“El secuestro del que fue víctima don Melchor Ocampo, ocurrido a medio día del 30 de mayo de 1961, en su hacienda de Pomoca… no fue un suceso por completo inusitado, dentro del ambiente que existió después del triunfo del ejército republicano en Calpulápam… Ocurrieron en esos meses otros apresamientos de liberales distinguidos y tales hechos reflejaron a violencia, salpicada de venganzas personales, que siguió reinando en el país durante el intervalo que separó aquella resonante victoria de la llegada a Veracruz de las escuadras de España, Francia e Inglaterra. Ese decir, del inicio de la guerra de intervención, con su fugaz imperio y sus imperiales, como solía decir el general Leonardo Márquez, el otro personaje de ese drama, el verdadero realizador del secuestro y responsable de la ejecución del reformista michoacano. (Es sabido que Márquez trató, desde el primer momento de hacer recaer la responsabilidad en Zuloaga; sin embargo, además de la confrontación de lo que ambos dejaron escrito al respecto, el hecho de que fuera Márquez quien contaba con la fuerza militar, indica que fue este último quien tomó la decisión sobre la suerte de don Melchor, seguramente en contacto con los conservadores de la ciudad de México.)
El martes 28 de mayo de 1861, cenaba Ocampo en familia en Pomoca. Comenzaron a escuchar ruidos extraños fuera de la casa, pero no encontraron nada que los provocase. Ocampo salió a explorar la zona en búsqueda de cosas extrañas. “A las diez, llegaba de una hacienda inmediata a Ixtlahuaca don Juan Velázquez, con la noticia de que acababa de entrar en ella una tropa de reaccionarios. Hizo ver al señor Ocampo el peligro que corría, permaneciendo en Pomoca, y la necesidad de que partiese pronto a lugar seguro porque parecía que venían por este rumbo.
– Si yo no he hecho nada, ni he ofendido a nadie, ¿Por qué he de huir? – manifestó el señor Ocampo.
Esa noche no pegó los ojos, sino hasta muy tarde. Sus hijas y doña Ana, con el sobresalto, durmieron mal.
Miércoles 29- El señor Ocampo iba a Maravatío en compañía de sus hijas Petra, Lucila y Julia a pasar el Corpus. La presencia del señor Juan Vázquez fue la causa de que ya no las acompañase: sino éste, que partía para la población. La salida fue a las seis de la mañana. Estaba él muy taciturno, rebujado en su capa, cubierta la cabeza con una cachucha, de pie en el portal de la hostería, donde las cabalgaduras ensilladas esperaban al grupo de viajeros. Sus hijas, al despedirse, le besaron amorosamente la mano.
–Está bien, mis señoras; – les dijo emocionado–allá nos veremos el sábado, para que nos vengamos juntos.
Al partir la caravana, quedó él como clavado, mirándola y mirándola, hasta que la perdió de vista. Cuando volvió las espaldas al camino y entró ya solo en la casa, se llevó el pañuelo a los ojos e inclinó la cabeza.”[1]
“El Lic. Eduardo Ruiz, historiador de Michoacán y biógrafo de Ocampo, dice que el tribunal que decretó la muerte de don Melchor Ocampo “funcionó en el oscuro fondo de la Haceduría de una catedral”. Y don Ángel Pola concretiza: esa catedral era la de Morelia, alma de cuya Haceduría fue Clemente de Jesús Munguía, brazo de cuya Haceduría fue el Obispo Labastida. “El año de 1861 se dijo mucho por todo Michoacán que los Canónigos Camacho, más tarde obispo de Querétaro; de la Peña, después obispo de Zamora; el doctor Romero, alias “Chaquira” y otros, mandaron urgentísimamente un correo al general Leonardo Márquez, dándole aviso de que Ocampo se encontraba en su hacienda de Pomoca.”[2]
Jueves 30.–Llegó a la hostería una persona sospechosa, vestida de negro, cuyo caballo tenía en un anca este hierro: R (RELIGIÓN)… le preguntaron por qué tenía ese hierro el caballo y ese mantillón la montura, y contestó:
–En el camino unos pronunciados me quitaron mi caballo, que era bueno, y me dieron éste, así como está.
Viernes 31… “a las cinco de la mañana el desconocido salió aparentemente para contunuar su viaje.” [3]A medio día…Gregorio garcía le dice:
“–Señor, ahí viene tropa á fuerza de carrera.
