del color inspira al observador a dejar atrás la estética clásica y concentrarse más bien en las formas cúbicas y prismáticas para trastocar la mente y lo que entendemos como naturaleza. En “Les oiseaux morts” pablo Picasso no calca una estampa paisajística o un cuerpo desnudo, tampoco un arcón o bodegón de cocina ni exacerba una joya arquitectónica, tampoco acude a la estampa urbana, al jolgorio o a los lagos con cisnes y flores. Picasso retrata la naturaleza muerta y deforme por antonomasia pero no porque en la realidad carezca de forma; es, más bien una forma diferente, que cambia en el proceso mortuorio, en la involución de la materia orgánica.
También los instrumentos musicales, rostros, floreros, copas, guitarras, pipas, naipes y demás objetos del gusto del artista inundan su obra pictórica, pero en todos los casos encontramos la monocromía o la dicromía, varios puntos de fuga y varias perspectivas, como si varios lienzos se atravesaran entre sí en un ásteres de óleo que sobresale del bastidor. Pablo Picasso hizo escultura en la pintura, esbozó la tercera dimensión, acarició el surrealismo y marcó una época moderna de desobediencia a los cánones establecidos por las escuelas clásicas.
No hay duda de que el cubismo picassiano construyó un nuevo medio para el tránsito libre y sin ataduras de los artistas que le sucedieron, esclareció los otros usos de la pintura, mostró otras perspectivas ahora ya posibles en la pintura, extrajo de la imaginación de los artistas la posibilidad de la experimentación geométrica, de la deconstrucción de aquel mundo edificado en las catedrales de Europa que plasmaban en sus frescos pasajes bíblicos en sintonía con nuestra percepción de las formas.

Pablo Picasso rompió paradigmas y estableció, paradójicamente, el paradigma del empirismo y la libre creatividad hacia un mundo de ensayos y errores que han cincelado el arte y la ciencia en las humanidades de las décadas recientes.
La búsqueda de la tridimensionalidad queda nuevamente de manifiesto en “Tête de femme”, así como el movimiento de la plástica que en este caso imprime un rostro de mujer, mismo que, tras una rejilla de líneas angulosas da ánima al rostro. Este juego de colores que nuevamente van de la monocromía a la dicromía es un claro ejemplo de la experimentación que Picasso vivió en el barrio de Horta en Barcelona.
La obra del pintor ibérico se debe contemplar al tiempo que se debe pensar y repensar para buscar así el significado completo de la obra y apreciar su composición.
Lo que las obras picassianas le dan a la mente humana es algo muy similar a lo que pasa al armar un rompecabezas: se requiere de la segmentación y ordenamiento de las fases, su reconstrucción y finalmente su admiración contemplativa.
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