lll. EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS

Juan Pérez Medina

Morelia, Michoacán, 27 de febrero del 2022


Con Andrés Manuel López Obrador al frente, morena no pudo (y no ha podido), madurar como sus militantes y simpatizantes lo esperábamos. La fuerza de su dirigente real ha sido mucho más, pero mucho más que el partido mismo y, su corta existencia siempre ha estado supeditada a su enorme figura. Así fue que la acción de los militantes siempre ha estado en función de las determinaciones de su dirigente. Todavía hoy, se dice que ciertas acciones son prioritarias para el partido y sus militantes porque han sido decididas desde Palacio. A nombre de AMLO se han cometido graves faltas estatutarias, se ha atentado contra los objetivos del partido contenidos en su programa de lucha y, lo más grave: se ha faltado a los principios que sustentan y norman la conducta de sus integrantes. Lo peor de todo es que no se sabe si es con su venia o una determinación de los dirigentes en turno y sus operadores. De 2014, año en que morena fue fundado hasta esta fecha, el partido es cada vez más parecido a los del antiguo régimen, que a lo que se pretendía cuando fue creado.
La crisis es tal en su interior que desde 2015, fecha de su último congreso estatutario de renovación de sus estructuras de conducción y dirección a nivel nacional y en las entidades, la mayoría de sus instancias se sostienen con delegados que asumen responsabilidades de dirección, nombrados de forma unilateral por el dirigente nacional y quienes lo acompañan en el Comité Ejecutivo Nacional (CEN). Cuando los dirigentes estatales no son confiables, se nombran estructuras paralelas que los suplen. Por ejemplo, actualmente, la secretaria de organización del CEN ha sido relegada, para imponer en su lugar a alguien para hacer las tareas que le corresponden.
En detrimento de la vida democrática del partido, éste se mantiene en base a mecanismos de control al más puro estilo de los partidos neoliberales de la democracia burguesa. La actual dirigencia considera los triunfos obtenidos en las elecciones de 2018 y 2021, como sus principales trofeos que justifican lo exitoso de las determinaciones tomadas, pasando por alto los principios de participación democrática, transparencia y justicia, lo que es un precio muy alto a pagar. La ausencia de estos tres principios en el quehacer de la dirigencia y sus colaboradores ha afectado la vida interna, dividiendo al partido y desmoralizando a amplios sectores que participaron en su construcción. Lejos de entender lo que el partido se propuso en su momento fundacional, consideran que ganar una elección a costa de lo que sea, es avanzar en la transformación del país. Y, como piensan, -tal y como lo mencionara un prominente intelectual morenista-, que los militantes del partido no saben ganar elecciones, los actuales dirigentes han considerado que su función principal es buscar un candidato “ganador”, al cual ponerle las bases del partido a su disposición. Así, los miembros del partido van dejando de ser protagonistas para ser confinados a tareas de difusión y organización; mientras que los ajenos (no sólo al partido, sino, sobre todo a los objetivos y principios), se convierten en nuestros candidatos. Pretenden hacernos creer que morena es un buen instrumento para “exorcizar a los demonios”, y que todo aquel que llega para suplantarnos, por ese simple hecho ya ha sido santificado y se mostrará incólume ante los ojos de todos, pues su pasado ha sido borrado y sus pecados perdonados y lleno de arrepentimiento ya no es más lo que fue y ahora aparece ante nosotros lleno de gracia, como el ave maría.


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