D. Melchor sale á una de las ventanas de la sala á verla. En este momento llaman en la puerta del mesón (“La Venta de Pomoca”), y doña Ana, después de indicarle que se vaya por el jardín, atraviesa el pasillo, sale al patio grande y abre el portón. Lindoro Cajiga es el primero en apearse y en hacer que le conduzca la señora á donde se encuentra D. Melchor. Ya lo había negado; y Lindoro, insistiendo, la lleva por rincones y piezas, hasta la sala de la casa en donde Ocampo aparece á espaldas de doña Ana, que insiste en negarlo. –¿Pies á quién buscan? Pregunta él.–¿Es vd. Ocampo? Le pregunta Cajiga. –¿Qué mandaban vdes., mis señores?
Cajiga le presenta una orden escrita de Márquez. La lee y luego dice: –Está bien: estoy á sus órdenes. ¿Quieren vdes, tomar la sopa?[4]
“Sin tomar la sopa” salió Ocampo de Pomoca, ya secuestrado por Cajiga. Sobre la conducta de este individuo con respecto a Ocampo hay versiones contradictorias; según Pola, el propio Cajiga declaró a un amigo que trató a Ocampo con toda clase de consideraciones; sin embargo, en México se publicaron varias noticias en la prensa sobre el fusilamiento de algunas personas de la finca, que intentaron oponer resistencia. Clara Campos, que sería madre del hijo póstumo de Ocampo –recogido y educado por el doctor Manzo- no se encontraba en Pomoca; estaba en Maravatio con las tres hijas solteras del reformador. Josefina, la mayor, se encontraba en México con su esposo. Doña Ana María Escobar madre de por lo menos tres de las hijas de Ocampo tenía meses de muerta.”[5]
Toman el camino a Pateo…[6] “El exsecretario de Relaciones en el gabinete de don Benito Juárez montó a caballo. Era el mediodía del treinta de mayo y las lluvias ya habían empezado a caer sobre las tierras de Maravatío. Cajiga, el jefe de la partida de “reaccionarios”, cargó con su prisionero hasta la hacienda de Pateo, antigua propiedad de don Melchor y la herencia que hubo a la muerte de doña Francisca Xaviera Tapia. El político juarista prisionero iba mal vestido para soportar las inclemencias del tiempo de aguas. En Pateo le dieron unas chaparreras.”[7]
Al rato se prosigue el camino á Maravatío, donde á las seis, van á parar al mesón de Santa Teresa. Su llegada produce sensación: allí es el Amado, no ha hecho más que bienes, no tiene más que amigos… Al día siguiente salen para Toxhic…Ese día a las cuatro, toma chocolate en la hacienda de Tepetongo… ya noche arriba a Toxhic.. la ultima estación es Tepeji del Río, en donde entran la mañana del 3 de Junio.[8]
“Llévanle los de Cajiga a Pateo. Allí le proporcionan unas chaparreras los Uriquiza, de quienes siempre ha desconfiado. Luego le conducen a Maravatío. Cajiga evita el encuentr de Ocampo con sus hijas, y acelera la marcha. A la tarde del 31, el prisionero llega a Tepetongo, Cajiga sigue con prisa. En Huapango debe entregar la prenda a los generales Zuloaga y Leandro Márquez”
“Zuloaga entregó el prisionero al general Antonio Taboada. Se reanudó la marcha. El tres de junio llegaron a Tepeji del Río. A tiempo de esta llegada del prisionero con sus captores, las autoridades liberales en la capital aprehendían a los gobernadores de la Mitra, “doctor y maestro don Manuel Moreno y José, y doctor don Bernardo Gárate. En Tepeji encerraron a Ocampo “en el cuarto número ocho del mesón de las Palomas” y le pusieron “centinelas de vista”. Muy cerca del cuarto-prisión estaban alojados, en una casa cercana, Zuloaga y Márquez.”[9]
Se le pone en el mesón las Palomas, con centinela de vista, en el cuarto Núm. 8. En la misma calle, á corta distancia, se hospedan Zulóaga, Márquez y otros generales. [10]
Transcurrida una hora es aprehendido el guerrillero León Ugalde, al apearse de una diligencia, dentro de la población, en medio de sus enemigos. Es puesto en capilla y se dan órdenes de que sea pasado por las armas. Varias personas de la población, á la cabeza el cura D. domingo M. Morales, ruegan a Zulóaga y á Márquez que perdonen á Ugalde. Por fin, tras de algunas vueltas, lo consiguen, regresándole de entre las filas y en camino ya de patíbulo.[11]
En tanto, D. Nicolás, ahora Presidente Municipal de Tepeji del Río, como á las diez de la mañana, lleva un vaso de agua á D. Melchor Ocampo, tinta y papel para escribir su testamento.
