24 de agosto pero de 1821

Por: Raúl Jiménez Lescas

¡Y será la fatalidad de estas provincias que no sepan nunca sus moradores elegir entre el bien y el mal, la vida y la muerte, el ser y no ser!

Proclamas de don Juan de O’Donojú

Los Tratados de Córdoba y el Plan de Iguala para Consumar la Independencia de México. Tercera parte.

En el Año del Señor de 1821. Día intenso el 3 de agosto para la pluma y mente de don Juan de O’Donojú en la Vera Cruz. No pensó en reportarse con su Majestad de España, sino también dirigirse a los habitantes de la Nueva España, como se hacía en esos tiempos: mediante una proclama. ¿Cuándo perdieron los políticos esa bella forma de comunicarse con sus habitantes?

Don Juan en realidad se llamó Juan José Rafael Teodomiro de O’Donojú y O’Ryan, por los apellidos se entiende que era descendiente de irlandeses, pero nació sevillano el 30 de julio de 1762, según su Fe de Bautizo: “Fue bautizado el 2 de agosto de 1762 en la parroquia del Sagrario de la catedral de Sevilla con los nombres de Juan José Rafael Teodomiro por el presbítero Gregorio Rodríguez de Hervás”, su madrina fue María Nicolasa O’Donojú, hermana de su padre, Juan O´Donojú (Caballero de la orden de Calatrava) que fue perseguido por el rey inglés Jorge II dada su fe católica, apostólica y roma. La familia dejó Irlanda católica para mudarse a la España súper católica.

Nacido en la segunda mitad del siglo XVIII, murió en la capital del Imperio Mexicano en la segunda década del siglo XIX, a los 59 años, dijeron los doctores que de pleuresía, pero la vox populi dice que lo envenenaron para quedarse con su trono. Nada nos consta, solamente que fue sepultado con honores de virrey en la catedral de México, aunque no fue virrey sino Capitán General y Jefe Político Superior de Nueva España, según la Constitución vigente, la de Cádiz proclamada en 1812 por los liberales gachupines, bueno, españoles, incluídos algunos americanos brillantes de los cuales nos ocuparemos más adelante.

Don Juan tuvo una sólida formación en letras y artes militares. No fue un improvisado enviado por el rey Fernando VII. En su biografía leemos que destacó en la resistencia a los franceses y, las Cortes de Cádiz, lo nombraron “Ministro de la Guerra”. Fue un militar liberal adicto a la Constitución gaditana y enemigo de los franceses napoleónicos invasores de la península Ibérica en 1808. Pero con el retorno de Fernando VII y la restauración absolutista que siguió, nuestro Don Juan cayó en desgracia como tantos liberales gaditanos: sentenciado el 18 de octubre de 1814 a cumplir cuatro años de prisión en el castillo de San Carlos, en Mallorca, se dice que fue sometido a torturas, que afectaron su salud. También fue adicto a la Masonería.

Se colgó dos grandes medallas en su pecho: la Gran Cruz de la Orden de Carlos III y después la Gran Cruz de la Orden de San Hermenegildo. La primera por la Cédula Real de 19 de septiembre de 1771 con el lema latino Virtuti et merito; la segunda, distinción militar y una orden de caballería española creada por Fernando VII al terminar la Guerra de la Independencia [de España] del 28 de noviembre de 1814.

Con esas credenciales fondió el puerto de la Vera Cruz y se dirigió, como hemos dicho, esa mañana del 3 de agosto como “Proclamas de O’Donojú a los habitantes de la Nueva España. Informe sobre la incertidumbre de su situación. 3 de agosto de 1821″.

Tenía domesticada la mano para escribir sin corregir:
“A los habitantes de Nueva España”, les dijo. Pasó lista de sus cargos: “El capitán general y jefe superior político”. Y, luego, como era la costumbre de esos tiempos:
“Conciudadanos: La nación recompense con prodigalidad los sacrificios que por servirla hiciera desde mi juventud, de mi tranquilidad y de mi sangre, elevándome a la primera silla a que puede aspirar sin delinquir el que no nació a la inmediación del trono; empero, jamás fuera tan generosa conmigo como cuando me confiara la dirección de la parte más hermosa y más rica de la monarquía.”

En 6 renglones nos contó de su vida, así de sencillo: se ha sacrificado por su Patria desde su juventud, recordando su resistencia férrea a los invasores napoleónicos de 1808. Logró el puesto de mando en la Nueva España sin delinquir; que tampoco nació en una cuna de la nobleza, pero reconoce la generosidad del rey y escribió algo muy cierto: le confiaron la dirección de la parte más hermosa y más rica de la monarquía, la nueva España, quizá también por eso firmó el Tratado de Córdoba sin tener la autoridad para hacerlo, pero lo hizo. ¿O firmó porque dijo con todo sereno, reflexivo y sin temblarle la mano?
¡Y será la fatalidad de estas provincias que no sepan nunca sus moradores elegir entre el bien y el mal, la vida y la muerte, el ser y no ser!

Yo interpreto que quiso decir: saber elegir entre la dependencia y la independencia. Continuará la próxima.

Fuentes:
Juan Ortiz Escamilla (Comp.) [Con la colaboración de David Carbajal López y Paulo César López Romero] Veracruz. La guerra por la Independencia de México 1821-1825. Antología de documentos. Comisión Estatal del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución Mexicana.


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