En la pieza no hay más que una tarima, una silla de tule y una mesita. El reformador se pase pensativo, triste. El cura Morales le presenta para confesarle. -Padre, estoy bien con Dios y él está bien conmigo, le contesta.[12]
“A las diez de la mañana entraron al cuarto del mesón para avisarle al prisionero que iba a ser fusilado. Un don Nicolás Alcántara le dio “un vaso de agua”. También le llevaron papel y tinta y don Melchor hizo su testamento.”[13] “escribe con sencillez y claridad, como lo ha hecho siempre, para que se entiendan bien sus disposiciones: reconoce a Josefa, Petra, Julia y Lucila como hijas naturales y las declara herederas universales de sus pocos bienes; dispone que Clara Campos herede la quinta parte, dizque para compensar los servicios de mayordomo que le debe a su padre Esteban; nombra albaceas a José María Manzo, Estanislao Martínez y Francisco Benítez, sus tres mejore amigos, para que arreglen su testamento y cumplan su voluntad. Eso es todo por el momento; y tras de firmarlo y doblarlo cuidadosamente, pone el documento en manos del general Julio Taboada con la súplica de que lo haga llegar a sus albaceas”.[14]
Como á las dos de la tarde, le sacan entre filas, camino del suplicio. Pasa frente á la casa donde están sus verdugos, la cual tiene grandes ventanas bajas. Va en un caballo mapano. Viste traje gris, lleva sombrero aplomado, ceñida a la copa una cinta de plata. Juega con un fuete las crines, las orejas y la cabeza de su cabalgadura.[15]
“Entre 2 y 3 de la tarde el michoacano fue sacado a la calle real; un grupo de más de 50 soldados sin uniforme lo esperaba, tomaron hacia el norte y pasaron frente al hotel de las diligencias, donde se encontraban los jefes rebeldes. Caminando a lo largo de la calle, el grupo pasó junto a la plaza del pueblo; “ahí va Ocampo, lo van a fusilar”, fue el comentario general, pues se había extendido la noticia de la negativa dada por Márquez al grupo de vecinos que intercedió por don Melchor. Al salir de la población, la calle real se continuaba en el camino que va al norte, a orillas casi de una laguna natural que ha sido convertida en presa. Aproximadamente a cuatro kilómetros del centro de Tepexi, el camino pasaba frente al casco de la hacienda de Caltengo. Este es un fuerte edificio de dos pisos, en el centro de cuya fachada se encuentra una gran puerta de madera; en los dos extremos se han agregado sendos torreones, provistos de troneras y coronados por almenas, que dan al conjunto un aspecto casi militar. Al llegar a este punto, Ocampo recordó seguramente que cuando regresó a Pomoca, a principios de febrero, le fue entregado el testamento de doña Ana María Escobar; en este documento la señora reconocía como hijas suyas a Josefa y, por lo menos, otras dos de las hijas de don Melchor. Pidió permiso entonces para hacer una adición a su testamento; el personal de la hacienda facilitó los medios para escribir y Ocampo agregó dos párrafos, en el portal del edificio. Además de indicar el lugar de su biblioteca donde había colocado el testamento de doña Ana María, pidió en una cláusula que sus libros fueran entregados al colegio de San Nicolás, después de que los albaceas tomaran los que gustaren.”[16]
“El grupo salió de Tepeji al paso y se acercó a la hacienda de Caltengo, en donde el sentenciado a muerte quiso adicionar a su testamento algunas frases.”[17] “que el (testamento) de doña Ana María Escobar se encuentra en un cuaderno en inglés entre la mampara de su lámpara y la ventana de su recámara; que deja sus libros al Colegio de San Nicolás, después de que sus albaceas y Sabás Iturbide tomen de ellos los que más les gusten. Como ha hecho antes su análisis de conciencia, suscribe esta modesta declaración: “Muero creyendo que he hecho por el servicio de mi país cuanto he creído en conciencia que era bueno.”[18]
Testamento de Melchor Ocampo
Pròximo a ser fusilado, segùn se me acaba de notificar, declaro que reconozco por mis hijas naturales a Josefa, Petra, Julia y Lucila, y que en consecuencia las nombro mis herederas de mis pocos bienes.
Adopto como mi hija a Clara Campos, para que herede el quinto de mis bienes, a fin de recompensar de algùn modo la singular fidelidad y distinguidos servicios de su padre.
Nombro por mis albaceas a cada uno, in solidum et in rectum, a don Josè Marìa Manzo de Tajimaroa, a don Estanislao Martìnez, al licenciado don Francisco BenÌtez, para que juntos arreglen mi testamentarìa y cumplan èsta mi voluntad.
Me despido de todos mis buenos amigos y de todos los que me han favorecido en poco o en mucho, y muero creyendo que he hecho por el servicio de mi paìs cuanto he creìdo en conciencia que era bueno.
Firman èste a mi ruego cuatro testigos y lo deposito en el señor general Taboada, a quien ruego lo haga llegar a mis albaceas o a don Antonio Balbuena de Maravatìo. en el lugar mismo de la ejecuciòn, hacienda de Jaltengo, como a las dos de la tarde, agrego que el testamento de doña Ana Marìa Escobar està en un cuaderno en ingles entre la mampara de la sala y la ventana de la recàmara.
Lego mis libros al Colegio de San Nicolàs de Morelia, despuès de que mis señores albaceas y Sabàs Iturbide tomen de ellos los que les gusten.
Tepeji del Rio, 3 de junio de 1861.
Firman éste a mi ruego cuatro testigos y los deposito en el Sr. Gral. Taboada, a quien ruego lo haga llegar a mis albaceas o a Don Antonio Balbuena, de Maravatío.
En el lugar mismo de la ejecución, hacienda de Tlaltengo, como a las dos de la tarde, agrego que el testamento de doña Ana María Escobar está en un cuaderno en inglés entre la mampara de la sala y la ventana de mi recamara.
Lego mis libros al Colegios de San Nicolás, de Morelia, después de que mis señores albaceas y Sabás Iturbide tomen de ellos los que gusten.
Melchor Ocampo
J. I. García
Juan Caldrerón
Miguel Negrete
Alejandro Reyes.[19]
Luego sigue su Calvario y á dos pasos hace alto la tropa. Quieren que se hinque, pero rehusá con energía y espera de pie la muerte. –¿Para qué? Estoy, bien al nivel de las balas –hace observar.[20]
“Ocampo se coloca ante el pelotón y formula este último ruego: que no le tiren al rostro sino al pecho.”[21]
“Caminaron un poco más alejándose de Caltengo. Andrade, el jefe de la escolta, ordenó a don Melchor que bajara del caballo y de ahí dispararon sobre él los hombres del pelotón. Alzaron el cadáver y le pasaron una “cuerda bajo las axilas” y lo colgaron de un árbol.”[22] “Le cuelgan á un árbol de pirú.”[23]
A León Ugalde hacía más de dos horas que Márquez y Zulóaga le habían perdonado la vida.[24]
El mismo 3 de junio, se busca a la madre de Márquez para que interceda, pero “prevenida a tiempo, según Saligny, había logrado salir de México”. Intercede sin éxito la madre de Zuloaga, quien quince días antes había implorado a Juárez, a través de Saligny, por la vida de un criado de Zuloaga, con éxito.
Márquez, el “hijo predilecto de la Iglesia”, el “soldado de la Cruz”, es el verdugo; y Zuloaga, su cómplice…[25] Así quedó cumplida la amenaza de “Un cura de Michoacán”.[26]
“Las manos piadosas de Apolonio Ríos ayudan a descolgar el cadáver, a lavarle el rostro, peinarle los cabellos, componerle las ropas para velarlo en la capilla del pueblo y trasladarlo luego a la ciudad de México. Mediante decreto que para el efecto expide, Juárez dispone que se le rindan los honores fúnebres “que corresponden al relevante mérito del ciudadano cuya funesta muerte se deplora y que con una energía sin ejemplo, con la más clara inteligencia y con una lealtad nunca desmentida, sostuvo constantemente los principios salvadores que hoy dominan en la República”.
Una multitud dolida y expectante sigue hasta el panteón de San Fernando el cadáver del héroe. Antes, le hacen la autopsia de rigor y le separan el corazón para conservarlo intacto en el Colegio de San Nicolás, desde donde habrá de latir, día a día, al ritmo de Michoacán y de México. A nombre de la Cámara, don Ezequiel Montes pronuncia una sentida oración cívica para que las exequias culminen en una reiteración de fe: los que quedan en pie sobre la tierra de México, habrán de seguir su ejemplo y continuar su obra para asegurar el futuro destino de la nación. Y ahí, junto a la tumba de su amigo Miguel Lerdo de Tejada, muerto poco antes, queda el cuerpo de aquel hombre que hizo de la vida un deber, del trabajo una disciplina, del estudio una vocación, de la naturaleza un canto, del poder un medio de servir, del sacrificio una lección y de la idea liberal una fórmula de bien”.[27]
“Llevan el cadáver a San Cosme. “Don Santos Degollado se presentó al Congreso pidiendo se le permitiera ponerse en campaña para vengar la sangre de ese patricio” Sale con tropas acompañado de Don Benito Gómez Farías.”[28] “Por lo pronto, el Congreso declara a Zuloaga, Márquez, Cajiga y Lozada fuera de la ley, al margen de toda garantía en sus personas y propiedades, ofreciendo recompensas al que “liberte a la sociedad de cualquiera de estos monstruos”.”[29]
“A vengar a Ocampo salió don Santos Degollado. Tomó el camino de Toluca al frente de trescientos hombres y llegó a ella el cinco por la tarde. El quince, por fin, se topó con los enemigos que le habían fusilado a don Melchor. La batalla fue en el monte de las Cruces y don Santos salió derrotado. Lo hicieron prisionero y mientras el cuerpo de su amigo don Melchor Ocampo se descomponía ya bajo la tierra, las balas de un pelotón de “reaccionarios” atravesaban el cuerpo de don Santos Degollado que había salido a vengarlo. “[30] Era 15 de junio.
El 23 daría cuenta asimismo de Leandro Valle.
[1] Pola, *: XXVI-XXIX
[2] Contreras Estrada, 1970: 22
[3] Pola, 1964: 71
[4] Pola, 1964: 53
[5] Bassols, 1979:144
[6] Pola, 1964: 54
[7] Mena, 1959, 7. “El treinta y uno de mayo, por la tarde, llegaron a Tepetongo y de ahí siguieron a Huapango para entregar a don Melchor en poder del general Leonardo Márquez, quien se encontraba en el lugar en compañía de don Félix Zuloaga, general y presidente de la República reconocido por las partidas “reaccionarias”.Mena, 1959: 8
[8] Pola, 1964: 54
[9] Mena, 1959: 8
[10] Pola, 1964: 54
[11] Pola, 1964:54-55
[12] Pola, 1964: 55
[13] Mena, 1959: 8
[14] Pineda, 1959:
[15] Pola, 1964: 55
[16] Bassols, 1979:474
[17] Mena, 1959: 8
[18] Pineda, 1959: 56
[19] Tamayo, 1972: 507
[20] Pola, 1964: 56
[21] Pineda, 1959: 56
[22] Mena, 1959: 8
[23] Pola, 1964: 56
[24] Pola, 1964: 56
[25] Pola, 1964: 56
[26] Perez, 1961: 27
[27] Pineda 1959: 58
[28] Mena, 1959: 10
[29] Pineda, 1959: 57
[30] “Años después de estos hechos, Ángel Pola entrevistó a Zuloaga sobre la muerte de Ocampo. Se lo entrega Lindoro Cajiga una mañana calurosa en Huacalco. “Ocampo y yo estudiamos en el Seminario situado en ese pedazo de manzana a espaldas de la catedral.”[30] Zuloaga en esta entrevista se deslinda de haber dictado la orden de pasar a Ocampo por las armas; explica que un tal Márquez, subalterno o compañero suyo, dio la orden a Antonio Andrade Coro, jefe de su estado mayor, a que dijera a Taboada que por orden de Zuloaga fusilara al prisionero. Zuloaga se dice sorprendido y enfurecido por el suceso, pues ya muerto Ocampo, le llega una carta de su esposa y otra de Nicanor Carrillo donde le pide por la vida de Ocampo. Márquez adelanta la respuesta declarando que Zuloaga dictó la orden. Zuloaga dice habría mandado fusilar a Márquez, Coro y Taboada de no ser que lo crítico de los tiempos lo hicieren desistir de la idea.”Mena, 1959: 9
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